sábado, 31 de diciembre de 2016

"Déjate llevar", una canción de Coque Malla ft. María Rodés en "Mujeres" (2014)


Ficha Técnica:



Single: "Déjate llevar"

Álbum: Mujeres


Género: Pop

Intérprete: Coque Malla ft. María Rodés

País: España

Año: 2014



De oídas:


En ocasiones es preferible mantenerse en silencio a encadenar sin acierto palabras vacías de contenido. Hoy seré breve, el tiempo apremia.

He tenido la suerte de escuchar a Coque Malla a apenas dos metros de mí, sin escenario que medie altivo entre ambos, a ras de suelo. He tenido la inmensa suerte de disfrutar de la sencillez de un gran artista, uno de esos que, sin ser de mis preferidos, admiro por haber sabido mantenerse donde ha querido en cada momento, sin importarle estar arriba o abajo, con la satisfacción anónima de dos amantes bien avenidos en la cama.

Dudé, dudé mucho sobre qué canción de entre todas ellas elegir para finalizar este irregular 2016. Y es que musicar los sentimientos es lo que tiene, difícil de enfrentarse a la elección de qué dedo de la mano cortar o a quién querer más a mamá o a papá. En realidad, todo depende del momento, del cuándo, cómo y con quién (con los años he aprendido que los “por qué” siempre suponen una pérdida inútil de tiempo). Hasta el último minuto dudé entre la canción que da título a esta entrada y "Lo intenta", interpretada junto a Ángela Molina. Ese "Y pasa de largo el tren especial, y ya no te arriesgas, ya no lo intentas" me recuerda a las veces que perdemos una oportunidad de oro expuesta en una bandeja de plata, simplemente, porque no somos capaces de dar el primer paso, tal vez por miedo, tal vez por desconfianza, por falta de honestidad con uno mismo y con los demás, por tantas y tantas razones que pretenden justificar nuestra desidia vital. En fin. Huelga decir que la mayor de los Molina es grande, grande en su plenitud de significado, en todas sus acepciones... pero las voces de María Rodés y Coque Malla tienen la habilidad de desenredar un cabello enmarañado solo con los dedos, con infinita paciencia y dulzura, sin tirones, sin dolor. 

Acaba este irregular 2016 con la esperanza de que el impar por venir sea más llevadero. Que solo importe lo importante. Que las palabras necias sigan chocando contra los oídos sordos. Que te dirijas hacia donde te apetezca. Tú solo, sin condicionantes ni condiciones absurdas. Es posible si quieres. Déjate llevar.





A cappella:

Hay tantas cosas que echo de menos. Y tantas y tantas que echo de más. Las cuentas no cuadran nunca entre lo que tienes y lo que quieres, entre lo que quieres y lo que deseas, entre lo que deseas y lo que tienes. Con los años te sientes capaz de cuadrar las cifras para que no llamen demasiado la atención a ojos ajenos. Pasas los días haciendo y deshaciendo números para llegar a fin de mes con el lado derecho de tu cerebro, el creativo y pasional, en comunión con el izquierdo, el que corta las alas antes de que eches a volar para evitar así una hipotética caída. Y acaba otro año de la misma manera...  


Por eso, déjate llevar, hazme caso, déjate llevar aunque las cuentas no salgan, aunque termines el mes en negativo, aunque el rojo prime sobre el negro en tu extracto bancario. Déjate llevar porque, aunque te digan mil veces NO, siempre es mejor caminar bajo el sol en busca de un solo SÍ que permanecer sentado. Déjate llevar porque nada está escrito y, en cualquier caso, aunque lo estuviera, existen en la actualidad demasiados mecanismos para borrar aquello que no nos gusta. Reescribe tu propia historia, solo necesitarás una pizca de paciencia. Reescríbela. Da igual la fuente de la letra y el interlineado, a nadie le importa el estilo, créeme. Tú limítate a escribir para ti, sobre todo para ti. Y si tienes tanto tiempo como ganas, hazlo para los demás. Y si aún te queda algo de tiempo y ganas, hazlo para mí. Al fin y al cabo, bailamos al ritmo que nuestras propias circunstancias imponen y, aunque a veces nos venzan nuestras siluetas talladas en el sofá, ambos poseemos intacta la libertad de soñar. Déjate llevar, hazme caso, déjate llevar aunque no te motive la música que suena, aunque no te entiendas con tu pareja de baile, aunque te encuentres atado de pies y manos a una realidad asfixiante. Tú solo… déjate llevar. 

El tiempo no pasa en vano. 



¡FELIZ, VENTUROSO Y AVENTURADO 2017!

lunes, 7 de noviembre de 2016

"La niña alemana", una novela de Armando Lucas Correa (2016)


Ficha Técnica:


Título originalLa niña alemana

Autor: Armando Lucas Correa, periodista y escritor cubano

Género: Novela histórica

Páginas: 421

País: EE.UU.

Editorial: Ediciones B




Argumento: 

Hannah Rosenthal, una pequeña de apenas doce años, se ve obligada a huir de Berlín junto a sus padres en la primavera de 1939 a bordo del "Saint Louis", un transatlántico cargado de "impuros" rumbo a Cuba. En el Nueva York de 2014, Anna Rosen, una niña de doce años huérfana de padre, recibe un paquete desde La Habana remitido por una tía-abuela paterna de la que no tenía conocimiento. Dos vidas emparentadas que transcurren de forma similar en épocas y lugares diferentes al ritmo que el caprichoso destino les marca.


En la teoría:

En ocasiones, sin causa conocida ni efecto ideado, los astros se alinean a nuestro favor proporcionando cierta estabilidad al tambaleante día a día. Es cierto que las cosas no siempre salen como quisiéramos, pero eso nunca lleva implícito que necesariamente salgan mal. Por lo general, solo es cuestión de cambiar el "chip" y adaptarse a las circunstancias como si ellas fueran las manos y nosotros unos guantes de látex, no al revés. 

A día de hoy no son pocos los que me han recomendado que realice una crítica literaria en toda regla sobre esta novela. Que igual es el momento oportuno para que este modesto blog adquiera mayor visibilidad. Que "Ediciones B" está publicando en Facebook las reseñas que se están haciendo... las reseñas positivas, claro, esas que valoran más las cifras que las letras, esas que encumbran injustamente lo que se queda a mitad de camino. Te aseguro que he revisado muchas historias ajenas hasta llegar al punto en el que me encuentro ahora. Historias buenas y malas de aficionados y profesionales. Igual alguna vez ha primado el afecto a la hora de valorar un trabajo, pero nunca ese tipo de valoraciones las he hecho públicas. En un país donde la cultura se vende a precio de caviar de beluga, no es honesto publicitar como un número uno lo que a duras penas llega al diez para obtener uno mismo algo de rédito. 

A mediados de octubre llegó a casa un envío urgente con la última novela del cubano Armando Lucas Correa a dos semanas de su lanzamiento en nuestro país. Mi misión al respecto era sencilla: Ofrecer una opinión sincera sobre la historia que narra exclusivamente con ojos de lectora. En realidad, para mí resulta muy complicado leer sin más, sin que me chirríen los dientes ante una subordinada mal construida o por el uso incorrecto de un tiempo verbal, sin que me condicionen los cambios de narrador a lo largo de una misma historia por un problema de estilo o la continua repetición de un único enlace textual. El leer con un lápiz en la mano es algo que no puedo evitar, es como un cigarro entre los dedos de un fumador o como el "quiero, puedo pero no debo" en boca de un amante virtual. El defecto de una lectora imperfecta.
Los lectores consumados coincidirán conmigo en el privilegio que supone trabajar con los esbozos de una historia que, con suerte, saldrá a la luz. Esa es la gratificante tarea de quien maquilla a la guapa del instituto el día de la graduación o de quien se sumerge de lleno en el proceso creativo de otro: La buena base te viene dada, pero son solo tus manos las que la hacen brillar por encima de sus posibilidades y, aunque el resto de la humanidad no te reconozca en ella, tampoco tu ego lo necesita. Sin embargo hoy, excepcionalmente, no me ha tocado saltar la comba al principio, cuando más posibilidades hay de fastidiar el juego, si no al final, cuando ya el récord de saltos ha sido superado. 

Ediciones B, fiel a su colección histórica de libros para adultos, publica en nuestro país la primera novela de ficción de Armando Lucas Correa, editor jefe de la revista "People" en EE.UU. y supervisor de contenido de su versión digital (www.peopleenespanol.com). Basada en unos dramáticos hechos reales, la trama se divide en cuatro partes de irregular extensión. A grandes rasgos, la primera parte, la más pesada de leer, supone la preparación del viaje iniciático de las dos niñas protagonistas. La segunda parte, la más desgarradora, se centra en la travesía del "Saint Louis" desde Alemania hasta Cuba. La tercera explica y resuelve con cierta maestría las tramas abiertas a lo largo de la lectura. Y, por último, la cuarta parte es el final perfecto a una historia triste por necesidad.

No voy a mentirte, las 100 primeras páginas resultan peores que una mala digestión. Si esta lectura no fuera una agradable obligación, de seguro que me habría rendido antes de la página cincuenta. Y es que el autor alaaaaaarga sin necesidad la historia, se pierde en detalles que no aportan nada especial a la trama y ofrece tantas similitudes con novelas anteriores a la suya sobre el holocausto (La ladrona de libros, La llave de SarahEl niño del pijama de rayas o El diario de Ana Frank) que una no puede más que lamentar la suerte del que publica más por sus contactos conocidos (Boris Izaguirre está publicitando esta novela a través de Twitter) que por su talento. He sufrido esas primeras 100 páginas, me han desesperado como lo hace uno de esos caramelos durísimos que suelen arrojar sin reparo alguno a diestro y siniestro en las cabalgatas de reyes, uno de esos caramelos insulsos que parecen no terminar nunca por muchas vueltas que se les de en la boca. Sin embargo, una vez salvado ese escollo, es de justicia reconocer que la historia se transforma en un regalo de indescriptible belleza que emociona hasta la lágrima. No me gustan las novelas sobre el holocausto, para mí son la pena que todos debemos pagar por un atroz delito que solo unos pocos cometieron. Sin embargo, La niña alemana ha conseguido que me reconcilie con el género (como ya lo hiciera el éxito de Markus Zusak hace un par de años) porque no se regodea en ese momento tan cruento de la Historia, ni ahonda en quienes se resignan sin más a sus penurias, no justifica el proceder de ningún personaje ni exculpa a los responsables de la tragedia real en la que se basa la novela. No, nada de eso. En realidad, en las restantes 300 páginas, esas que emocionan y desgarran el alma a partes iguales, se nos recuerda gracias a dos niñas de apenas doce años que sobreviven en distinto lugar (Berlín - La Habana vs Nueva York) y tiempo (1939 vs 2014) que hay quienes aceptan lo que parece estar escrito pero no por ello dejan de avanzar con paso firme, pese a las adversidades, pese a las pérdidas, los obstáculos, la pena, la desesperanza. Vidas tan frágiles como los pétalos de una margarita que se deshoja al ritmo desesperanzado de un "me quiere, no me quiere". Tan real como la vida misma.

No me extenderé mucho más.
Aunque el estilo narrativo empleado no sea del todo de mi gusto, aunque creo con sinceridad que a la trama le sobran páginas, es justo valorar la gran capacidad creativa que supone el convertir en ficción novelada un acontecimiento real que tan de puntillas parece haber pasado a nuestro lado. 
En ese sentido, me ha sorprendido descubrir que aún hay partes de la Historia del siglo XX de las que no tenía la menor idea (Cuba primero, EE.UU. y Canadá después, abandonaron a su suerte a algo más de 900 pasajeros que huían de la Alemania nazi en el transatlántico "Saint Louis" con los papeles, al menos en principio, en regla). Me ha sobrecogido la entereza con la que "Ana con jota" acepta un destino marcado por la tragedia sin resignarse a convertirse en una víctima más de las circunstancias que la rodean. Me ha emocionado la necesidad de afecto de los personajes, los paralelismos de tantas vidas desiguales y, por encima de todo lo demás, el saber que en nuestro días también miles de personas abandonan sus pertenencias en países consumidos por la guerra y surcan los mares en busca de una oportunidad allá donde sea que se les permita vivir en paz. Nunca aprenderemos de nuestros propios errores, continuaremos cerrando nuestras puertas a cal y canto como si sentados en nuestros sofás estuviésemos protegidos de cualquier revés. Pero nadie ocupa el mismo lugar durante toda su vida, nadie. No lo olvides.  


En la práctica:

Con los libros me ocurre como con las personas: No me gusta juzgarlos solo por la portada ni dejarme llevar por la errónea impresión de los primeros diez minutos. Tampoco hago mucho caso a las opiniones vertidas por los demás, fundamentalmente porque los demás no soy yo, por eso, en ambos casos me tomo el tiempo necesario para decidir si llegar hasta el final o rendirme en la página cincuenta. Pocos son los libros que he dejado sin terminar, muy pocos... Muchas las personas que se han cruzado en mi camino de manera puntual. 
Hace unos días leí en algún lugar que las amistades que superan los siete años se consolidan como el hormigón armado cuando seca. ¿En serio?, ¿si superan los siete años? ¡Qué va! Yo no estoy de acuerdo con esa afirmación, no, porque no todo el mundo sabe o está preparado para ser amigo, porque hay quienes no conocen el verdadero sentido de compartir determinados momentos sin mayor atadura. porque incluso hay quienes son incapaces de valorar una buena amistad y de sentirse dichosos por ello. Tal vez por eso a mí con las personas a veces me ocurre lo mismo que con los libros: La expectativa inicial supera con creces una realidad que se va desinflando capítulo a capítulo, a medida de que te vas dando cuenta de que la otra persona no va a mudar de color cuando está contigo por mucho que se lo pidas. Cuando algo así ocurre, lo mejor sin duda alguna es dar carpetazo cuanto antes... 

Las oportunidades no son un concepto infinito. Las oportunidades se desaprovechan, se pierden, las disfrutan otros, se sueñan. Las oportunidades se aprovechan, se ganan, se agradecen, se buscan. Y, si pese a lo que lees, lo que intuyes y lo que imaginas, decides en la comodidad de tu sofá no cambiar ni una sola coma del texto original a sabiendas de que así no resultará ser un éxito de ventas, tendrás que asumir pues en solitario que, definitivamente, las oportunidades no son un concepto infinito. Cuídate.

jueves, 6 de octubre de 2016

"The Collection", un CD recopilatorio de The Communards (2012)


Ficha Técnica:


Single:  "You Are My World"

Álbum:   The Collection


Género:  Synth Pop

Intérprete:  The Communards

País:  Reino Unido

Año:  2012




De oídas:

Soy de segundas oportunidades. Es más, incluso alguna vez lo he sido de terceras (y no creas que lo reconozco con la boca pequeña). No es que yo sea masoquista, en realidad se trata solo de una cuestión de perspectiva vital. A veces simplemente no es el momento de leer un libro, de escuchar una canción, ver una película, visitar un lugar o compartir parte de tu vida con una persona. Dado que el tiempo suele ponerlo todo en su lugar, por muy revuelto que parezca a simple vista, el cerrarte a cal y canto a aquello que reverbera en el exterior te hará perder una ocasión de oro que, de seguro, aprovechará otro.

Corría el año 1986. Esta que escribe, con apenas once años, rompía su hucha en forma de "Vespa" dispuesta a invertir los pocos "duros" que tenía ahorrados en algo de música. Los Reyes Magos me habían traído un radio-cassette Sanyo, un ENORME radio-cassette Sanyo que con una única pletina y un extraño tono dorado llegaría a convertirse en mi fiel compañero de fatigas. Me pasaba las mañanas de los domingos encerrada en mi habitación grabando canciones directamente de los "40 Principales", rezando para que nadie tuviera la brillante idea de abrir la puerta sin avisar y me chafase lo grabado. Siempre he tenido unos gustos musicales muy particulares o, al menos, eso mantienen a día de hoy mis padres que ya entonces no entendían por qué prefería a los británicos Bronski Beat en lugar de a Monano y su banda que por aquella época pegaba fuerte en España de la mano de la familia Aragón. Aún recuerdo el impacto que me causó el vídeo "Smalltown Boy" (puedes verlo pinchando AQUÍ), en particular la escena en la que Jimmy Somerville era perseguido por un grupo de hombres solo por su condición de homosexual y repudiado por su familia por el mismo motivo. 'Coming out, coming home' (quien quiera entender, que entienda, tanto literal como metafóricamente hablando). En mi casa no llevaban bien que yo tuviera ese tipo de inquietudes culturales (leía muchísimo, escuchaba música que consideraban "poco recomendable" para mi edad y el cine era mi perdición), pero es algo a lo que se han ido acostumbrado con el tiempo, más mi padre que mi madre eso sí. No cabe duda de que he interiorizado toda esta información ya de mayor, tirando de memoria y en las sobremesas de alguna que otra reunión familiar en las que casi nunca salgo bien parada (desde el cariño, siempre desde el cariño). La cosa es que con lo poco que tenía ahorrado me compré el cassette "Communards" del grupo homónimo, uno de los LP más vendidos en España en el año 1985. ¡Dios, cómo me gustaba ese falsete agudo imposible de imitar! En cuanto escuché "So Cold The Night" en la radio supe que todo el dinero que tenía ahorrado lo invertiría en comprar esa cinta rebobinable con un bolígrafo "Bic". En fin, que el pseudo-duo británico protagonista de ese K7 me contagiaba su buen rollo en cada una de sus letras (la co-cantante Sarah Jane Morris, de voz antitética pero complementaria a Somerville, para más señas la morena con el pelo recogido que canta en el vídeo "So Cold The Night", se ganó con creces ser el tercer miembro del grupo aunque solo lo fuera en la sombra).  

Afortunadamente soy de segundas oportunidades porque hoy, treinta años después, gracias a este recopilatorio comprado a precio de saldo en The Communards suenan en mi coche casi a diario. Y disfruto como lo hacía entonces pero en compañía de mi hijo quien, al principio, me miraba con cara rara y se partía de risa cuando me escuchaba cantar a pleno pulmón desafinando como una loca o cuando reproducía en los semáforo en rojo esas míticas coreografías de los ochenta, pero que ha terminado entonando la mayoría de las canciones conmigo como si la vida le fuera en ello, incluso lo escucho tararear "You Are My World" cuando está distraído en su mundo (valga la redundancia) y su sonrisa delata gran parte de sus pensamientos.

Igual te preguntas por qué de entre tooooodas las canciones de esta maravillosa colección he elegido esta en concreto. Lo cierto es que no me ha resultado nada fácil, pero nada de nada. "So Cold The Night" es la que me trae más gratos recuerdos del pasado (si picas AQUÍ podrás escucharla). El vídeo oficial de "Disenchanted" me fascina de principio a fin por la icónica representación de Richard Coles y por lo mucho que me recuerda a los míticos clips de los Bronski Beat (te invito a verlo AQUÍ). Y "Reprise", (¡uf!) me entristece tanto "Reprise"... Incluso cuando no conocía su letra, incluso cuando no sabía traducirla, se me anudaba a la garganta con tanta fuerza que casi me impedía respirar. ¿Sabes?, no soy de piedra. "Life goes down, down, down, down". Escúchala si tienes un rato, a solas, aunque no conozcas la letra, aunque no sepas traducirla, aunque se te anude a la garganta con tanta fuerza que casi te impida respirar. Me alegrará imaginar que tampoco tú eres de piedra. "Life goes down, down, down, down". Escúchala.




Entonces, ¿por qué "You Are My World"? Porque es la canción favorita de mi hijo y ese detalle casi me vale más que todo lo demás. No obstante, es justo reconocer que desde el inicio del vídeo se aprecia la innegable maestría al piano de un jovencísimo Coles que más que tocar las teclas les hace un previo sexual de lo más sugerente. Y la voz de Jimmy Somerville es especialmente imposible en la parte final con todo el valor musical añadido que supone el compararlo con lo que se hacía en aquella década. Esta canción es reflejo de los años dorados de la música, de las tendencias que llegaban, de las que se iban, de las modas pasajeras, de los usos y costumbres ochenteros, de la cultura como medio reivindicativo de una sociedad en ebullición. Te puede gustar más o menos, pero no me negarás que esa sonrisa tuya delata que tu cuerpo se ha dejado llevar por su ritmo con un movimiento suave y constante con olor a otros tiempos. ¿Para qué quieres más hoy? ¡Disfrútalo!  



A cappella:

Andaba yo por aquí divagando sobre lo asombroso que resulta el subconsciente. Igual te instala en el cerebro una antigua canción sin título ni autor que no puedes dejar de tararear, que te evoca imágenes del pasado que creías olvidadas o te recuerda que hoy, precisamente hoy, hace diez años que alguien a quien apreciabas mucho se cruzó en tu camino. ¡Qué cosas!

Siempre he sido de las que piensan que, por mucho que recortes los cantos de una pieza de puzle para que encaje en el lugar de otra que has perdido, si esa pieza no es la original el puzle jamás lucirá como en la imagen de la caja, por tanto todo esfuerzo que realices será en vano. No nos engañemos, las segundas oportunidades siempre son más fáciles cuando se trata de un libro o de un lugar que de una persona, ¿verdad? Porque hay relaciones que sin remedio se van diluyendo en el agua hasta que, por sí solas, terminan por desaparecer, personas que solo están de paso en un momento muy concreto de nuestras vidas a las que no hay que aferrarse por el bien común. Y es que las relaciones “tipo muelle”, ese tipo de relaciones que con la misma facilidad se juntan los extremos que se alejan hasta casi ni verse, esas relaciones siempre acaban mal por infinitas oportunidades que se les den (convénceme, por favor, de lo contrario si te crees capaz).      

Ayer, durante la cena, hablábamos de dos conocidas que eran inseparables y hoy ni se tienen en la cuenta de Facebook. Y no es raro, no, en esta época de idas y venidas cuesta que alguien deje tanta huella en uno como para concederle un número infinito de oportunidades. Sí, tienes razón, a veces uno siente la necesidad de preguntar cómo trata al otro la vida después de tanto tiempo, o incluso, cuando te enteras por casualidad de la enfermedad de un familiar, quisieras marcar su número (eso, si no eres como yo y con suerte aún lo conservas) solo para asegurarte de que su voz sigue entera. No sé, a veces quisieras contarle que reconociste a alguien en un programa de televisión y que no pudiste evitar reírte cuando resbaló por los escalones de camino al baño, o tal vez que gracias a su voluntario y prolongado silencio has conseguido dejar de echarle de menos (¿o no?). Por lo general, todo es más sencillo de lo que nuestra cabeza nos hace creer, pero el ser humano gusta de ser laberíntico en las relaciones con sus semejantes. ¡Qué le vamos a hacer, nadie es perfecto!

No hay duda de que las segundas oportunidades no siempre se presentan en el mejor momento, pero no por ello hay que cerrar la puerta a cal y canto para que ni siquiera entre la luz del exterior como si fuésemos vampiros. Recuerda, por tu bien, que existe la posibilidad de que un día te quedes sin velas. ¿Vivirás entonces a oscuras?

viernes, 12 de agosto de 2016

“12 de agosto”, carta del Libro Primero de "Las desventuras del joven Werther", una novela epistolar de Johann Wolfgang von Goethe (1774)



Carta del 12 de agosto

"Cierto, Albert es la mejor persona bajo el sol. Ayer tuve con él una escena curiosa. Fui a su casa para despedirme de él, pues me dieron ganas de dar una vuelta a caballo por la montaña desde donde ahora te escribo, y estando paseando por su habitación me saltaron a la vista sus pistolas. «Préstame las pistolas para mi paseo», le dije. «¡Por mí...! —respondió—, pero tendrás que tomarte la molestia de cargarlas; sólo cuelgan ahí de adorno». Descolgué una de ellas y él añadió: «Desde que mi poca precaución me jugó una mala pasada no quiero saber nada más de ese artilugio.» Tenía curiosidad por saber la historia. «Estaba pasando en el campo, en casa de un amigo, una temporada de tres meses, tenía unas tercerolas descargadas y dormía plácidamente. Una tarde de lluvia, estando sentado sin saber qué hacer, se me ocurrió pensar que podían atracarnos y podíamos necesitar las tercerolas y podríamos... ya sabes lo que pasa. — Se las di al criado para que las limpiara y las cargase. Éste se puso a jugar con las criadas, quiso asustarlas y Dios sabe cómo, se le disparó el arma, estando la baqueta dentro, y ésta se le clavó a una muchacha en la mano derecha y le destrozó el pulgar. Tuve que soportar las lamentaciones y por añadidura pagarle la cura, y desde entonces dejo todas las armas descargadas. Querido amigo, ¿qué es la prudencia? No se aprende jamás a evitar el peligro. Pero...» Ya sabes cuánto quiero a este hombre, exceptuados sus «peros»; pues, ¿no se sobrentiende que no hay regla sin excepción? ¡Pero este hombre es tan honrado! que cuando cree haber dicho algo demasiado precipitado, de carácter general o dudoso, no cesa de limitar, modificar, quitarle o añadirle hasta que al final no queda nada del asunto. En esta ocasión se metió totalmente de lleno en su papel; dejé finalmente de prestarle atención, me puse triste, y con ademán decidido apoyé la boca de la pistola en la frente por encima del ojo derecho. «¡Quita eso! del medio —dijo Albert, arrebatándome la pistola—. ¿A qué viene todo esto?» «No está cargada», respondí. «Aun así, ¿a qué viene eso? —añadió impaciente—, no puedo imaginarme cómo un hombre puede ser tan loco que acabe pegándose un tiro; solamente el pensarlo me produce repugnancia.»
«¡Que vosotros los hombres —exclamé— empecéis inmediatamente sentenciando al hablar de cualquier cosa: esto es ridículo, esto es sensato, esto es bueno, eso es malo! ¿Qué significa todo eso? ¿Habéis indagado, para poder hacerlo, las relaciones internas de una acción? ¿Sabéis con certeza las causas que la producen, por qué ocurrió, por qué tuvo que ocurrir? Si tal hicisteis no juzgaríais con tanta ligereza.»
«Me concederás —dijo Albert— que ciertas acciones son inmorales sea cual fuere el móvil que las produce.»
Me encogí de hombros y asentí. «Sin embargo, amigo mío —insistí—, también aquí hay excepciones. Es cierto que el robo es un delito: pero el hombre que, por salvarse a sí mismo y a los suyos de la muerte inmediata por hambre, se lanza al robo, ¿merece compasión o castigo? ¿Quién arrojará la primera piedra contra el marido que en legítima cólera mata a su infiel mujer y a su infame seductor? ¿O contra la muchacha que en una hora deliciosa se entrega al incontenible goce del amor? Nuestras mismas leyes, esos pedantes de sangre fría, se dejan enternecer y suspenden sus castigos.»
«Eso es muy distinto —replicó Albert—, porque el hombre que se deja arrastrar por las pasiones, pierde totalmente el uso de la razón y debe ser considerado como un borracho, corno un demente.»
«¡Ay de vosotros los hombres razonables! —exclamé sonriendo—. ¡Pasión!, ¡embriaguez!, ¡demencia! Estáis ahí tan tranquilos, tan impasibles, vosotros los virtuosos reprobáis al borracho, despreciáis al insensato, pasáis de largo como el sacerdote y dais gracias a Dios como los fariseos, porque no os ha hecho como a uno de ésos. Yo me embriagué más de una vez, mis pasiones rayaron en la locura y ninguna de ambas me pesa: pues he aprendido a comprender en su medida que todos los hombres extraordinarios que han realizado cosas grandiosas, algo que parecía imposible, han sido siempre tildados de locos y borrachos.
»Incluso en la misma vida ordinaria resulta intolerable el oír gritar a casi todo el mundo ante una acción libre, noble, inesperada: "¡Ese hombre está borracho; es un loco! ¡Avergonzaos vosotros los sobrios! ¡Avergonzaos vosotros los sabios!"»
«De nuevo me vienes con tus chifladuras —dijo Albert—. Todo lo exageras y aquí, en este punto al menos, no tienes razón al comparar el suicidio, que es de lo que ahora se trata, con acciones sublimes: cuando no debe ser considerado sino como flaqueza. Porque en realidad, es más fácil morir que soportar con entereza una vida llena de penalidades.»
A punto estuve de cortar, pues no hay nada que me saque tanto de mis casillas como el que alguien me venga con argumentos triviales cuando yo estoy hablando de todo corazón. No obstante me contuve, porque ya había oído lo mismo muchas veces y más todavía me había llenado de indignación al oírlo, por eso le repliqué con cierta viveza. «¿A eso llamas tú debilidad? Te lo suplico, no te dejes engañar por las apariencias. ¿Te atreverás a llamar débil a un pueblo que gime bajo el yugo insoportable de un tirano, si al fin explota y rompe sus cadenas? Un hombre que ante el pánico de que el fuego devore su casa siente todas sus fuerzas en tensión y acarrea con facilidad una carga que en estado normal apenas podría mover, aquel que furibundo al verse insultado arremete contra seis y los vence; ¿los llamarías tú cobardes? Y, mi buen amigo, si el esfuerzo es fortaleza, ¿por qué la tensión en grado máximo ha de ser lo contrario?» Albert me miró y dijo: «No lo tomes a mal, pero los ejemplos que aduces me parece que no vienen a cuento.» «Puede ser—repliqué—, más de una vez me han reprochado que mi lógica raya a menudo en la palabrería. Veamos, pues, si podemos imaginarnos de otro modo en qué estado de ánimo ha de hallarse el hombre que se decide a deshacerse del peso de la vida, en ocasiones agradable. Porque solamente podremos tener el honor de hablar de una cosa si la conocemos y sentimos como los demás.
»La naturaleza humana —continué argumentando— tiene sus límites: puede soportar hasta cierto grado la alegría, las penas y sufrimientos, pero sucumbe en cuanto sobrepasa esa barrera. No se trata por tanto aquí de si uno es fuerte o débil, sino de si puede soportar el grado de sufrimiento, bien sea moral o físico. Y me parece igualmente absurdo tachar de cobarde a quien se quita la vida; como no sería pertinente tildar de cobarde a quien muere de una fiebre maligna.»
«¡Paradojas y más paradojas!», exclamó Albert. «No tantas como tú piensas —repliqué—. Concederás que llamamos enfermedad mortal a aquella que ataca de tal modo a la naturaleza que destruye en parte sus energías, en parte las inutiliza para el servicio, hasta que ya no puede valerse más por sí misma, ni es capaz de restablecer el curso ordinario de la vida mediante alguna reacción afortunada.
«Pues bien, querido, apliquemos esto mismo al espíritu. Observa al hombre en sus limitaciones, mira cómo actúan sobre él las impresiones, cómo arraigan en él las ideas, hasta que al fin una pasión creciente le roba todas las serenas fuerzas de su razón y le impulsa a su destrucción.»
«¡En vano el hombre sereno y sensato contempla el estado del desdichado, vanas serán las palabras que le dirija! Viene a ser lo mismo que si una persona de buena salud se sienta al lecho de un enfermo; no podrá transferirle ni un ápice de sus fuerzas.»
Para Albert esto era generalizar demasiado. Le recordé a una joven que hacía unos días habían sacado ahogada del río y volví a contarle el caso. «Era una buena muchacha, que se había criado en el reducido círculo de las faenas domésticas, en la rutina del trabajo semanal, sin otras perspectivas de distracción que ir a pasear los domingos con las de su igual por las afueras de la ciudad, ataviada con los trapos que poco a poco había ido apañando, y tal vez, para ir al baile durante las festividades importantes; y por lo demás, pasaba las horas hablando con alguna vecina, con todo el interés y poniendo toda su alma, sobre el tema de una riña o de un chismorreo.... su ardiente naturaleza empieza por fin a sentir otras exigencias íntimas que fueron creciendo con las lisonjas de los hombres; las alegrías de antes se iban poco a poco tornando insustanciales, hasta que al fin da con un hombre hacia el que se siente arrastrada por un sentimiento desconocido, en quien a partir de ahora depositará todas sus esperanzas, se olvida de cuanto la rodea; ni ve, ni oye, ni siente si no es a él, el único, y no anhela otra cosa que a él, el único. No corrompida aún por los placeres vacíos de una inconstante vanidad, sus aspiraciones tienden a un objetivo, llegar a ser suya, quiere en eterna unión conseguir la felicidad que le falta, disfrutar unidos todos los goces por los que suspira. Reiteradas promesas selladas por la certeza de todas las esperanzas, atrevidas caricias que acrecientan sus vivos deseos, ponen cerco a su alma entera; está flotando en una vaga conciencia, en un presentimiento de todos los placeres; en grado sumo de tensión, extiende al fin sus brazos para abarcar todos sus deseos... y su amante la abandona... — Atónita, sin sentido, se encuentra al borde de un abismo; ¡solamente tinieblas a su alrededor, ninguna perspectiva, ningún consuelo, ni la más remota esperanza!, pues la ha abandonado quien era toda su existencia. No ve el vasto mundo que ante ella se extiende, ni a nadie de los muchos que podrían compensar su pérdida, se siente sola, de todos desamparada... y ciega, aprisionada por la terrible angustia de su corazón, se arroja al abismo para sofocar sus penas en esa muerte que todo lo abarca. He aquí Albert, ¡esta historia de tantos hombres! Y dime, ¿no es éste el caso de la enfermedad? La naturaleza no sabe salir de ese laberinto de fuerzas confusas y antagónicas, y el hombre tiene que morir.
»¡Ay de aquel que es testigo y pueda decir: "La loca"! Si hubiera esperado, si hubiera dejado obrar al tiempo, la desesperación se habría aplacado y habría surgido otro que la consolara. Sería exactamente lo mismo que si alguien dijese "¡Qué loco, morirse de calentura! ¡Si hubiera esperado a recuperar las fuerzas hasta que sus humores mejoraran, y se hubiese calmado el ardor de su sangre, todo se habría arreglado y seguiría viviendo todavía hoy!"»

Albert, al que no le parecía evidente la comparación, puso algunas objeciones, entre otras: que yo había traído a cuento solamente la historia de una muchacha inocente, pero que no podía comprender cómo se podía disculpar a un hombre de talento, no de tan cortas luces y de horizonte más amplio. «Amigo mío —exclamé—, el hombre es sólo hombre y la escasa inteligencia que pueda tener poco o nada cuenta cuando la pasión se agita y está uno confinado por los límites de lo humano... Más bien... Otra vez hablaremos de eso...», dije y cogí el sombrero. ¡Oh!, ¡tan colmado estaba mi corazón! Nos despedimos sin habernos puesto de acuerdo. ¡No es fácil en este mundo entenderse mutuamente!"

Ficha Técnica:



Título original: Die Leiden des jungen Werther

Autor: Johann Wolfgang von Goethe

Género: Novela Epistolar

Páginas: 192

ISBN: 9788437604077

Editorial:
 CÁTEDRA

País: Alemania






Argumento:

Gracias a una serie de cartas, enviadas principalmente a su inseparable amigo Guillermo, el lector es testigo de las cuitas de Werther, un joven apasionado y sentimental, que huye de la fastuosidad de la gran ciudad en busca de la sencillez del pueblo ficticio de Wahlheim. En su nuevo destino se enamora perdidamente de Lotte, una señorita de carácter similar al suyo encargada del cuidado de sus hermanos tras la muerte de su madre. Desafortunadamente, Lotte está comprometida con Albert, antítesis de Werther, un hombre once años mayor que ella con quien termina casándose. 

El protagonista, tras ser realmente consciente de que su amor nunca será correspondido, toma la fatal decisión de suicidarse. 

Tema:

Esta carta en cuestión, la fechada el 12 de agosto, es una de las más analizadas por la crítica al tratar en ella el autor de forma tan explícita como natural el tema del suicidio.  


En la teoría: 

Hoy no podía dejar escapar la ocasión de recordarme que hay ventanas que de forma deliberada he decidido dejar abiertas. Lo cierto es que esta la podría haber cerrado de un único golpe como hice con tantas otras pero, a diferencia de aquellas, esta no vicia mi espacio, más bien lo airea y lo llena de luz aunque, visto el lamentable estado de abandono en el que se encuentra desde hace meses, deba quitarle antes al marco kilómetros de pegajosas telarañas acumuladas entre sus pliegues.

Mentiría si escribiera que esta es mi novela de cabecera. De hecho, solo la he leído una vez y por obligación, con todo el regusto amargo que ello conlleva. Las cosas impuestas siempre me saben a pasta cocida del día anterior y, no es que yo tenga un paladar exquisito, simplemente tengo paladar y el Werther de Goethe nunca ha sido de mi gusto. Aunque la trama no es complicada en exceso, el profundo trasfondo psicológico de la historia convierten la novela en un tratado sobre el cambio de mentalidad social de la Alemania del Sturn und Drang ("tormenta e ímpetu") pre-romántico que me produce cierta pereza lectora. 

No suelo divagar sobre literatura. Ya, no suelo divagar, pero hoy es 12 de agosto y no podía pasar por alto esta carta, más como pura anécdota catártica que como reclamo cultural. Y es que en ella un joven pasional y reaccionario (sonrío para mis adentros por lo de "pasional y reaccionario") le cuenta a su fiel amigo Guillermo (el nombre de mi hijo) una conversación mantenida con su antítesis vital, Albert (el nombre de mi marido). Casualidades banales aparte, es precisamente ese triángulo de fecha y nombres el que me lleva a perpetuar el vinilo de esta carta en mi ventana virtual para que, prestando solo un poco de atención, se pueda descubrir desde fuera. Puedes leer la obra entera o solo el apunte de ese 12 de agosto de hace la friolera de doscientos cuarenta y dos años, no importa, pero léelo. Pero lee.

Estoy segura de que, cuando Arquímides dijo aquello de "dadme un punto de apoyo y moveré el mundo", no era consciente de la amplitud de significado de sus palabras. Porque, se quiera o no, todo gira alrededor a un esperanzador "dadme un motivo para vivir y seré capaz de cualquier cosa". De cualquiera. Aplícatelo... y lee.

En la práctica:

En este preciso momento cumplo 41 años. 

A veces no resulta fácil encontrar las palabras adecuadas para describir un momento de la vida. Uno solo entre miles que se suceden como los macarrones pintados sin una gota de paciencia de las pulseras que mi hijo hace como regalo de cumpleaños. Y me pregunto con la boca pequeña si algo de esto tiene sentido, si recopilar palabras que no conducen a ningún lugar especial es la mejor manera de invertir el poco tiempo libre del que dispongo. Me miro las manos y articulo los dedos. Los estiro, los retraigo. Abro y cierro el puño como si conformaran las cinco grotescas pestañas de unos asombrados ojos invisibles mientras me cuestiono si no sería mejor invertir mi tiempo en aprender a tocar el tan de moda ukelele. ¿Te imaginas? Yo tampoco, por eso mis manos se abren al mundo y me hacen reconocer que mantenerlas cerradas sería tan ilógico como correr a ciegas y pretender cruzar en primer lugar la línea de meta. 

Este año ando perdida por el sur de Portugal en compañía de buenos y viejos amigos. Mochilas al hombro, hemos decido aventurarnos en los parajes más pintorescos del Algarve, desde el "Farol da Ponta da Piedade" en Lagos hasta la "Praia de Cabanas" en Cabanas de Tavira. Mi familia no entiende que "a mi edad" prefiera la acampada libre a un hotel con servicio de habitaciones. Yo simplemente no entiendo que haya que adaptar los modos a los años y no al revés. Porque el tiempo pasa mientras mi bañera se va llenando de tiburones y de serpientes marinas con un tacto repulsivo al que poco a poco me he ido acostumbrando. Yo adapto mi visión vital y vitalista al peso de los años (sí, al peso, no al paso). Moldeo mis costumbres como un niño la plastilina. No hay nada más gratificante en esta vida que "ser" (el "parecer" me resulta aburridísimo), por eso hoy "soy feliz". 

P.S. Prometo foto a mi  vuelta.


P.S. Lo prometido es deuda.

   

Tras este tipo de viajes, una se siente realmente rica, rica en vivencias y en relaciones afectivas duraderas que, en definitiva, es lo que nos conforma como personas. He tenido la suerte de ser testigo en primera persona de cómo se forjan las amistades desde el principio, desde bien pequeños, cuando uno se siente tan unido al otro que lo considera casi un hermano. Es algo que no se ve todos los días en el entorno de ajetreo en el que nos desarrollamos, donde en ocasiones no somos más los unos para los otros que simples parches en una gastada rueda que cubre un agujero mientras nos decidimos por comprar una nueva.

Y en realidad no necesito nada más. Nos levantamos y nos acostamos por inercia, sin la conciencia suficiente de lo que de estos dos actos tan rutinarios se desprende. Tras este tipo de viajes, mochila al hombro, una se siente realmente rica, rica en vivencias y en relaciones afectivas duraderas que, en definitiva, es lo que nos conforma como personas.