El trajín diario que me
impulsa y me agota a partes iguales me conduce, inevitablemente, a un receso en
el camino abrigado solo, según los dictados de Philip Roth, por el aislamiento más absoluto. Como una luciérnaga en
busca de luz artificial en una oscura noche sin luna, escudriño mi propia
silueta en el mullido sofá de mi salón con la exclusiva compañía de un DVD:
La fille sur le pont de Patrice Leconte.
Las películas del director parisino se suelen disfrutar en la boca cual chicle de fresa ácida. Se saborean despacito, se le dan vueltas con la lengua y hasta se mordisquean con decisión. La recompensa consiste en un peculiar regusto agridulce que se asienta en el paladar y que tiende a condensarse en los labios, al punto de temer separarlos para lanzar un suspiro de anhelo al viento no sea que se escape. La magia del momento dura un par de segundos, los suficientes para impregnarse de la dulzura de un amor que se presenta envuelto en colores imaginarios.
Las películas del director parisino se suelen disfrutar en la boca cual chicle de fresa ácida. Se saborean despacito, se le dan vueltas con la lengua y hasta se mordisquean con decisión. La recompensa consiste en un peculiar regusto agridulce que se asienta en el paladar y que tiende a condensarse en los labios, al punto de temer separarlos para lanzar un suspiro de anhelo al viento no sea que se escape. La magia del momento dura un par de segundos, los suficientes para impregnarse de la dulzura de un amor que se presenta envuelto en colores imaginarios.
La chica del puente es una historia de deseo y pasión bañada por las aguas de un río que fluye como la vida, imprevisible y cambiante. El encuentro casual de los protagonistas, que ya utilizara el director de forma magistral en El marido de la peluquera (1990), se instala casi desde las primeras secuencias del film a modo de alternativa a una rutina insulsa para la que el suicidio parece resultar la única salida. Al igual que dos amantes que de continuo se acercan y se distancian para evitar cualquier compromiso que les ate, la cinta deambula entre los encuentros, desencuentros y reencuentros de una pareja dibujada con los trazos de un vínculo indeterminado. Solo la medida en la que estas idas y venidas se incrustan en la piel de los protagonistas es la responsable de que las heridas sanen o los arrastren como la corriente a una muerte "amatoriamente" previsible. Dicho lo cual, me pregunto soñolienta en el mismo mullido sofá donde comenzó esta historia, hipnotizada por la blancura melancólica de los títulos de crédito, quién salva a quién en las innumerables y dispares historias de dos...
ARGUMENTO:
Adele, una joven cansada de no encontrar un sentido que justifique su triste
existencia, decide acabar con su angustia vital arrojándose al Sena desde un
puente parisino. Es entonces, navegando entre sugerentes blancos y negros,
cuando Gabor aparece igual que una ráfaga instintiva que emana del deseo más simple
ofreciéndole a esa chica extraña de mirada triste una muerte más sutil,
arriesgada y furtiva: Someterse al lanzamiento de cuchillos en su propio
espectáculo circense. La palpable diferencia de edad entre ellos no es
inconveniente para entrelazar dos destinos atrapados por sorprendentes coincidencias.