viernes, 14 de marzo de 2014

"La gran belleza", una película de Paolo Sorrentino (2013)



Ficha técnica:


Título original: La grande bellezza

Guion: Paolo Sorrentino y Umberto Contarello


Género: Comedia dramática

País: Italia

Duración: 142 minutos




Sinopsis:

Las noches de estío romanas sirven de escenario a las más variopintas relaciones. Un desfile de personajes insustanciales de existencias vacías y deprimentes que pasan por delante de un asqueado Jep Gambardella, periodista y autor de una única novela que busca próximo al final de sus días la esencia de la vida.


Primer plano:

Recuerdo de mi época de instituto la práctica habitual con la que Ana, una amiga de la clase de “ciencias mixtas”, solía solucionar sus conflictos internos. Cuando alguna cuestión le quitaba el sueño, ella cogía la Biblia, hacía su consulta en silencio y la abría  al azar con la esperanza puesta en alguno de sus versículos. Yo, de la clase de “letras puras”, prefería recurrir a la sabiduría de los clásicos greco-latinos. En aquella época, dado que Dios no ponía ningún reparo en ignorar mis súplicas, me vi obligada a dejar de hablarle. Hasta hoy.

Es curioso, ayer a lo largo de una conversación cité uno de los "Diálogos" de Sócrates, aquel en el que un filósofo afín se le acerca con la intención de contarle ciertos rumores maliciosos sobre uno de sus alumnos. Con aplomo, antes de darle pie al discurso, el maestro de Platón le sugiere que calle si no tiene la certeza de que la información que va a compartir es verdadera, buena y útil. ¡Ay, qué poco hemos heredado de aquellos griegos! En el siglo XXI impera la moda del hablar por hablar, sin tener nada especial que decir, sin plantearnos las consecuencias que una simple frase puede llegar a tener en el otro. Somos dados a inventar, a fantasear, a llenar de trazos surrealistas nuestros propios bocetos hechos a carboncillo solo para lucir bonitos de cara a la galería. Y, como no podía ser de otra manera, esa extraña cadena de pensamientos que brotan tan a su antojo como la mala hierba encontró en La gran belleza el mejor de los cierres.

Hace un par de meses alguien me recomendó con una insistencia machacona que viera esta película. Que si no te la puedes perder, que si tú sabes de lo que hablo, que si dale mamita rica, que si tal, que si cual. Tanto me insistió que no pude más que sucumbir exhausta a los pies de su recomendación. Y tenía razón, la tenía en todo lo que me había confesado y hasta en lo que se había callado. La grande bellezza es una auténtica delicia, una tragicómica concatenación de diálogos mordaces que sirven de base a una crítica feroz a la belle vie. Un poema visual dedicado a los excesos de una alta sociedad paradójicamente a la baja. Lo curioso del asunto es que, cuando tuvimos la ocasión de poner en común nuestras impresiones, parecía como si hubiésemos visto dos películas diferentes. Ese es uno de los valores en alza de esta cinta, la posibilidad de saborear la historia según el lugar desde el que te toque verla.

Consciente de que el tándem Sorrentino-Servillo ha funcionado en las tres ocasiones anteriores (Il divo en 2008, Le conseguenze dell'Amore en 2004 y L’uomo in più en 2001), no iba a dejar pasar la oportunidad de verla. Ahora que sabemos que está avalada por tres premios internacionales a la "mejor película de habla no inglesa" (un Oscar, un Globo de Oro y un premio BAFTA), ¿cómo vas a dejar pasar la oportunidad de verla tú?

Esta es una historia de interiores que se ocultan al exterior, de apariencias convertidas en costumbres, de mentiras y excesos, de soledad. El peso de la vejez cae de un golpe sobre la espalda de Jep Gambardella, el  indiscutible protagonista de la historia, convirtiéndola en una cruz que cargar a modo de penitencia. De repente es consciente del misterio de la vida: Esta dura solo dos días y él está a punto de malgastar el segundo. Mientras el mundo sigue girando bajo sus pies, él se para unos minutos a observar la artificialidad de quienes le rodean, esa decadencia social que tanto le asquea, pero de la que no sabe prescindir. Su posición le permite descubrir que la felicidad que rezuman sus compañeros de juerga no es más que un papel que interpretar, una sobreactuación fallida de quienes no profundizan en ellos mismos para no tener que enfrentarse a sus miserias. Gambardella entonces decide aminorar su paso definitivamente y, al estilo de los héroes de las tragicomedias clásicas, comienza a buscar la gran belleza, la primigenia, la que no tiene tetas de silicona ni los labios cómicamente rellenos, la que atrae y atrapa, la que  dibuja la silueta de nuestro cuerpo con la yema de los dedos empapada en nuestra propia saliva, la que nos hace rejuvenecer veinte años de una sola vez... pero no la encuentra... porque no sabe dónde buscarla. En el ocaso de su vida le toca pagar la pena por haber disfrutado de una existencia ligada a los excesos de la noche romana, a esas noches de fiesta continua en la que se desenvuelven los juguetes rotos, los mediocres, los vividores, los amorales, tristes, solitarios, los lerdos. Personas que han creado un “alter ego” vanidoso y presuntuoso porque se sienten incapaces de mirarse al espejo al natural seguros de que no les va a gustar lo que verán reflejado en él. Sacerdotes pecadores. Políticos corruptos. Famosos de segunda fila venidos a menos. Escritores sin inspiración. Artistas sin modelos. Nobles sin dinero. Reyes sin corona. La Roma nocturna es el paraíso de los ángeles caídos resignados a lucir una existencia que no soportan. Y es allí, en el vórtice del huracán, donde se apaga el cronista de la historia, el cavaliere Gambardella, sin saber hacia dónde se dirigen sus pasos, encadenándose de pies y manos al pasado adolescente, acunando recuerdos incapaz de albergar la mínima esperanza de futuro. Luz y oscuridad. Color y escala de grises. Puro cinismo, pero de ese que es real, bueno y útil.





Plano subjetivo:

Estoy convencida de que en el mundo en el que vivimos es difícil encontrar la gran belleza. El miedo a mirarnos de frente al espejo, despojados de todo lo accesorio, nos paraliza. Tememos reconocer ante los demás nuestras propias limitaciones aun cuando somos humanos, imperfectos, pasionales, vulnerables, maliciosos y, por encima de todo lo demás, mortales. Atesoramos objetos inútiles, maquillamos nuestros rostros, vestimos una imagen artificial de nosotros mismos más acorde al entorno que a nuestra propia naturaleza y salimos al mundo dispuestos a comérnoslo a la hora del aperitivo. Dejamos escapar miradas fugaces que nos fotografían de pies a cabeza mientras permanecemos inmóviles a la espera de que el semáforo nos permita continuar nuestra frenética marcha. Obviamos el roce de nuestra piel con una piel ajena en el abarrotado autobús que nos lleva a nuestro destino fijado. Disfrazamos nuestras oportunidades perdidas para que parezcan pertenecer a otros. Y así seguimos...


P.S. La próxima vez, cuando los astros se confabulen a tu favor para congelar el tiempo durante un par de horas, párate un minuto a observar a quien tienes delante. Igual en esa ocasión puedas ser capaz de reconocer que el color de esos ojos que te miran con sincera admiración no es un inusual ámbar sino, simple y llanamente, un vulgar marrón.