miércoles, 31 de diciembre de 2014

"Gente sola": De Pedro Guerra a Ana Belén (y viceversa)


Ficha Técnica:


Single: "Gente sola"

LP: Tan cerca de mí

Intérprete: Pedro Guerra

País: España

Año: 1997





De oído:

Siempre me ha gustado esta canción, más en boca de Pedro Guerra (su compositor) que de Ana Belén. La segunda, artificiosa y plástica a mi modesto parecer, carece de la naturalidad del primero. Al principio eran otros los que ponían voz al talento del canario (suele pasar), hasta que un buen día, imagino, se cansó de escribir para los demás y lo hizo para sí mismo (eso también suele pasar). El primer paso siempre es el más difícil, sobre todo cuando uno no está acostumbrado a caminar pero, una vez que se consigue emprender la marcha, aprender a correr solo es cuestión de tiempo. "Gente sola" me entusiasma, por decir mucho con poco, por humanizar la verdad, por miles de razones en general y por ninguna en particular, por eso he decidido cerrar este año con ella... y contigo.
A veces nos echamos cargas innecesarias a la espalda que ralentizan nuestro ritmo habitual. Gustamos de interpretar el papel de buen samaritano, de sanador de unas almas que, en realidad, no desean ser sanadas. Créeme, no siempre es hipocresía, en ocasiones, simplemente, se trata de una necesidad personal encubierta: Quien actúa así lo hace a la espera de obtener del otro un comportamiento similar. Sí, en estos menesteres el ser humano es doblemente iluso: Espera sin tener que hacerlo y olvida que la reciprocidad es exclusiva de los sentimientos negativos. "Hay gente que sueña que abraza a otra gente, gente que reza y luego no entiende, gente durmiendo en el borde del río, gente en los parques, gente en los libros, gente esperando en los bancos de todas las plazas, gente que muere en el borde de cada palabra, gente que cuenta las horas, gente que siente que sobra, gente que busca a otra gente en la misma ciudad, pero qué sola está". También por eso me gusta esta canción, por recordarme que todos sin excepción en algún momento necesitamos una mano amiga que nos reconforte. Todos.


Termina el año y me permito contarte una historia, una de esas historias que mueren olvidadas en el bolsillo de alguna chaqueta pasada de moda. El "érase una vez" de una persona normal, tan normal como tú y como yo, quizás hasta más normal que los dos juntos. Una persona que cada día amanecía al refugio de la marquesina de una parada de autobús. Lo cierto es que no sabía concretar hacia dónde se dirigía esa línea ni cuál era su frecuencia de paso, pero tampoco le importaba, le gustaba refugiarse bajo esa marquesina y esperar su llegada, sin más, le era suficiente. Docenas de autobuses pasaron ante ella mientras permanecía allí plantada, docenas de vías alternativas que, de haberles prestado algo de atención, posiblemente la habrían conducido a un destino más acorde con sus preferencias. Pero no, esa persona había decidido dedicarse a esperar un autobús en concreto, uno sin horarios establecidos, uno que llegaba y que se iba sin avisar, que jamás abría la puerta para que pudiera subir, lloviera o luciera un sol de justicia, uno que en ocasiones pasaba de largo sin tener en cuenta la devoción fatigosa de quien con tanto anhelo le esperaba. Y enganchada a esta rutina permaneció días, semanas, meses, incluso años, desolada, incapaz de plantarse cara a sí misma, con la única esperanza de que fuera ese autobús el que cambiara su ruta para no tener que enfrentarse más a su espera. ¡Con lo fácil que habría sido coger un taxi! Un buen día, quizás cansada de que su conductor no diera la cara escondido en silencio tras los cristales tintados, quizás agotada de hacer señales con la mano para que la dejara subir, echó a andar. Los primeros pasos fueron los más difíciles: Por cada tres que daba retrocedía dos. Por poco que avanzara su vista seguía fija en la marquesina, atada a la ilusión de que el autobús apareciera a lo lejos. Nada. Un par de kilómetros y un principio de tortícolis después bastaron para comprender que sus propios pies la llevarían más lejos que cualquier autobús de cristales tintados de esos que nunca abren sus puertas para que podamos subir.




A cappella:

Esta es una entrada programada con varios días de antelación. En realidad, a estas horas estaré en casa de mi tía en Cádiz, ultimando junto a mi familia materna los detalles para tomar las uvas, sentados todos en el salón frente al televisor quitando pacientes piel y pepitas. Unos minutos antes de la media noche nos aseguraremos de que todos los platos tengan doce uvas, hasta el de Guillermo (ya me habré encargado yo de escogerle las más pequeñitas del racimo). En cuanto terminen los cuartos, mi tío Lolo soltará una de las suyas con cada campanada. Entonces mi madre empezará a reír hasta ponerse roja y mi abuela le recriminará maternal que no se entera de nada. Mi padre estará atento a ir a uva por campanada como si la suerte de los siguientes trescientos sesenta y cinco días le fuera en ello. Lucía nos sorprenderá con algún comentario fuera de lugar (¡ay, la adolescencia!). Su padre la reprenderá serio, su madre no. Mi hermana Patricia pensará en Ale, que este año pasa la noche con su familia. Juan Antonio no comerá ni una sola porque desde que se separó no cree en las tradiciones. Pedro tampoco y se dedicará a despotricar sobre las deficiencias del sistema educativo actual, mientras Ángeles lo remedará a su espalda y Ana, la hija de ambos, les recordará con la boca llena que ella es médico residente "pese al sistema educativo actual". Mi marido sentenciará que ya se podría comer doce bombones (está claro que los prefiere a las uvas). Mi hijo protestará, por lo que sea, da igual, pero protestará. Yo, que habré terminado mis doce antes de la décima campanada (sin piel ni pepitas es fácil), pediré en silencio al nuevo año que venga cargado de salud, de mucha mucha salud. Y, tras brindar con un "canasta" de la tierra bien fresquito y repartir besos a diestro y a siniestro, pondremos la conexión con Canarias para que mi madre, que seguirá partiéndose de risa ya no sabremos bien de qué, se pueda terminar las uvas y así... así sí daremos por inaugurado el nuevo año en familia.

¡Feliz, placentero y cultural 2015!

lunes, 29 de diciembre de 2014

"El niño con el pijama de rayas", una novela corta de John Boyne (2007)


Ficha Técnica:



Título original: The Boy in the Striped Pyjamas

Autor: John Boyne

Género: Novela corta

Editorial: Salamandra (2007)





"Acepta la situación en la que te encuentras y todo resultará mucho más fácil"


Argumento:

Bruno, un pequeño de ocho años, se ve obligado a abandonar la comodidad de Berlín camino del campo de exterminio de Auschwitz donde su padre ejercerá de oficial al mando. Desde la planta alta de su casa Bruno observa con detenimiento a las personas con pijamas de rayas que viven tras la alambrada y a las que tiene prohibido acercarse. Sin embargo, un buen día la curiosidad infantil lo empuja a conocer a Shmuel, un niño judío de su edad con pijama de rayas, con el que entabla una singular amistad de consecuencias devastadoras.



En la teoría:

El éxito de esta novela cuando salió al mercado fue fulgurante. Ni en sus mejores sueños el autor pudo imaginar que una historia tantas veces contada y desde tantas perspectivas diferentes iba a tener tal éxito de crítica y ventas. O tal vez sí, porque John Boyne no es de los que dudan de su savoir faire.


"El niño con el pijama de rayas no es mi mejor libro, en absoluto. Fue un gran regalo que me dio una audiencia internacional y me cambió la vida, pero no es mi mejor novela ni de lejos". (La voz de Galicia)

Sea como fuere, está claro que la novedad no reside en el tema que trata. El holocausto nazi ha sido narrado durante décadas desde los más dispares puntos de vista, incluido el infantil, y siempre se ha valido de la emotividad de la historia. Aunque John Boyle no sea amigo de las comparaciones, es inevitable pensar que, simplemente, se subió al carro en el momento oportuno.


“Para los críticos es muy fácil jugar a comparar. Tomar un ejemplo conocido y realizar la conexión para acabar confundiendo al futuro lector. ¿No será que la crítica es muy perezosa a la hora de evaluar cada texto?” ("Cornabou", revista de literatura infantil y juvenil)

Sin ir más lejos El diario de Ana Frank relata en primera persona las penalidades que la protagonista, una adolescente judía, sufrió durante los dos años que permaneció oculta de los nazis en Amsterdam durante la Segunda Guerra Mundial. Y no es la única. La vida es bella de Roberto Benigni. Monsieur Batignole de Gérard Jugnot. Esta fórmula funciona. La visión infantil de uno de los mayores horrores de la historia contemporánea vende. Una y otra vez. Una y otra vez.
No es raro creer entonces que en esta vida esté todo inventado. Parece como si el mundo en el que vivimos se constituyera a base de las ideas que unas pocas mentes inquietas sacaron a la luz un día, ideas que se van modificando con el tiempo para amoldarlas a las necesidades de cada época. “¿Por qué no se me habrá ocurrido a mí antes?” preguntamos al aire, como si algún desconocido nos hubiera robado una genialidad mientras permanecíamos al abrigo de nuestro sofá y se estuviera lucrando a nuestra costa. La respuesta no es sencilla. Quizás influya el factor suerte, quizás el destino exista en realidad, quizás solo debamos observar lo que nos rodea desde una perspectiva diferente, desde la altura de un niño, sin duda mejor desde abajo, al fin y al cabo es una fórmula que vende. Porque en la sencillez de miras de los más pequeños, el mundo es un lugar mucho más agradable para desarrollarse como persona. Igual ahí se encuentre la mayoría de las respuestas. O igual es ahí dónde comience la mayoría de las preguntas.

Sí, se nota que no es una de mis novelas preferidas. Lo cierto es que no veo en ella nada nuevo que la haga distinta a las anteriores. Su estilo narrativo me resulta "infantiloide" por mucho que el autor nos lo quiera vender como un producto que no entiende de edades. Si no entiende de edades, no debería haber tratado con esa superficialidad molesta una barbarie de la que casi todos los adultos tenemos conocimiento. A Boyne le salió bien la jugada, no hay más. 
No obstante, si deseas abordar la historia desde un punto de vista infantil con mordaces guiños a los lectores adulto (el juego de palabras "furia-führer"), El niño con el pijama de rayas es tu historia.  


En la práctica:   

Lcapacidad creativa de los niños, aún vírgenes de influencias externas, les ayuda a sobrevivir a las situaciones más terribles. Gracias a ese curioso mecanismo de defensa, que genera nuestro cerebro para teñir de colores pastel una realidad en escala de grises, el camino hacia la felicidad se vislumbra con mayor nitidez. El otro día me planteaba mi hijo de cuatro años lo que para él parecía una cuestión trascendental: "Mamá, cuando yo sea un hombre, ¿el dedo meñique seguirá siendo pequeño?". No sé qué le empuja a plantearse ese tipo de cosas, pero él es el vivo ejemplo de la ingenuidad y la inocencia infantiles. 

Y a todo esto yo me pregunto que, si nuestro perfil derecho difiere del izquierdo, si una misma moneda tiene dos caras enfrentadas, si un pie siempre va por delante del otro al avanzar, ¿por qué nuestra cabeza no va a ser capaz de dar luz a la sombra que genera nuestro cuerpo? La felicidad nunca es la meta, solo es el camino.


domingo, 28 de diciembre de 2014

"La jauría humana", una película de Arthur Penn (1966)


Ficha Técnica:



Título original: The Chase

Guion: Lillian Hellman (según la novela homónima de Horton Foote)

Género: Drama

País: Estados Unidos

Duración: 135 minutos




“Reflexiono y no entiendo. ¿Qué hemos hecho mal?"



Sinopsis:

Un preso, condenado injustamente por un asesinato que no ha cometido, consigue escapar de su reclusión. Con la conciencia tranquila vuelve a su lugar de origen, un pequeño pueblo de Texas, donde sus vecinos, inmersos en una degradante decadencia moral, deciden emprender contra él una auténtica cacería humana. Solo el sheriff, único hombre honesto del lugar, es capaz de impedir su linchamiento al tiempo que sufre los despropósitos de un pueblo embrutecido socialmente.




Plano subjetivo:
Numerosas razones técnicas, artísticas e interpretativas hacen de esta película un clásico atemporal. Sin embargo, es su mensaje el que más llama la atención con el devenir de los años pues refleja de manera contundente dos conceptos incuestionables de nuestra propia naturaleza: La seguridad que nos otorga el sentirnos respaldados por un grupo y cómo nos desprendemos de nuestras miserias ocultos entre la multitud.
Es cierto que los hombres, como los animales, tendemos a agruparnos para hacer frente común contra las amenazas que nos rodean. Sin embargo en nuestro caso, a diferencia de los animales, el raciocinio nos posibilita discernir cuándo la causa merece la lucha o cuándo no aunque, en realidad, ese sentido común con el que hemos sido bendecidos los humanos suele brillar por su ausencia. Basta echar un vistazo a nuestro alrededor para comprobar que solemos organizarnos mejor y más rápido (y con mucha más virulencia) contra los colectivos más desfavorecidos que contra los más favorecidos. A las pruebas me remito: Mientras permanecemos al abrigo de nuestros hogares como los “tres monos sabios” de la tradición japonesa (aquellos que no ven, no oyen y no hablan) ante la mala gestión de los que gobiernan o han gobernado nuestro país, las noticias nacionales nos sorprenden con la hazaña fuenteovejunesca de un pueblo casi al completo que arremetía hace unos días sin compasión contra los miembros de una familia aficionada a apropiarse de lo ajeno. Igual estoy equivocada, corrígeme si me equivoco, pero siempre he creído que robar es robar con independencia del autor del robo y de los medios o estrategias que aquel utilice para conseguir su fin. Es ley de vida: Cuando un grupo, en principio minoritario, ve aumentar repentinamente sus hordas en la lucha contra una misma causa, el buen criterio general se pierde y las consecuencias, tarde o temprano, resultan desastrosas para todos.

La jauría humana es una historia de denuncia social en la que los protagonistas, finalmente y sin remedio, se dan por vencidos. ¿Por qué?, porque no se puede ir siempre contracorriente, porque no hay más ciego que el que no quiere ver, ni sordo que el que no quiere oír, porque hasta la paciencia del Santo Job tenía su límite. Y a todo esto, desde la comodidad de mi mullido sofá, yo me pregunto a sabiendas de la respuesta si te darás por vencido tú.


*Esta entrada, junto a los comentarios por ella generados, puede leerse en la sección “Tu mejor tú” incluida en la web  www.despiertatumejortu.es.