lunes, 20 de febrero de 2017

"Lo que de verdad importa", una película de Paco Arango (2016)


Ficha Técnica:

Título original: The Healer

Director: Paco Arango


Género: Comedia

Duración: 113 minutos


País: España

Estreno: 17/02/2017 en España


Sinopsis:

Alec Bailey, un joven ingeniero inglés huérfano de padre y madre, malvive con lo que gana en su tienda de arreglos "The Healer" ("El curandero"), un proyecto que nunca pudo llevar a cabo con el artífice de la idea, su hermano gemelo Charlie, fallecido un par de años atrás. Sus numerosas deudas de juego lo han sumido en una catastrófica situación de la que solo podrá salir con la ayuda de Raymon, un hermano de su madre del que nunca había oído hablar, quien le impone como única condición para saldar sus deudas pasar un año completo en Lunenburg, una pequeña población de Nueva Escocia (Canadá), lugar de donde proceden todos sus ancestros.


Primer plano:

Facebook me aburre. El desconocimiento del potencial real de las redes sociales ha convertido la de Zuckerberg en un virtual patio de vecinos en el que, mientras unos airean sin pudor alguno sus miserias, otros vocean con insistencia en busca de aprobación. El día que mi madre se abrió una cuenta y me solicitó amistad supe que ese espacio ya no era para mí. ¡Mi propia madre, a hurtadillas, qué horror! Bueno, en realidad no todo me disgusta, de hecho gracias a FB tuve conocimiento hace unos meses de la existencia de The Healeruna película especial no por sus artificios técnicos, ni por su argumento, ni siquiera por sus conocidos protagonistas o por la maravillosa fotografía. La singularidad de esta película recae en el hecho de que el 100% de los beneficios que se obtengan de la recaudación en taquilla irá destinado a la realización de un proyecto común entre la "Fundación Aladina", presidida por el polifacético Paco Arango y encargada de prestar apoyo a niños enfermos de cáncer, y "SeriousFun Children's Network", fundada por el actor Paul Newman en 1988 para el disfrute de pequeños con enfermedades graves. Con independencia de la credibilidad de la historia, de los medios empleados para llevarla a cabo, del resultado final y/o de la calidad real del producto, la noble causa a la que se dedicarán los beneficios es motivo más que suficiente para ir a verla.

Obviamente ni soy crítica de cine ni mucho menos lo pretendo. En la acogedora comodidad del lugar desde el que escribo en este momento, me defino como una simple aficionada al séptimo arte a la que no le gusta invertir dinero en producciones que no merezcan la pena por algo, sin importarme demasiado a qué se refiera esa indeterminada locución. Rara vez mi opinión coincide con la de los profesionales, posiblemente porque yo, como tú, debo pagar mi entrada. Mi alcance es ínfimo comparado con el de cualquiera de ellos, por eso no entiendo la actitud de cierto sector de la crítica especializada empeñado en tildar de "fiasco cinematográfico" el primer proyecto de este tipo 100% benéfico de nuestro país. No sé exactamente qué parte de que esta película es solidaria no han entendido, pero me queda claro que con sus ácidas (por no decir crueles) opiniones al respecto no hacen un bien a nadie (ni siquiera a ellos mismo). Digo yo que, por una vez, podrían haber dejado de lado su profesionalismo petulante, podrían haber obviado lo que para todos es obvio (que esta película no es la sobrecogedora La passion de Jeanne d'Arc de Carl Theodore Dreyer, obra maestra del cine mudo francés que me fascina y de la que puedes abrir boca aquí) y, por qué no, haber pedido encarecidamente al público que asista a las salas, que las inunden el día del espectador y, por el bien de la finalidad del proyecto, que conviertan a Lo que de verdad importa en la película más taquillera del año.

No estoy segura de que esos que se hacen llamar "críticos de cine" puedan comprender que, gracias a sus comentarios, gente que confía en su criterio no irá a ver esta cinta. Tampoco creo que sean conscientes de que no van a cobrar menos por limitarse a escribir "bueno, no es la película del año pero los beneficios irán íntegros destinados a una buena causa y solo por eso, señores espectadores, deberían ir a verla". Sí, de acuerdo, son profesionales del medio pero, ante y por encima de todo, son personas. ¡Qué país este en el que Torrente 2: Misión en Marbella recaudó en 2001 más de veintidós millones de euros! ¡Veintidós millones! ¿Acaso no llegan a imaginar lo que esa recaudación supondría para la mejora de la calidad de vida de los niños enfermos de cáncer en nuestro país? No, no creo, porque si lo hicieran, tan solo por un momento, no desalentarían con sus pérfidas parrafadas a que los espectadores acudamos en masa a las salas de cine. Lamentable.

Yo, al igual que ellos, la he visto y, aunque me ha parecido muchas cosas, una de ellas no ha sido moralista, mucho menos sensacionalista. No pretende adoctrinar sobre ningún credo. No busca tocar la fibra sensible con personajes moribundos, ni sensibilizar en extremo sobre una causa perdida como es aún en nuestros días el cáncer infantil. No salen niños enfermos que han perdido la totalidad del cabello, ni situaciones que induzcan al espectador a la lágrima fácil. A grandes rasgos, Lo que de verdad importa podría pasar perfectamente por una de esas películas que pone Antena3 un domingo por la tarde si no fuera porque en su BSO se incluye "Faith" de George Michael y la versión de Israel Kamakawiwo'ole de "Over the rainbow". Seamos honestos, el propósito fundamental de una comedia es entretener y esta historia entretiene. Sí, el argumento es simplón, está todo muy cogido con pinzas un día de viento de levante, pero te hace reír con situaciones cotidianas. Si cumple con su cometido y además es solidaria, ¿para qué pedir más?



Plano subjetivo:

Mis padres se cuidaron muy bien de enseñarme a desear siempre los buenos días y a dar las gracias. Al hacerme mayor aprendí además que, cuando sonríes, la gente te devuelve la sonrisa, quizás no a la primera, tal vez no a la segunda, pero tarde o temprano creas una complicidad tácita bastante contagiosa. Da igual cómo te lo plantees, ser agradable es muy fácil... si se quiere, claro. El problema está en que hay quienes se esfuerzan por resultar tan desagradables como el ruido que hace José Coronado al comer chocolate en el anuncio que protagoniza (¡dios, no puedo con él!). No es fácil convivir con quienes por sistema se esfuerzan por levantar muros que dificultan la marcha, nada fácil. Por eso la gente desagradable resulta tan peligrosa como un conjunto rocoso cerca de la orilla en una playa familiar. Aunque la marea lo tape, aunque la espuma salina lo enmascare, siempre seguirá en el mismo lugar, acechante, dispuesto a hacer daño. 

El 90% de la gente que conozco vive como si fuera inmortal. Son personas que afrontan el día a día como si fueran inmunes a las más variopintas enfermedades y creen que los reveses de la vida no van con ellos. Personalmente nunca he entendido bien esta filosofía vital tan humana como desacertada. Si la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, las personas desagradables, las distantes y las que se creen eternas siempre eligen el camino más largo. No me preguntes por qué. 

Vida hay una. Esto no es una partida que puedas sobrescribir si no termina como esperabas. Un minuto mal empleado, es un minuto que pierdes. Igual todo se reduzca a una simple cuestión de tiempo. No sé, quizás unos encuentren el sentido con suficiente antelación mientras para otros sea ya demasiado tarde. En cualquier caso, siempre es una suerte contar con alguien que encuentra el valor suficiente para agradecerte que un buen día te cruzaras en su camino, tú, tan mortal y mundano. Alguien que no necesita de palabras rebuscadas para hacerte sentir único por un rato. Alguien que ha asumido que lo que no se dice se enquista y termina haciendo daño. Alguien que al respirar al otro lado del teléfono te hace comprender que lo bueno de los días grises es que combinan con todos los colores. Alguien a quien más que nunca quisieras decirle que es la primera vez en mucho, en muchísimo tiempo que disfrutas de su presencia. A quien deseas confesarle que nunca callas por orgullo sino por miedo, por un miedo irracional a la cercanía entre ambos. Una cercanía que provoca un vértigo horrible, el vértigo que debe de sentir un funámbulo, pero uno malo, uno de esos que caminan temblorosos por la cuerda floja seguros de que, tarde o temprano, caerán al suelo desde una altura considerable. Uno de esos funámbulos que no quieren prescindir del riesgo, o quizás no puedan, o no les apetezca. Uno de esos que no llegan a viejos. Siempre es una suerte contar con alguien con quien compartes la idea de que, esos mismos académicos que han incluido en el Diccionario de la RAE el sustantivo "almóndiga", deberían inventar un término que incluyera todo lo que nos gustaría decir en los momentos en los que nos quedamos cortos de palabras.

Ser agradable es fácil, créeme. Así que, si tienes la fortuna de disfrutar de la presencia de alguien que te haga sentir bien, procura devolverle en la medida que te de. No esperes a mañana, hazme caso. No esperes porque hay algo mucho peor que el hecho de que no seas inmortal y es el que esa persona que llena tus vacíos, que te admira en la distancia, que te escucha sin juzgarte, te comprende con solo mirarte y te sonríe en silencio, esa persona en la que ahora piensas tampoco lo es.

viernes, 17 de febrero de 2017

"Manual de un tacaño", una película de Fred Cavayé (2016)


Ficha Técnica:






Título original: Radin! (¡Tacaño!)


Director: Fred Cavayé


Género: Comedia

Duración: 89 minutos


País: Francia

Estreno: 17/02/2017 en España

              






Sinopsis:


Nadie es perfecto y François Gautier, primer violinista de la orquesta local, lo sabe. Desde la tripa de su madre estaba destinado a ser un tacaño redomado, un chico asocial que no va al cine con chicas ni las lleva a cenar, un vecino problemático que no participa en las derramas comunitarias, un mal compañero que no contribuye en las colectas de cumpleaños de sus colegas. Ahorrar hasta el último céntimo es su mayor objetivo vital, por eso utiliza la luz de las farolas para iluminar su casa, cronometra el tiempo que pasa en la ducha y la cantidad de gel que utiliza, birla el papel higiénico de donde puede, consume productos caducados que le suponen problemas intestinales y va a pie a todas partes por no pagar transporte público ni gastar gasolina.
Un buen día, dos mujeres irrumpen en su vida dispuestas a ponerla patas arriba: Valérie, la nueva violonchelista de la orquesta que ve en Gautier un virtuoso del violín, y Laura, una chica de 16 años que asegura ser su hija. A partir de ese providencial momento ya nada será como antes... ¿o tal vez sí? 


Primer plano:

Hoy se estrena en nuestro país la que muchos se han aventurado a calificar como la comedia francesa del año. Quizás sea pronto para realizar este tipo de predicciones cinematográficas (solo han pasado cuarenta y siete días desde la entrada de 2017), aunque no cabe duda de que, digan lo que digan los entendidos, la película no solo se deja ver sino que cumple dignamente con su papel de comedia. Lo bueno de acudir a un preestreno es que no estás determinado por factores externos. Ninguna noticia en los telediarios, ninguna valoración en profundidad de la crítica nacional, a lo sumo alguna que otra sinopsis en webs especializadas en cine que se dedican a decir lo mismo pero con distintas palabras (¡así de rica es nuestra lengua!). En realidad, esta es la mejor manera de afrontar cualquier tarea, sin condicionantes de ningún tipo, ni buenos ni malos, algo así como beber de un solo trago un chupito de buena ginebra seca sin modernos aditivos. Y se agradece.

Aunque pueda parecer lo contrario, la historia en sí no está puesta al servicio de Dany Boon, su protagonista (cosa que no sucede en nuestro país con las comedias protagonizadas por monologuistas venidos a más). En este caso es él el que se amolda con soltura a un papel que le ha sido impuesto. En realidad podría haber sido cualquier otro, quizás el cómico desalmado Daniel Auteuil o el apátrida Gérard Depardieu, pero no. Porque, lejos de lo que pudiera parecer a principios del milenio cuando el cómico redundante de los noventa, Christian Clavier, empezaba a decaer en las salas, Dany Boon, casi una década después se comía el mercado internacional con la aclamada y versionada comedia Bienvenue chez les ch'tis (Bienvenidos al norte). Fue a partir de ese momento cuando se le erigió de manera tácita como el Louis de Funès del XXI. Lo cierto es que Monsieur Boon nunca ha destacado especialmente en nuestro país, ni como actor ni como director, ni siquiera como músico (pese a perlas como la versión de Piensa en mí de Luz Casal que puedes disfrutar pinchando aquí). Igual nunca nos lo hemos tomado en serio, igual es que él nunca ha pretendido que se le tomase así. 

Resulta curioso que, viviendo tan cerca del país galo, nos sintamos tan poco identificados con su cultura (sin ir más lejos, como nos ocurre con nuestros vecinos lusos). Es una verdadera lástima porque, nos guste más o menos, no somos tan diferentes los unos de los otros. Reímos, lloramos, nacemos, morimos, y entre tanto nos reproducimos (unos con mayor frecuencia que otros). Sí, admito que el estereotipo francés no resulta demasiado simpático: Chauvinistas como ellos solos, aficionados a protagonizar violentos disturbios por cuestiones raciales (sean estas a favor o en contra), amigos de las grèves donde tiran el contenido de los camiones españoles (los mass media actuales son tan seguidores de Julio César como la Iglesia, créeme)... pero lo cierto es que, para una que pasó un tiempo extraordinario viviendo en Brest, cuna de mi bienquerido Yann Tiersen, en Francia hay gente tan extraordinaria y gente tan gilipollas como las pueda haber en España. ¡Si es que no somos tan distintos! A mis ojos miopes y astigmáticos vivimos más atentos a los que nos diferencia del resto que a lo que nos asemeja y está claro que, si no nos sentimos como el otro, difícilmente podremos ponernos en sus zapatos. Pues eso es precisamente lo que le ocurre al gran Gautier, protagonista indiscutible de Manual de un tacaño: Como su conducta no es igual a la que tiene la mayoría, su conducta es reprobable por esa misma mayoría. Y no es mala, solo es diferente. Para él ahorrar es su modus vivendi, ajustar su presupuesto hasta el último céntimo es su día a día y, en realidad, a nadie más que a él hace daño este tipo tan obsesivo de comportamiento. Bueno, o tal vez no, porque el vivir en sociedad nos obliga en ocasiones a actuar como no deseamos. Si no se participa en un regalo común, malo. Si no se acude a cenas de empresa, peor. Si no vestimos a la moda y conservamos en mismo look desde los ochenta, malo. Si nos quejamos de las derramas vecinales, peor. Así transcurre la vida de Gautier, entre lo que desea hacer y lo que los demás pretenden que haga. Nada que ninguno de nosotros no haya probado en propia piel.

Me reí, mucho además, con esa tacañería cotidana llevada a veces al extremo. Hay situaciones tan surrealistas en esta película que no puedes dejar escapar al menos una gran sonrisa. No obstante, si hay algo que ha llamado poderosamente mi atención esos noventas minutos, ha sido el uso de la ambientación musical en propio beneficio de la historia. Curiosamente el artífice de esos reseñables arreglos no es otro que el compositor Klaus Badelt, el mismo que no acertó con Ballerina (y del que ya hablé en mi entrada anterior). Badelt juega con el espectador al punto de ser capaz de provocarle la risa y el llanto a partes iguales. Nada es lo que parece bajo su atenta mirada porque a hurtadillas maneja los hilos del espectador para cortarlos por sorpresa cuando menos se espera. Si en la película animada no acertó, en Radin! ocurre todo lo contrario y es justo reconocérselo. 


En fin, no creo que dentro de tres meses esta siga siendo considerada la comedia del año en Francia, no lo creo sobre todo porque parece que la llamada "comedia gamberra" está pegando fuerte por esos lares  (Pop Redemption, Vive la France, Les Gazelles dirigida esta última por Mona Achache, años después de su exitosa El erizo)No obstante de lo que no tengo dudas es de que no lo será en España. Aquí no estamos acostumbrados a este tipo de humor tan "louisfunesco", tan gestual, tan al estilo de los remedadores medievales, tan visual, tan lleno de matices. Nosotros somos más directos, más llanos, más espontáneos, ni mejores ni peores, solo diferentes. Tan diferentes como el bueno de Gautier. Si quieres, puedes y te apetece, disfruta del metraje. Ya luego me cuentas...




Plano subjetivo:

Todo en esta vida tiene el valor exacto que cada uno de nosotros le queramos otorgar. Lo que para unos puede resultar muy valioso, para otros no tiene por qué serlo. Es precisamente esta diferencia fundamental de criterio la que empuja a juzgarnos los unos a los otros, la mayoría de las veces sin conocimiento de causa, aun cuando sabemos que este tipo de juicios no conduce a ninguna parte. No me cabe duda de que los desencuentros vienen de la mano de la falta de diálogo, de la incapacidad para escuchar al otro, del deseo de remar siempre en una misma dirección, de la ausencia de empatía. Ese tipo de actitudes abren brechas incurables. Una auténtica lástima.

En esta película, más profunda de lo que pueda parecer a simple vista, el banquero y confesor de François Gautier sentencia algo que me gustó muchísimo: "Hay un momento en la vida en el que la única solución posible es pagar". Una de las mejores metáforas que he escuchado este año. Y es que en esta sociedad de prisas y agobios cada vez hay menos cosas gratis.

La verdad es que si tuviera que elegir entre los conceptos "conciencia" y "karma", sin duda alguna me quedaría con el segundo. No sé, el primero me recuerda a una oscura tradición religiosa que condena y mortifica, sin embargo el segundo, tan tradicional y religioso como el primero, me resulta más liberador. Los actos dañinos tienen consecuencias dañinas. Los benévolos las tienen benévolas. No hay mucho más. Cada cual es libre de hacer lo que quiera, pero las consecuencias de un solo pestañeo, tarde o temprano, se pagan. De eso sabe mucho Gautier. Yo también. ¿Y tú?