miércoles, 12 de agosto de 2015

"Lunes 12 de agosto", fragmento de la novela "La Tregua" de Mario Benedetti (1960)


"Lunes 12 de agosto.

Ayer de tarde estábamos sentados junto a la mesa. No hacíamos nada, ni siquiera hablábamos. Yo tenía apoyada mi mano sobre un cenicero sin ceniza. Estábamos tristes: eso era lo que estábamos, tristes. Pero era una tristeza dulce, casi una paz. Ella me estaba mirando y de pronto movió los labios para decir dos palabras. Dijo: “Te quiero”. Entonces me di cuenta de que era la primera vez que me lo decía, más aún; que era la primera vez que lo decía a alguien. Isabel me lo hubiera repetido veinte veces por noche. Para Isabel, repetirlo era como otro beso, era un simple resorte del juego amoroso. Avellaneda, en cambio, lo había dicho una vez, la necesaria. Quizá ya no precise decirlo más, porque no es juego: es una esencia. Entonces sentí una tremenda opresión en el pecho, una opresión en la que no parecía estar afectado ningún órgano físico, pero que era casi asfixiante, insoportable. Ahí, en el pecho, cerca de la garganta, ahí debe estar el alma, hecha un ovillo. “Hasta ahora no te lo había dicho”, murmuró, “no porque no te quisiera, sino porque ignoraba por qué te quería. Ahora lo sé”. Pude respirar, me pareció que la bocanada de aire llegaba desde mi estómago. Siempre puedo respirar cuando alguien explica las cosas. El deleite frente al misterio, el goce frente a lo inesperado son sensaciones que a veces mis módicas fuerzas no soportan. Menos mal que alguien explica siempre las cosas. “Ahora lo sé. No te quiero por tu cara, ni por tus años, ni por tus palabras, ni por tus intenciones. Te quiero porque estás hecho de buena madera”. Nadie me había dedicado jamás un juicio tan conmovedor, tan sencillo, tan vivificante. Quiero creer que es cierto, quiero creer que estoy hecho de buena madera. Quizá ese momento haya sido excepcional, pero de todos modos me sentí vivir. Esa opresión en el pecho significa vivir".


Ficha Técnica:

Título original: La tregua

Autor: 
Mario Benedetti

Género: Novela


Páginas: 208


ISBN: 9788490626726

Editorial: DEBOLSILLO

País: Uruguay



Argumento:

Martín Santomé, un viudo de 49 años que vive en Montevideo, comienza a registrar en un diario su día a día, desde los momentos más rutinarios hasta la entrada en escena de Laura Avellaneda, una empleada a su cargo más joven que él con la que mantendrá una relación secreta. La naturaleza de una serie controlada de encuentros sexuales entre ambos desembocará en un amor tan incontrolado como vivificador. Sin embargo, esa tregua que la providencia parece haberle regalado a Martín durará poco y, de vuelta a su anterior vida, no le quedará más que reconocer que, en realidad, su existencia ha estado siempre destinada a la más absoluta, devastadora y deprimente rutina.    


En la teoría: 

El Diccionario de la RAE define "tregua", en su segunda acepción, como "intermisión, descanso". A su vez, define "intermisión" como "interrupción o casación de una labor o de cualquier otra cosa por algún tiempo" y "descanso", también en su segunda acepción, como "causa de alivio en la fatiga y en las dificultades físicas o morales". Me entusiasma que las palabras se relacionen entre sí con ese extraño afecto con el que se forjan las amistades en la etapa de colegio, esas que se van diluyendo con el tiempo y que son las primeras que se buscan en las redes sociales. Pocas cosas en esta vida nuestra ofrecen una visión tan certera de la realidad como el uso adecuado (y correcto) que hacemos de las palabras. Nos describen, nos conforman como personas, nos revelan ante los demás tal como somos y no tal como desearíamos ser (sonrío cada vez que escucho a algún avispado "agudizar" la vista mientras le pregunto mentalmente si no sería más conveniente "aguzarla". Siempre mentalmente, claro). 


Podría escribir cientos de adjetivos para un solo sustantivo atribuidos a La tregua sin repetir ninguno de ellos. Podría extraer miles de frases y enumerarlas aquí una tras otra como las cuentas de un collar de la exclusiva (y carísima) joyería Mouawad. Podría recomendarte de un millón de maneras diferentes que leyeras esta novela, poco a poco, sin prisas, sin condicionantes. Pero hoy no me apetece sacarme ningún as de la manga para intentar en vano ganarle la partida a las innumerables entradas que se publican a diario sobre Benedetti y su obra. Hoy prefiero concedernos una tregua, a ti y a mí, no porque no me crea capaz de divagar sobre el uruguayo, sino porque empiezo a considerar más que nunca que faltan demasiadas cosas por decir sobre algunas causas que apenas conocen descanso.

Mi hermana pequeña lleva años reprochándome el que siga sin aclararme con los colores que se utilizan en casa para el reciclaje. Y tiene razón, no me aclaro, ni con los colores ni con lo que es orgánico o no. Sí, sí, sé que no soy perfecta (ni lo pretendo), así que, a cambio de esa metedura de pata con el medio ambiente, para agradecer a la providencia mis cuarenta años de vida me he hecho donante de médula ósea. ¿Por qué? Porque la leucemia es el tipo de cáncer más frecuente entre los pequeños de 3 a 5 años. Porque vuelve a hacer estragos entre los 15 y los 20. Porque, al tratarse de una enfermedad de tipo hematológico, un banco de donantes a nivel mundial catalogados por el tipo de grupo sanguíneo puede salvar vidas. Porque solo 1 de cada 4 pacientes tiene un familiar compatible, los demás deben recurrir a registros como el REDMO (Registro de Donantes de Médula Ósea), que en España gestiona la "Fundación Josep Carreras". Igual surge algún motivo durante el proceso que implique que mi médula no sea válida para un trasplante, pero nunca podré reprocharme el no haberlo intentado.   

Está claro que todos sin excepción necesitamos en algún momento un periodo de tregua, uno de esos que llaman a la puerta (real o virtual) cuando menos se espera, que por arte del "birlibirloque" convierte lo ordinario en extraordinario, que remueve por dentro, que impulsa a renovarse por fuera. Pero, mientras eso ocurre, deberías tener presente que en tu sangre está el concederle una esperanzadora tregua a quienes más la necesitan. Hazte un favor, uno reconfortante, vital y vitalicio. Infórmate e informa. No te conviertas, en boca de Benedetti, en un "triste con vocación de alegre": #donamedula.  


En la práctica:

En este preciso momento cumplo 40 años. 

Mi abuela materna aún me recuerda que ese caluroso martes 12 de agosto se quedaron sin ver la actuación de Raphael en el "Teatro de Verano José María Pemán" de Cádiz porque a mí me dio por nacer aquella tarde, como si yo hubiera actuado por voluntad propia. Luego vino el problema de mi nombre, esa tarjeta de presentación que dice el gran Kundera que no nos está permitida elegir y que debemos llevar colgada del cuello el resto de nuestra vida, nos guste o no. La opción de mi padre fue Izaskun, una de las advocaciones vascas a la Virgen María. La de mi madre fue Vanessa, así, con doble sibilante. Al cura de turno, por suerte, le dio por objetar en ambos casos: No me bautizaría con ninguno de los dos nombres a menos que el "María" de rigor se uniera a ellos (una imposición estúpida tan propia de aquella época dictatorial). Mis padres se negaron. Nunca he tenido muy claro quién se decantó por Silvia (a secas), es algo que preguntaré algún día (en mi familia no son dados a hablar del pasado). Algún día. Tal vez.

En plena adolescencia, en la última mudanza que viví con mis padres, aparecieron dos documentos sobre mi nacimiento. En uno, amarillento y arrugado, constaba que mi grupo sanguíneo era 0-. Sin embrago, dos décadas después, el día antes de nacer mi hijo, verificaron en un análisis de sangre que en realidad soy 0+. En el otro, con una anticuada letra de colegio de monjas, se leía que yo había nacido tras nueve meses y nueve días de gestación. Si eso es cierto (que lo dudo mucho), mi fecha de concepción debió de ser el 3 de noviembre de 1974, día que la iglesia católica festeja a Santa Silvia de Roma. Casualidad o no, son pequeñas anécdotas que forman parte de mis primeros cuarenta años de vida, años que festejo con entusiasmo entre Perseidas (agosto) y Táuridas (noviembre) por pura coincidencia astral. Haciendo míos los sones de la chilena Violeta Parra




"Gracias a la vida, que me ha dado tanto. 
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto, 
así yo distingo dicha de quebranto, 
los dos materiales que forman mi canto. 
Y el canto de ustedes que es el mismo canto. 
Y el canto de todos que es mi propio canto". 




"Porte de Saint Martin". París, 12 de agosto de 2015