viernes, 5 de junio de 2015

LIVE the ROOF, Terraza del Hotel Inglaterra, Sevilla (2015)


Ficha técnica:



Título: "La gira fantasma"

Intérprete: Coque Malla 

Lugar: Terraza del Hotel Inglaterra (Sevilla, España)

Fecha: Viernes, 05 de junio de 2015




Riqueza de texturas:

Dicen las mentes más derrotistas que en esta vida está todo inventado. Y puede que no les falte parte de razón, pero una parte muy pequeña donde la innovación y la adaptación a los tiempos que corren no tienen cabida.



Para ponerte en antecedentes, en esta ocasión debo remontarme al 30 enero de 1969. Por aquel entonces, mientras mi propia existencia ni siquiera era un proyecto a corto plazo de dos enamorados que se besaban a escondidas, la historia de la música universal estaba a punto de vivir un acontecimiento que la revolucionaría por completo. En la azotea de los Apple Corps de un ilustrativo y mod Londres, los cuatro de Liverpool, sumidos en una crisis que acabaría con su ruptura definitiva, daban su último concierto como banda. Sé que no es este el lugar para teorizar sobra las razones que terminaron por convertir a The Beatles en leyenda tras su disolución, pero si me viera obligada a elegir entre la mala influencia de Yoko Ono, el mal rollo de George Harrison que se veía relegado a un segundo plano o la prematura muerte de Paul McCartney acallada por los servicios secretos de su graciosa majestad a finales de 1966, sin duda alguna soy de las que inclinan la balanza hacia la teoría de la conspiración. El bajista de "los escarabajos" murió en un accidente de tráfico en Abbey Road (como muestra el homenaje de sus compañeros en la portada del disco de idéntico nombre) y fue sustituido por la mala copia de un guitarrista diestro (Paul era zurdo) que se habían sacado de la manga en un concurso de imitadores del de Liverpool y que ha vivido el resto de su vida gracias al talento de aquel (por mucho que al marido de mi amiga Almudena, fan incondicional de la banda, le guste llevarme la contraria en este punto). Te aseguro que este tema nos daría para hablar horas, pero igual lo dejamos para otro día. El tiempo apremia, la emoción me embarga y estoy a punto de caminar un palmo por encima del suelo. The Beatles tocaron en la azotea de su estudio discográfico hasta que los vecinos de la zona llamaron a la policía. Una auténtica revolución musical de cuando mis padres se moceaban. ¡Lo que son las cosas! 

11Cuarenta años después, aquí, en este país en decadencia perpetua, un grupo de locos por la música tuvo la genial idea de hacer suya aquella escenografía nacida de una discusión a cuatro bandas: ¿Por qué no ofrecer conciertos en las azoteas? Y de esta manera tan de andar por casa surgió "Live the Roof" hace ahora casi un lustro. Con un aforo limitado a un reducido número de privilegiados (alrededor de cien) y unas entradas con precio más que asequible (25€ para la compra online, 30€ si es en el lugar de la actuación), han conseguido cambiar la concepción de "concierto" habitual convirtiéndolos así en una experiencia casi mística. En un entorno que permite rozar las nubes con la yema de los dedos, los artistas se encuentran cómodos a escasos metros de un público, que durante la actuación, permanece sentado en el suelo con una cerveza en la mano o copeando a pie de barra. Créeme, "Live the Roof" es el artífice de que la música adquiera una dimensión a la que, al menos yo, ciudadana media, no estaba acostumbrada. 

En julio del año pasado, gracias a la decepción amorosa que le cayó encima a un buen amigo como una jarra de agua helada, acabé prestándole mi hombro en el concierto que la cordobesa Vega ofreció en la maravillosa terraza del Hotel Inglaterra de la capital andaluza. La noche era ventosa y especialmente gris. La climatología pugnaba con la voz de la cantante en una batalla sin tregua, pero nada de eso me importó. Allí sentada, sin apenas arreglo por la repentina invitación, consolando a una persona extraordinaria afectada por los desvaríos de un nomen nescio que no merecía ni una sola de aquellas lágrimas, viví aquel concierto como si fuera el primero. No te haces una idea de lo que esta relación artista-público es capaz de conseguir. La chica se portó. Estuvo simpática, cercana y atenta con los allí presentes. Vega, además de ser guapa (muy guapa), tiene un saber estar especial en el escenario, cierta timidez natural que aporta lucidez a sus letras. Esa noche supe que iba a repetir, no sabía cuándo, dónde, ni con quién, pero repetiría la experiencia seguro. 


                                             Concierto acústico de Vega, "LivetheRoof", Sevilla, 2014

En cuanto se empezó a perfilar el programa de conciertos de este año, ese amigo que ya no necesita, por fortuna, ser consolado por el mal de amores, me llamó por teléfono. "Elige uno, el que más te apetezca, el que más rabia te dé, no me importa. Elige uno que yo te invito". Se me hizo la boca agua al instante. A ver, con sinceridad, yo no sé cuántas veces te pasa a ti algo así a lo largo del año, pero a mí las veces que me ocurren se pueden contar con los dedos de la manos de un perezoso. Al principio dudé. "Marlango o Coque Malla. Coque Malla o Marlango". Tic-tac. Tic-tac. Entonces eché mano de Youtube y, teniendo en cuenta el conciertazo del madrileño de la anterior edición, se me disiparon las dudas al instante. "Oye, nos vamos a ver a Coque Malla, ¿os hace?". Y les hizo. Por eso hoy, cinco de junio de dos mil quince, a las nueve de la noche, tras llevar meses detrás de unas entradas que levantamos al aire triunfales como los once que levantan una copa llena de humo mientras la masa enloquecida corea sus nombres, estamos aquí plantados dispuestos a vivir "La gira fantasma" de Coque Malla, coqueteando los tres con "La Giralda" copa en mano en una velada que, de seguro, será memorable. Porque nos quitaremos durante unas horas veinte años de encima. Porque perderemos la voz coreando alguna canción que antes apenas conocíamos (la movida de los ochenta nos pilló siendo casi unos niños) pero que se encuentra dentro de la memoria colectiva de una generación que sabía luchar por sus derechos. Porque aquí arriba olvidaremos por un rato la rutina vital y la costumbre machacona que inunda nuestros cerebros a diario. Porque los malos tragos con buenos amigos nunca saben amargos. Porque sí, porque solo se vive una vez sobre las azoteas. "Y por las noches haremos lo de siempre, porque nos gusta y porque nos divierte".


Concierto acústico de Coque Malla, "LivetheRoof", Sevilla, 2014

Para tu información, la programación completa la puedes encontrar en la web oficial del evento (www.livetheroof.com), en su Facebook (www.facebook.com/LiveTheRoofOficial) y en su cuenta de Twitter (https://twitter.com/livetheroof). También a través de la web puedes comprar tu entrada. Porque ya son muchas las ciudades españolas que se han unido a esta original iniciativa gracias a "LivetheRoof" y a "Licor43" (Sevilla, Málaga, Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, San Sebastián y Vigo). Por si fuera poco, este verano está a punto de formar parte del club Cádiz (mi Cádiz), que tendrá como marco de belleza inigualable sobre el Océano Atlántico la terraza de su Parador. Todo un lujo al alcance de nuestras manos, de la tuya y de la mía. ¿De verdad que lo vas a dejar escapar?


Sensación visual:

Esta noche nada importa. En la distancia que nosotros mismo nos queramos marcar, puedo asegurar que disfrutaré de esta velada mítica en la mejor compañía que pueda desear. Que chapurrearé copa en mano la letra de las canciones a voz en grito. Que brindaré por nuestra salud las veces que mi bolsillo aguante. Que bailaré al ritmo de una música que no me es ajena convencida de que, si estuvieras aquí (no necesariamente conmigo) valorarías la experiencia como quien más. Que luciré mi sonrisa prefabricada a golpe de braquets y talonario. Que reiré hasta notar cómo mi mandíbula se desencaja. Porque mañana... mañana... mañana será otro día.  

P.S. Todas las fotos están tomadas de la página oficial del evento.



martes, 2 de junio de 2015

"512 hours", performance de Marina Abramović, Serpentine Gallery, Londres (2014)


Ficha Técnica:


Título original: 512 hours

Género: 
Performance

Artista: 
Marina Abramović

Lugar: "Serpentine Gallery" (Londres, Inglaterra)

Año: 2014




Riqueza de texturas:


Rara vez escribo sobre las cosas que no me gustan. Me resulta una insufrible pérdida de tiempo divagar sobre lo que no me emociona, máxime cuando con ello ni tú ni yo ganamos nada. Puedo ofrecerte mi opinión, puedo aconsejarte que inviertas unas horas en algo que, cuanto menos, te va a suponer una apertura de miras, pero no le veo sentido alguno a que una pataleta mía pueda mermar tu curiosidad infantil. Esta entrada no es en sí una excepción (aunque pueda parecerlo a simple vista) porque, si bien el tipo de performance que predomina en “512 hours” no es de mi agrado, es de justicia reconocer la valía del engranaje secundario que la conforma hasta el punto de ser considerada en su conjunto por la crítica una "manifestación escénica única e indescriptible".

La mayoría de las veces las cosas surgen sin un por qué o, al menos, sin uno que “a priori” estuviera planeado exactamente de esa manera. Ese/a es el/la único/a performance que tolero, el/la que va unido/a a la improvisación por parte del artista, que interactúa como impulsado por un resorte con el público, sea suyo (intencional) o no (pasaba por allí). Las estatuas humanas, los mimos, el body art, las manifestaciones callejeras espontáneas. Pero no es este tipo de escenografía el que la artista serbia, Marina Abramović, hace suyo en “512 hours”. No. En este caso ella aporta la idea, solo la idea, y es el público en su totalidad quien la materializa, quien improvisa, quien interactúa con el resto, quien aporta una visión subjetivísima de la concepción artística, quien crea. En definitiva, es el público en masa quien se convierte en un ente “juanpalomesco” multicultural (el que se lo guisa y, en consecuencia, se lo come) al servicio absoluto de quien se lleva todo el mérito. Un despropósito.


Sí, yo estuve allí o, al estilo de performance que tolero, improvisé una visita el último día que la artista serbia actuaba en Londres, el domingo 25 de agosto de 20014 (así salió). Era nuestro cuarto día de vacaciones familiares en la ciudad de la olvidada Daphne du Maurier, la escritora cuya novela más conocida llevó Hitchcock con gran éxito al cine, Rebeca ("Last night I dreamt I went to Manderley again"). El clima favorecía largas caminatas y mi hijo correteaba por Hyde Park tras la sombra de las juguetonas ardillas. La escucha furtiva de los Speakers Conners de Marble Arch otorgaba cierto vértigo nostálgico a la mañana mientras nos encaminábamos sin prisas a la “Serpentine Gallery”. 

¡Por el Santo Job, qué cola! Kilómetros de gente ansiosa por ver de cerca a la Abramović. ¿Esperar o no esperar?, That’s the questions! La cosa prometía. Solo el público, unos cuantos accesorios y ella. Solo. Porque para acceder a la sala, además de ser portador de una paciencia infinita, había que dejar fuera todo lo que se llevara encima: bolsos, relojes, bisutería, llaves, cámaras de fotos, móviles... ¿Móviles?, ¡¡por favor, con un niño de tres años en un país extraño no puedo desprenderme del móvil así por las buenas!! Ese vínculo tranquilo y técnico, ese cordón umbilical artificial y artificioso que me une a mi pequeño cuando estoy sin estarlo no hay quien lo corte por muy Marina Abramović que sea. A ver, que yo entiendo su postura pero, ya que para llevar a cabo su escenografía se valía por completo de mí y de todos los que como yo tenían cierto interés en verla, ya que sin nosotros su performance no tendría ninguna razón de ser, ya que se estaba obligado a ceder los derechos de imagen por amor literal al arte, alguna concesión se tendría que hacer, ¿no? 

Pues no, las normas eran claras, estrictas y algo numerosas para tratarse de un acto de improvisación. En fin. Prohibida la entrada a menores de doce años. Prohibida la entrada con accesorios no permitidos por la artista. Aforo limitado pero sin límite de tiempo para permanecer dentro de la sala (vamos, que si nadie salía en tres horas la cola permanecía inmóvil durante esas mimas horas). En fin, en fin. Lo cierto es que reconozco no ser demasiado mitómana, al menos no de ninguna persona que comparta tiempo vital conmigo. Para mí solo los que se han ido y han perdurado en la memoria colectiva con intensidad son merecedores de ese tipo de admiración enfermiza que acelera la respiración. Y este, obviamente, no es el caso. Marina Abramović, una transgresora nata de las reglas establecidas que impone demasiadas normas a los participantes de sus escenografías. Pura hipocresía artística que la crítica ha pasado por alto. En fin, en fin, en fin. Es cierto que existen cientos de razones para caer rendidos a los pies de la artista serbia, entre ellas el hecho de ser pionera en este tipo de escenificaciones (su montaje anterior a este en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 2010, “The Artist is Present”, me parece un documento humano de una belleza emotiva indescriptible), pero no siempre se puede ser caballo ganador, a veces hay que conformarse con haber sido invitado a la carrera.

Se ve que la sugestión en masa es un arte demasiado novedoso para mí porque, en realidad, a eso se reduce todo. A una sala blanquecina y vacía donde el "síndrome de la guardería" hace acto de presencia: Si uno llora, los demás lloran. Si uno ríe, los demás también reirán. "Si te marchas ahora no te verás en otra oportunidad como esta" me reprochó la típica inglesita rubia, angelical e insulsa que estaba tras de mí cuando le comenté que no aguantaba más estar allí plantada. ¡¿Cómo?! ¿A mí me hablas de oportunidades? Hay tantas cosas significativas que hacer a lo largo del día, hay tanta gente maravillosa que me rodea, que ni en mil años cambiaría la cara de mi hijo al ver el esqueleto de un Diplodocus en el Museo de Historia Natural por todo un día exhalando el mismo oxígeno que Marina Abramović. Cuestión de prioridades... y de gustos.

Bueno, al final entré, no a participar del/de la performance, pero sí a cotillear un poco lo que se cocía allí dentro. Y es precisamente todo ese engranaje secundario el que me tiene aún fascinada. La pequeña librería dispuesta a la izquierda de la entrada, frente al mostrador de información, preparada con un gusto exquisito con parte de su material didáctico y artístico a la venta. Ni qué decir de la delicadeza de la pequeña exposición visual que había en la antesala y donde, por el módico precio de cinco libras, se podía adquirir una lámina en blanco y negro conmemorativa del evento que aún tengo por colgar en mi estudio. El comportamiento de los trabajadores de la "Serpentine Gallery", impecable. La amabilidad de la chica de información incuestionable. Por allí me paseé a mis anchas mientras los demás hacían cola, por allí por donde también deambulaba Marina Abramović en buena compañía, a escasos centímetros físicos de mí pero a kilómetros de distancia en realidad. 

Como parte de “512 hours” y de la asombrosa magia en sombras que la envuelve, la artista registró un diario en el que iba agradeciendo las muestras de afecto recibidas durante cada una de las interactuaciones y las impresiones que a ella misma le causaban. Del mismo modo, el público fue invitado a compartir lo que les había sugerido la experiencia. Estas apreciaciones espontáneas fueron subidas a Tumblr dando forma a un documento visual de una heterogeneidad tan sorprendente como ilustrativa, miles de sentimientos plasmados en un insignificante trozo de papel que cobra protagonismo a ojos de cada uno. Por suerte, para disfrutar de esta experiencia no es necesario hacer cola durante horas.  


Sensación visual:

¿Sabes de esas veces que descubres que te gusta algo solo porque le gusta a alguien a quien aprecias de verdad, alguien por quién sientes una admiración especial, alguien que te importa sin tener que importarte?

Y, ¿sabes qué?, que Marina Abramović no vale más que tú y que yo por mucho que haya quienes viven empeñados en hacérselo creer. Que tú me vendas los ojos como sucede en su performance y seguro que muero allí mismo de pura emoción. Que si me susurras al oído palabras ininteligibles mis pulmones se quedan sin aire. Que si me lo pides soy capaz de interpretar el papel de mi vida. Que las emociones no van en línea recta, ni se proyectan de pie en una cola infinita. Que la gente no nos deja de importar por que sí, que siempre hay un motivo razonable. Que lo que eriza la piel puede ser la mirada furtiva de un desconocido que desearías que no lo fuera tanto, o una sola palabra vocalizada en un mar de gritos. 

La vida en sí es el/la mayor performance del/de la que debemos formar parte como protagonistas indiscutibles de cuanto acontece a nuestro alrededor. Lo demás, puro formulismo.