jueves, 30 de abril de 2015

Ruta de "Los pilones", Reserva Natural "Garganta de los Infiernos", Valle del Jerte (Cáceres)


Ficha Técnica:

Salida/Llegada: Centro de Interpretación 

Señalización: Homologada

Distancia: 6 km (ida y vuelta)

Tiempo estimado: 2 horas

Dificultad: Baja 





Riqueza de texturas:

Esta primavera, aprovechando tanto el buen tiempo que nos ha regalado el mes de abril como la floración de los cerezos en el Valle del Jerte, nos hemos aventurado a realizar con Guillermo la ruta circular de "Los pilones", una de las más populares (y transitadas) de la zona norte extremeña. Lo cierto es que no estábamos muy seguros de que el niño, con cuatro años apenas cumplidos, pudiera afrontar por primera vez una travesía de manera autónoma, pero debo reconocer que, además de disfrutar del corazón de la Reserva Natural "Garganta de los Infiernos" con la misma intensidad con la que su padre y yo la habíamos disfrutado tiempo atrás, se portó como un auténtico campeón. Por eso, porque ya conocíamos su trazado, preferimos realizar los seis kilómetros que la conforman en grupo y sin ayuda, pese a saber de la existencia de guías experimentados que ofrecen la alternativa de cubrir el trayecto a pie, a caballo o en jeep. Nosotros somos más de ir a lo nuestro, no solo por la libertad que entraña el poder establecer cada cual su ritmo sin necesidad de esperar ni de ser esperado por ningún extraño, sino también por saborear la certeza de que el esfuerzo que se está realizando conlleva una grata recompensa final.

La ruta a seguir (localizada entre las poblaciones de Jerte y Tornavacas en la comarca del Valle del Jerte, entre la vertiente noroeste de la Sierra de Tormantos, la vertiente suroeste de la Sierra de Gredos y el Río Jerte) se inicia en el Centro de Interpretación de la Reserva Natural, un punto que ofrece información complementaria al visitante de manera gratuita. Situado a pocos kilómetros de la localidad de Cabezuela del Valle (que se encontraba en ese momento en plena festividad del cerezo en flor), cuenta con dos salas que albergan gran cantidad de paneles y maquetas sobre la fauna y la flora propias de la zona. Desafortunadamente, desde finales del pasado año este centro se encuentra cerrado al público por reformas y, que yo sepa, sin sitio web propio.

El ascenso, al abrigo de infinidad de castaños y robles, se realiza por la ladera derecha de la "garganta". Aunque la subida es continua durante casi todo el recorrido de ida (con un desnivel acumulado de 250 metros), en ningún momento se hace pesada (ni siquiera para un niño de cuatro años). Los tramos llanos, bañados en un suave olor a lavanda y a romero, permiten descansar los gemelos mientras se observa la indescriptible belleza del entorno. Siempre hay algo que ver en este tipo de rutas, siempre, aunque solo se trate de la sombra que proyecta nuestro cuerpo y que permanece pegada a nuestros pies.  

Hacia la mitad del recorrido, un enorme saliente de piedra (desde donde se pueden realizar unas fotos espectaculares) anuncia un desvío en el lado izquierdo hacia el "Mirador del Chorrero de la Virgen". Si se dispone de tiempo (y de energías), el mirador ofrece la posibilidad de contemplar una panorámica del conocido "Chorrero de la Virgen", un impresionante salto de agua al otro lado de la "Garganta" al abrigo de los arroyos de "Putopadre" y "Riscoencinoso". 

Siguiendo el sendero establecido, antes de llegar al tramo de bajada empedrada que conduce hasta el remanso del río, hay un merendero de madera donde poder comer a la sombra tras el esfuerzo del ascenso. Desde ahí, situado a solo unos trescientos metros, se puede divisar el final de la ruta: los famosos "pilones", una zona protegida sorpresivamente bien cuidada pese al continuo tránsito de senderistas y lugareños. Estas grandes pozas, excavadas en la roca por la erosión del agua sobre el granito, destacan por ser unas inmensas "marmitas" de aguas cristalinas que los más atrevidos utilizan en verano como piscinas naturales. Las aguas de los arroyos de "Los tres cerros" y de "El collado de las yeguas" confluyen en este enclave donde Guillermo, maravillado por el verdor que le rodeaba, encontró una roca donde saciar su curiosidad infantil (y empaparse casi de pies a cabeza). 

Tras emprender de nuevo la marcha, el "Puente Sacristán" permite cruzar el río en dirección a los pilones. Es quizás este el punto menos agradable de toda la ruta ya que son muchos los que, sin reparo alguno, se paran el tiempo que consideran oportuno en medio de la estructura de madera para hacer fotos impidiendo el tránsito normal del resto. 
Salvado el escollo, una escalinata cincelada en la roca y asegurada por un cable de acero permite admirar desde una altura considerable y cómoda cómo el río fluye a distinto nivel por las pozas: Trece piscinas naturales (ojo, sin socorrista) que hacen de este paraje natural un auténtico paraíso terrenal. Y fue precisamente en ese punto, junto al caño de agua potable que baja helada desde la montaña, donde Guillermo y yo terminamos nuestra ruta de ida mientras el resto del grupo continuaba el ascenso unos kilómetros más. No voy a mentirte, a él no le hizo ninguna gracia tener que esperar sentado en una roca, pero a mí, su madre, tres kilómetros de subida me parecieron más que suficientes para su "bautizo montañero", máxime cuando todo el camino recorrido había que desandarlo. 


Reconozco que esta es una ruta familiar de fácil tránsito, aunque no por ello exenta de peligro. La gran cantidad de personas que se encuentra uno al paso hace que a veces se pueda estar demasiado cerca del borde del sendero. Las travesías fáciles tienen ese inconveniente: Cualquiera puede acceder a ellas y no todos conocen (o respetan) las normas mínimas de cortesía y tránsito de las rutas de montaña (aún nos duele la muñeca de sujetar con fuerza la mano de Guillermo en algunos tramos) y eso, créeme, resta un poco de encanto a la experiencia.

Dicen los entendidos que esta es una ruta estacional (es decir, apta para todo el año) pero yo, desde mi modesta opinión, no considero que sea apropiada para el invierno. Estoy segura de que ver el valle nevado debe resultar impresionante, pero la escarcha acumulada en los estrechos senderos no es recomendable para el ciudadano de a pie que suele disfrutar de rutitas familiares una vez al año, menos aún sin la equipación adecuada. La primavera, con el cerezo en flor, ofrece un paisaje igualmente blanco, pero con una temperatura más agradable que en el resto de estaciones, además, es cuando el río baja con mayor caudal por los pilones aportando una imagen casi de cuento de hadas al paisaje. Me place reconocer que en este país se puede encontrar zonas vírgenes hasta donde no llega el ajetreo de la ciudad. Desconectar del mundanal ruido está al alcance de tu mano... y, afortunadamente, también del de la mía.

Sensación visual:

Tras la vuelta de las vacaciones de Semana Santa, la señorita de mi hijo me pidió unos minutos para hablar conmigo. Estaba sorprendida por el entusiasmo que Guillermo había puesto al explicar a sus compañeros su "aventura en la montaña". Durante la charla me limité a sonreír y a asentir mientras ella comentaba los beneficios que este tipo de experiencias supone en los más pequeños (¡cómo si yo no los conociera!).

Me consta que con cuatro años el mundo aún cabe en una sola hoja de papel. Una que se va rellenando poco a poco con unos trazos cada vez más definidos, aunque todavía poco realistas. La manera que utilizamos para enfrentamos a diario a las circunstancias es la encargada de complicar las tramas de nuestra historia personal, por desgracia no siempre con demasiada fortuna. He conocido a gente cuyas vidas abarcaban cientos de páginas tristemente vacías de contenido, o repletas a toda prisa con mentiras y desvaríos que dudo que ellos mismos pudieran creer. Igual otras fueron capaces de conquistarme escritas tan solo en formato DIN A12 (la capacidad de sorprender, esa que ya pocos conservan). De todo se aprende. 
Guillermo y yo (Sábado, 04/04/2015)

Observo a mi hijo con detenimiento, prestando la misma atención a sus defectos (que los tiene) que a sus virtudes. Los años me hacen enseñarle que tan importante es el contenido como la forma. Lo que tenga que escribir, que no siempre será del gusto de todos, que lo escriba "despacito y con buena letra", sin tachaduras que lo afeen. Si un párrafo no le gusta, que lo borre y escriba uno nuevo, o que lo utilice de base para idear otro mejor. Intento que comprenda que, aunque existen miles de caminos que conducen al mismo lugar, en realidad todo se reduce a saber elegir aquel que nos haga más grato el trayecto. No hay más.