martes, 22 de octubre de 2013

"Bocados sabrosos III", libro solidario

Invitación para la presentación de Bocados sabrosos III, libro solidario de microrrelatos de ACEN Editorial en colaboración con la Librería Argot y a favor de AFA, Asociación Provincial de Familiares de Personas con la Enfermedad de Alzheimer y otras Demencias de Castellón.
 
 
En él va incluido "El espíritu de Perrault", un micro-homenaje de esta que escribe al escritor francés. 

sábado, 19 de octubre de 2013

"Esparcido el cabello por la espalda", Soneto de Félix Lope de Vega y Carpio (1562 – 1635)



Ficha Técnica:



Título: "Esparcido el cabello por la espada"

Autor: Félix Lope de Vega y Carpio

Antología: Poesía selecta

Selección: Antonio Carreño

Editorial: Cátedra (2013)

País: España





SONETO 

Esparcido el cabello por la espalda
que fue del sol desprecio y maravilla,
Silvia cogía por la verde orilla
del mar de Cádiz conchas en su falda.

El agua, entre el hinojo de esmeralda,
para que entrase más el curso humilla;
tejió de mimbre una alta canastilla
y púsola en su frente por guirnalda.

Mas cuando ya desamparó la playa,
«Mal haya, dijo, el agua, que, tan poca
con su sal me abrasó pies y vestidos».

Yo estaba cerca y respondí: «Mal haya
la sal que tiene tu graciosa boca,
que así tiene abrasados mis sentidos».


En la teoría:


¿Qué puedo decir de Lope de Vega que no se haya dicho ya? Seguramente nada pero, a ver, es que esta entrada no va sobre uno de los autores más prolijos de la historia de la literatura universal. Ni sobre uno de los enemigos declarados de Góngora, ni de los rivales de Cervantes o los amigos de Quevedo. Esta entrada no va sobre uno de los mejores dramaturgos de todos los tiempos (Fuenteovejuna, La dama boba, El caballero de Olmedo, El perro del hortelano, El castigo sin venganza...). Esta entrada va sobre uno de sus sonetos, uno dedicado a una Silvia en particular que recogía conchas por las playas de Cádiz hace cuatro siglos. Casualidades de la vida.

Yo, que confieso no ser muy lectora de poesía, tengo reservadas en un cajón de mi cerebro algunas joyas literarias de esas que tiran pellizquitos. Este soneto de Lope. El "Elogio a la mujer chiquita" que hace el Arcipreste de Hita en el Libro de Buen Amor. "Táctica y estrategia" de Benedetti. El poema "21" de Oliverio Girondo. El "12" también. Estos versos me reconcilian con un género con el que nunca me he llevado especialmente bien. La fortuna me sonríe. La ignorancia se ha olvidado de mí. 

Mi relación con este soneto comienza bien pronto. Corría el año 86. El Ayuntamiento de Cádiz tuvo la genial idea de sacar una colección de cromos sobre la ciudad y sus rincones más emblemáticos: "Cádiz, 3000 años de historia". Recuerdo haber comprado el último de la colección, el que se me resistía, a un vecino por cincuenta pesetas. Tendría yo diez u once años. ¡Qué tiempos! En la última página de ese álbum, que acabo de encontrar completo por internet de segunda mano en la mítica Librería Raimundo de Cádiz con los cromos sin pegar (no, no he podido resistir la tentación de comprarlo), aparecía este soneto de Lope de Vega que debí de leer al menos mil veces. A esa edad me resultaba fascinante que alguien hiciera referencia en el siglo XVII a una Silvia que cogía conchas en la orilla del mar de Cádiz (océano en realidad). Cosas que pasan.

No voy a perder el tiempo escribiendo sobre la estructura del soneto. No voy a medir las sílabas de sus endecasílabos, ni a analizar la rima de sus catorce versos. El contenido es simple, la forma clásica. Así que déjame que hoy me permita una pequeña licencia contigo. Ya sabes que no soy mucho de pedir, así que, por favor, dame este gusto que no te llevará más de un par de minutos. Lee este soneto con calma, saborea sus palabras, deja que el olor salino de mi tierra juguetee con tu nariz, sumérgete en sus líneas como lo harías en sus aguas, bucea en su interior casi en apnea y no sueltes mi mano. Pase lo que pase no la sueltes. Hoy no.



En la práctica:

Lope de Vega pasó un tiempo en Cádiz, en una "casa de vecinos" situada bajo la que los gaditanos conocemos como "Catedral antigua", la Iglesia de Santa Cruz, en el Barrio del Pópulo. Si tienes la suerte de pasear por mi ciudad de nacimiento, no dudes en dejarte envolver por el embrujo de sus céntricas calles. Se da la circunstancia de que "El Pópulo" es el barrio más antiguo de esta ciudad trimilenaria bañada por el Atlántico y, por motivos personales que no vienen al caso, es un lugar especialmente significativo para mí. Demasiadas cosas me unen a él, esas que no necesitan de palabras, que sobreviven en el tiempo, que hacen sonreír a solas. Si tienes la suerte de pasear por mi ciudad de nacimiento, piérdete unas horas por el centro histórico hasta llegar a la escalinata de la citada iglesia. Una vez allí busca la placa que se ve más abajo y, mientras la lees, ten por seguro que, en algún momento impreciso hace algunos siglos, Lope de Vega estuvo en ese mismo lugar. Yo también.





A LOPE DE VEGA CARPIO, CUYO PASO POR ESTOS LUGARES INMORTALIZÓ LA DOROTEA.

EL ATENEO DE CÁDIZ EN EL CXXV ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN.

22 AGOSTO 1983″.


domingo, 13 de octubre de 2013

“Mad World”: De Tears for Fears a Gary Jules


Ficha Técnica:



Single: "mad world"

LP: The Hurting

Género: New Wave

Intérprete: Tears For Fears

País: Reino Unido

Año: 1982





De oídas:

Si ahora mismo, sin apenas tiempo para pensar, te hiciera cerrar los ojos y pedir un único deseo, ¿quién sería el beneficiario?, ¿tú?, ¿tal vez un familiar?, ¿alguien del barrio?, ¿la humanidad en masa? No, no es necesario que me respondas, en realidad eres tú quien, antes de seguir leyendo, deberías pararte unos minutos a reflexionar sobre hacia dónde se encaminan tus propios anhelos, tus inquietudes y hasta tus desvaríos porque, queridísimo lector (que yo sepa el género masculino continua siendo la forma inclusiva desde el punto de vista gramatical), tu respuesta lleva implícito en lo que te has convertido con el paso de los años: En un egoísta, en un protector, un hipócrita o un idealista. Escuece, ¿verdad?

Pocas teorías vitales son tan certeras como la de la imperfección y la irregularidad. ¿Cuál es esa teoría?, acomódate mientras hago crujir mis dedos e intento explicarme. Verás, hay ocasiones en las que me mimetizo con el entorno hasta casi hacerme invisible. Reproduzco como en un espejo sus gestos, remedo sus palabras, imito sus modos, en definitiva, me convierto en quien no soy solo por sentir el placer de dejar de existir por un rato. Entonces la gente se confía, se comporta al natural y, desde ese lugar que no me corresponde, me es fácil comprobar (con infinito desánimo) que, en esta sociedad de consumo materializada y deshumanizada, cada vez se exige más y con más soberbia a la vida, como si por el simple hecho de haber nacido en esta parte del planeta ya se tuvieran unos derechos especiales adquiridos. ¡Qué confundidos estamos! Suelo participar de ese tipo de conversaciones con cautela, la edad me aconseja callar cuando sospecho que los demás están ansiosos por contar sus rutinas a toda costa y pugnar por cuál de ellas es peor. Me callo, sí, porque de todos modos no se puede hacer entender a quienes gustan de exagerar sus miserias que con esa actitud no ganan nada. ¿Me sigues? Los ciudadanos de a pie tenemos existencias similares. Escalón arriba escalón abajo, todos nos movemos por los mismos lugares y, en definitiva, optamos a los dos mismos tipos de vida: la imperfecta o la irregular. A la primera modalidad pertenecen los que son difíciles de contentar, los que quieren lo que no les pertenece y no valoran lo que tienen, los que pierden el aliento quejándose por tal y por cual, los que, en definitiva, son desdichados por decisión propia. En la segunda se encuentran los que, teniendo o no, todos (o casi todos) los ingredientes para ser felices afrontan el día a día conscientes de que la vida es una cometa que sube y baja al antojo del viento por lo que, pase lo que pase, deben mantener bien sujeta su cuerda. Es cierto que en ocasiones soltamos tanto hilo que la perdemos de vista. Nos despistamos, nos confiamos, nos dejamos cegar por el sol o directamente pasamos de ella, pero, si hemos anudado su extremo a nuestra muñeca con cierta habilidad, en seguida sabremos que nuestra cometa sigue ahí, en algún lugar oculta tras las nubes. En la vida siempre hay nudos invisibles que ayudan a no perder el norte. Esos pequeños detalles son los que impulsan el vuelo en los momentos de apatía, de desidia o de desánimo. No deberías preocuparte tanto por la velocidad del viento si no por el lugar hacia donde se dirige tu cometa, créeme. 

Te voy a contar una historia, una maravillosa historia de un recuerdo, uno inexistente para una chica del montón que alguien generó para ella una vez, guardó a buen recaudo en el cajón de los calcetines y cada cierto tiempo lo saca para airearlo. Era sábado. Podría haber sido cualquier día, pero él insiste en que era sábado. Ella llevaba un pantalón negro corto, hablaba por teléfono en una cabina y solo se le veían las piernas. “¿Podrían ser las de cualquiera?” conjetura ella, pero no, el generador de recuerdos siempre le asegura que esas solo podían ser sus piernas. "Di mejor que me reconociste por los zapatos", piensa ella, "porque en aquella época yo solo tenía ese par", aunque no dice nada no sea que desaparezca la magia para no volver. Antes de terminar esa conversación de cabina tragadora de pesetas sus caminos se separaron en una ciudad demasiado pequeña, tanto como esas que lucen dentro de las bolas de cristal rellenas de agua y de nieve artificial que los niños agitan sin piedad ante sus aterrados padres. Sus voces no se encontraron aquella noche, al parecer no volvieron a coincidir en mucho tiempo, pero... no adelantemos acontecimientos. Ella se volatilizó al teléfono mientras él, de camino a casa en taxi (¿en taxi?, ¿a principios de los noventa?, ¡qué poderío!), escuchaba de fondo en la radio una canción de REM que todavía se empeña en identificar como "Everybody Hurts" (1992). El aire fresco en la cara y alguna copichuela de más le volvieron a evocar aquellas piernas sin tronco ni cabeza tras el cristal al tiempo que le sobrevenían infinitas arcadas de consuelo: "Aún no está todo perdido, nadie puede escapar de una bola de cristal"... a menos que se resbale de las manos de un travieso niño y se haga trizas contra el suelo (el chico generador de recuerdos olvidó barajar esa posibilidad).



Y de repente, veinte años después, un día cualquiera que de seguro no era sábado, él descubre en “Mad World” la voz de Gary Jules (2001) y, tan parecida como es a la de Michael Stipe (el solista de REM), se transporta por arte del birlibirloque a aquel silencioso sábado de los noventa. Respira hondo, oxigena sus pulmones, exhala el aire suficiente para resucitar cien cometas y termina por aceptar que nadie en su sano juicio se arrepiente de lo que no ha hecho porque jamás podrá medir sus consecuencias, ni las negativas ni las positivas. Entonces usa una de esas redes sociales que tan poco le gustan para pedirle a las piernas de antaño en un breve mensaje que escuche esa canción, que posiblemente no sea del estilo de ninguno de los dos, pero que la escuche. Y en un mensaje tan breve como el suyo, ella le responde (interpretando el papel de una diva hollywoodiense de la década de los cuarenta) que hará lo que pueda.




Que hará lo que pueda... Lo cierto es que le faltó tiempo para oírla y recordar que formaba parte de la B.S.O. de la película Donnie Darko (es uno de los dos covers de la canción original de los ochenta de Tears for Fears), que no pudo estrenarse en 2001 por los atentados de las Torres Gemelas y salió directamente a la venta en DVD (si la vas a ver, procura que no sea una tarde de domingo en familia, sé de lo que hablo). "Mad World" trata de la sinrazón de un mundo en el que solo la inocencia infantil permite ser feliz.




Claro, luego nos hacemos mayores y nuestra felicidad se pierde entre tantas preocupaciones absurdas y conflictos innecesarios. A lo que iba, como en realidad esas piernas pertenecen a una cabeza pensante amante del séptimo arte, su recién estrenada dentadura artificial no pudo más que sonreír al comprobar que, ese vídeo de Gary Jules colgado en YouTube que tanto llamó la atención del generador de recuerdos, fue dirigido en 2004, con motivo del relanzamiento de la citada película, por Michel Gondry, artífice de La espuma de los días. ¿Pura casualidad? 




A cappella:

Hay historias que no tienen eslabones perdidos, solo mal posicionados, por eso las piernas tras el cristal van a hacer como que han olvidado aquel breve mensaje y no le van a contar al generador de recuerdos lo que les ha parecido esta canción que, como aquella noche de sábado en el "Bianco", se ha transformado con el paso de los años en otra muy diferente. Sin embargo, cuando él entre en este blog desde el iPhone/iPad del trabajo movido por la curiosidad, sabrá que de los hilos de las cometas atados a las muñecas penden divertidos papelitos de colores que alegran el vuelo y que uno de ellos, posiblemente, aún conserve su nombre escrito.


martes, 1 de octubre de 2013

“La espuma de los días”, una película de Michel Gondry (2013)


Ficha Técnica:


Título original: L'écume des jours

Guion: Luc Bossi, según la novela homónima de Boris Vian

Género: Drama romántico

País: Francia

Duración: 125 minutos






Sinopsis: 

Colin y Chlòe deciden unir sus vidas. Todo es perfecto en su idílico matrimonio hasta que ella cae enferma. A partir de ese momento, Colin, que nunca había tenido la necesidad ni las ganas de trabajar, debe aventurarse en la búsqueda de empleo, a cual más rocambolesco, mientras a su alrededor el mundo tal y como lo conocía comienza a desaparecer.



Primer plano:

El sábado me tomé de nuevo un par de horas enteras para mí, las únicas de las que puedo disfrutar en toda la semana (cuestión de prioridades). El cine es la vía de escape que me permite relativizar el tiempo a mi antojo sin tener en cuenta teorías físicas "einsteinianas", así que decidí ir a ver La espuma de los días. En estos temas prefiero seguir la recomendación de un buen amigo (o de uno a secas) que buscar ayuda en las páginas de crítica fílmica, sobre todo porque quienes las escriben se empeñan en comentar los artificios técnicos de unos directores deseosos de hacer taquilla. Si yo lo entiendo, entiendo que deben ganarse el pan y justificar la manera de ganárselo ante un ente superior, pero, seamos sinceros, los críticos son aburridísimos y sus críticas soporíferas. Además, en realidad, lo que los espectadores buscamos es alguien que nos diga con franqueza si deberíamos gastarnos los abusivos euros que vale una entrada de cine o si mejor nos vamos un domingo a los “100 montaditos” y nos ponemos hasta arriba con su oferta de “todo a un euro”. ¿Me equivoco? Verás, por ejemplo en el caso que nos ocupa, L'ecume des jours, a mí me da igual si Michel Gondry ha sido totalmente fiel a la obra de Boris Vian o no (que sí que lo ha sido), o si se ha centrado tanto en su propio estilo que ha perdido el norte de la historia, o que su autoría sea tan evidente que el acto creativo se vuelva previsible. A mí lo que realmente me importa es que el argumento engancha, hace vibrar, impulsa a levitar sobre la butaca para ver la película desde el techo de la sala, produce una cadena de emociones de difícil explicación y hasta sales del cine con la sensación de no haber tirado un dinero que, de seguro, podrías haber invertido en cosas más provechosas. Algo me habían comentado de ella hace un par de meses y una cosa había sacado en claro después de bichear por la red: Tenía que verla.

Contar con referencias personales a la hora de ver una película es fundamental. En ese sentido llevaba los deberes hechos. Al director, Michel Gondry, lo conocí en La ciencia del sueño (2006) y su estilo compositivo llamó poderosamente mi atención. Además, el reparto principal me parecía de lujo. Romain Duris (Colin) me fascinó en Las muñecas rusas (2005), una comedia sobre mujeres protagonizada curiosamente por un hombre en la que aparece la penosa actriz española Irene Montalà (“Julia” en la serie “El barco”). Gad Elmaleh (Chick) formó parte del reparto de El tren de la vida (1998), una película a medio camino entre el drama y la comedia sobre el nacismo y el papel que ocupa la imaginación en situaciones de peligro. Siempre me digo que tengo que escribir algo sobre esta historia para ver si te animo a verla, pero está claro que aún no ha llegado su momento. Omar Sy (Nicolas) coprotagoniza Intocable (2011)  y (¡oh, sorpresa!) Philippe Torreton, director de escuela en Hoy empieza todo (1999), interpreta al filósofo existencialista Jean-Sol Partre (anagrama de Jean-Paul Sartre).
Está más que claro, tenía que verla.
Y la vi.

Me confieso una entusiasma del existencialismo de principios del siglo XX. A veces ni yo misma sé explicar el por qué, simplemente hace mucho tiempo que se estableció una conexión secreta entre nosotros que el tiempo no ha hecho sino acrecentar. En ese sentido, La espuma de los días es una fábula de vanguardias varias (principalmente surrealista) de amor y muerte, que no deja indiferente a nadie. La historia se desarrolla en un mundo, que no se rige por las normas sociales actuales, donde conviven extraños estereotipos que caricaturizan la lucha de clases: El ingeniero apenas tiene para comer, el obrero goza de una vida de opulencia, los estamentos eclesiásticos carecen de moral (¡vaya, si parece España!). La acción inicial es rápida, díscola, nerviosa y casi histérica, tanto como el enamoramiento irracional de sus protagonistas. Los ambientes son muy coloristas, casi mágicos, y todo parece fluir en un mar de paradójica tranquilidad. Los tres amigos (Colin, Chick y Nicolas) dan comienzo casi al mismo tiempo a tres relaciones amorosas (una espiritual, una imposible y otra física) con tres mujeres muy diferentes (Chlòe, Alise e Isis). La vida parece sonreírles en un contexto de cuento de hadas. Sin embargo, de pronto, todo se vuelve gris, sin apenas darse uno cuenta, ¡PLOF!, gris como la suerte que se apropia de la historia. Chlòe cae terriblemente enferma (un nenúfar crece en su pulmón), Alise no es capaz de mantener la atención de Chick (encandilado por las teorías filosóficas de “Partre”) e Isis se va apagando en los brazos de un insatisfecho sexual. A partir de ese momento el ambiente de la película se vuelve opresivo, las relaciones humanas deprimentes, los espacios farragosos y ese mar azul, tranquilo al principio, hace imposible la navegación. La casa del protagonista se transforma poco a poco en una ciénaga inhabitable que decrece al ritmo de su nivel adquisitivo. El blanco y negro lo inunda todo, los personajes se quedan sin voz, sí, ¡sin voz!, y solo los sones de una música a estas alturas de la película demasiado familiar (Duke Ellington y su “Mood Indigo”) acompaña esta historia de amor y muerte como en un antiguo metraje mudo que no necesita de palabras para hablar. ¡Maravillosa!




Plano subjetivo:

Con sinceridad, creo que yo no encajo en la sociedad actual. No estoy hecha para las frivolidades ni me gusta lo superficial. Camino a mi ritmo, normalmente por las aceras menos concurridas y, cuando la gente mira hacia arriba porque alguien señala desde abajo con el dedo un lugar indeterminado del firmamento, yo sacudo la cabeza sin caer en la tentación. No soporto el culto al cuerpo, no entiendo por qué se devalúa el cerebro al ritmo del dólar mientras los abdominales saturan los mercados. Estoy tan cansada de morderme la lengua que cualquier día de estos estallaré como una granada de mano. ¡¡¡BOOOM!!! 

A veces nos enfrentamos a la vida como si fuéramos inmortales, como si creyésemos durar eternamente con todas nuestras capacidades intactas. A veces escudriñamos en nuestro pasado como en el cajón de los calcetines con la esperanza de encontrar dos piezas que, si no idénticas, al menos se parezcan. A veces, simplemente, el tiempo pasa sin apenas rozarnos. Pero siempre, siempre, cuando nos empeñamos en ver el mundo en blanco y negro los demás colores pasan desapercibidos.