martes, 10 de julio de 2012

"Le Scaphandre et le Papillon" de Julian Schnabel (2007)


Pocas veces, creo recordar, he podido mantenerme indiferente ante un estímulo emotivo con independencia de la naturaleza del mismo. Mi cuerpo se resiente, más de lo que desearía, pero mi ánimo sale a flote en busca de continuas bocanadas de aire fresco materializadas, normalmente, en la diversidad artística. Por fortuna, el desconocimiento en la materia me da la suficiente libertad para hablar de cualquier tema que se me antoje con la inmunidad propia del ignorante. Hace tiempo que andaba tras las huellas de esta plástica co-producción franco-norteamericana. En cuanto conocí la existencia de la novela autobiográfica de Jean-Dominique Bauby y de cómo esta había sido escrita, dictada letra a letra con su párpado izquierdo, supe que no podría pasar sin ver la cinta de Julian Schnabel. Le Scaphandre et le Papillon.
 
A principios de los noventa, recién estrenada la cuarentena, Jean-Dominique Bauby, el excéntrico redactor jefe de la revista francesa Elle, sufrió una embolia masiva. Tras tres semanas en coma, Bauby despertó víctima del llamado “síndrome de cautiverio”. Totalmente paralizado, Jean-Do malvivió durante meses encerrado en su cuerpo inerte (la escafandra) sin poder comer, ni beber, ni hablar, ni respirar sin asistencia, mientras su mente funcionaba con la normalidad habitual de quien conserva intactas la memoria y la imaginación (la mariposa). En el hospital de Berk-Sur-Mer especializado en dolencias similares donde fue confinado, aprendió con paciencia a comunicarse mediante el parpadeo de su ojo izquierdo. Gracias a esta habilidad forzada, Jean-Dominique Bauby recreó el mundo desde su particular y nueva situación en la novela La escafandra y la mariposa en la que se basa la película de idéntico título.




Para los que aún lo duden, Jean-Do sufrió, cada minuto de su decepcionante estado sufrió. Pero no por él, no, lo hizo por su padre de noventa años enclaustrado en un piso del que sus piernas ya no le permitían salir. Lo hizo por sus tres hijos a los que ya nunca volvió a poder acariciar. Por su exmujer, por ella también, por acompañarle sin reservas en esa cruel etapa de su vida. Sufrió por su nueva pareja, por dejarla abandonada a su suerte, y por cada una de las personas que le facilitaron la existencia mientras su cuerpo yacía inmóvil postrado en una cama. Sufrió por no tener palabras para animarles, ni voz para decirles “te quiero”, por no poder dar un beso ni regalar un abrazo, por miles de razones generosas que le hacían pensar en los demás por encima de sí mismo.
Aferrarse a la vida cuando son otros los que deben vivir por ti es obligarles a dejar a un lado sus hábitos cotidianos para adoptar los tuyos. Aferrarse a la vida a costa de la vida de los demás es egoísmo en estado puro. Aferrarse a la vida cuando ya no nos toca vivir es restarle días de bonanza a quienes más te quieren. En fin, no me gustaría verme en una de esas y que me obligaran a vivir. No sería feliz sabiéndome una carga.
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Jean-Dominique Bauby murió de neumonía el 9 de marzo de 1997.


 

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