sábado, 19 de octubre de 2013

"Esparcido el cabello por la espalda", Soneto de Félix Lope de Vega y Carpio (1562 – 1635)



Ficha Técnica:



Título: "Esparcido el cabello por la espada"

Autor: Félix Lope de Vega y Carpio

Antología: Poesía selecta

Selección: Antonio Carreño

Editorial: Cátedra (2013)

País: España





SONETO 

Esparcido el cabello por la espalda
que fue del sol desprecio y maravilla,
Silvia cogía por la verde orilla
del mar de Cádiz conchas en su falda.

El agua, entre el hinojo de esmeralda,
para que entrase más el curso humilla;
tejió de mimbre una alta canastilla
y púsola en su frente por guirnalda.

Mas cuando ya desamparó la playa,
«Mal haya, dijo, el agua, que, tan poca
con su sal me abrasó pies y vestidos».

Yo estaba cerca y respondí: «Mal haya
la sal que tiene tu graciosa boca,
que así tiene abrasados mis sentidos».


En la teoría:


¿Qué puedo decir de Lope de Vega que no se haya dicho ya? Seguramente nada pero, a ver, es que esta entrada no va sobre uno de los autores más prolijos de la historia de la literatura universal. Ni sobre uno de los enemigos declarados de Góngora, ni de los rivales de Cervantes o los amigos de Quevedo. Esta entrada no va sobre uno de los mejores dramaturgos de todos los tiempos (Fuenteovejuna, La dama boba, El caballero de Olmedo, El perro del hortelano, El castigo sin venganza...). Esta entrada va sobre uno de sus sonetos, uno dedicado a una Silvia en particular que recogía conchas por las playas de Cádiz hace cuatro siglos. Casualidades de la vida.

Yo, que confieso no ser muy lectora de poesía, tengo reservadas en un cajón de mi cerebro algunas joyas literarias de esas que tiran pellizquitos. Este soneto de Lope. El "Elogio a la mujer chiquita" que hace el Arcipreste de Hita en el Libro de Buen Amor. "Táctica y estrategia" de Benedetti. El poema "21" de Oliverio Girondo. El "12" también. Estos versos me reconcilian con un género con el que nunca me he llevado especialmente bien. La fortuna me sonríe. La ignorancia se ha olvidado de mí. 

Mi relación con este soneto comienza bien pronto. Corría el año 86. El Ayuntamiento de Cádiz tuvo la genial idea de sacar una colección de cromos sobre la ciudad y sus rincones más emblemáticos: "Cádiz, 3000 años de historia". Recuerdo haber comprado el último de la colección, el que se me resistía, a un vecino por cincuenta pesetas. Tendría yo diez u once años. ¡Qué tiempos! En la última página de ese álbum, que acabo de encontrar completo por internet de segunda mano en la mítica Librería Raimundo de Cádiz con los cromos sin pegar (no, no he podido resistir la tentación de comprarlo), aparecía este soneto de Lope de Vega que debí de leer al menos mil veces. A esa edad me resultaba fascinante que alguien hiciera referencia en el siglo XVII a una Silvia que cogía conchas en la orilla del mar de Cádiz (océano en realidad). Cosas que pasan.

No voy a perder el tiempo escribiendo sobre la estructura del soneto. No voy a medir las sílabas de sus endecasílabos, ni a analizar la rima de sus catorce versos. El contenido es simple, la forma clásica. Así que déjame que hoy me permita una pequeña licencia contigo. Ya sabes que no soy mucho de pedir, así que, por favor, dame este gusto que no te llevará más de un par de minutos. Lee este soneto con calma, saborea sus palabras, deja que el olor salino de mi tierra juguetee con tu nariz, sumérgete en sus líneas como lo harías en sus aguas, bucea en su interior casi en apnea y no sueltes mi mano. Pase lo que pase no la sueltes. Hoy no.



En la práctica:

Lope de Vega pasó un tiempo en Cádiz, en una "casa de vecinos" situada bajo la que los gaditanos conocemos como "Catedral antigua", la Iglesia de Santa Cruz, en el Barrio del Pópulo. Si tienes la suerte de pasear por mi ciudad de nacimiento, no dudes en dejarte envolver por el embrujo de sus céntricas calles. Se da la circunstancia de que "El Pópulo" es el barrio más antiguo de esta ciudad trimilenaria bañada por el Atlántico y, por motivos personales que no vienen al caso, es un lugar especialmente significativo para mí. Demasiadas cosas me unen a él, esas que no necesitan de palabras, que sobreviven en el tiempo, que hacen sonreír a solas. Si tienes la suerte de pasear por mi ciudad de nacimiento, piérdete unas horas por el centro histórico hasta llegar a la escalinata de la citada iglesia. Una vez allí busca la placa que se ve más abajo y, mientras la lees, ten por seguro que, en algún momento impreciso hace algunos siglos, Lope de Vega estuvo en ese mismo lugar. Yo también.





A LOPE DE VEGA CARPIO, CUYO PASO POR ESTOS LUGARES INMORTALIZÓ LA DOROTEA.

EL ATENEO DE CÁDIZ EN EL CXXV ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN.

22 AGOSTO 1983″.


4 comentarios:

  1. Uno de mis sonetos favoritos de Lope. Viva Cai.

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  2. Y su gente, Jaime, viva "Cai" y su gente. Un saludo tan agradecido como afectuoso.

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  3. Muchas gracías por tu entrada, justo hacía un trabajo sobre el poema y es un dato nuevo aquello de que Lope estuvo en Cadiz...

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    1. Gracias a ti, Sofía, por tu comentario, tu tiempo y tu interés por Lope de Vega. Que los afectos, como los vientos, te sean favorables. Saludos.

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