Ficha Técnica:
Título original: "Táctica y estrategia"
Libro: El amor, las mujeres y la vida
Páginas: 192
País: Uruguay
Editorial: Visor
Colección: Visor de Poesía
ISBN: 9788475223414
“Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón”.
En la teoría:
Es
público y notorio que la poesía no es mi género literario preferido. Es
superior a mis fuerzas, algo que no puedo evitar, cuestión de genética. Ni me
gusta la poesía ni, claro está, me gustan los poetas (que conste que de esto último hablo con total conocimiento de causa).
Una vez hace
muchos años conocí a un poeta (recalco el uso del adverbio “mucho”,
absolutamente necesario cuando hablo de la existencia de hombres anteriores a
mi marido). Dios, era insufrible... como poeta, como hombre y como persona.
Disfrazaba de sensibilidad todo lo que hacía, decía o imaginaba aun cuando esa
sensibilidad no tuviera razón de ser. Era horroroso tomar un simple café con
él, la magnificencia con la que pedía otro sobre de azúcar rozaba el ridículo
más espantoso. Aún recuerdo el día que me invitó a ver el “Concierto de Navidad”
en el palco principal del “Gran Teatro Falla” de Cádiz. Él con un traje de
chaqueta oscuro de principios de siglo (¡XIX!), yo muy mona con un sencillo
vestidito negro. Todo lo sabía, todo lo explicaba, todo lo comentaba sin apenas
dejar escuchar con tranquilidad. Lo suyo era un continuo blablablá susurrado a
mi oído que acompañaba de exagerados gestos de mano. Nunca entendí por qué
dio por hecho que yo no sabía qué estaba escuchando aquella noche. Pero el
sentirse superior a cualquier ser humano y dejarlo de manifiesto no era ni de
lejos lo más detestable de él. Lo peor estaba por llegar. Cuando terminó el
concierto, antes de que el director dejara reposar la batuta sobre el atril,
antes de que las luces del teatro se encendieran completamente de nuevo, antes
incluso de invertir un minuto de su tiempo en preguntarme qué me había
parecido, se puso en pie cuan alto era y, con una intensidad de aplauso inhumana, empezó a gritar como poseído por una horda de orcos “¡bravo, bravo,
bravo!”. ¡Qué bochorno! Ese patio de butacas con la vista alzada a nuestro
palco, ese pasito para atrás para que nadie me viera, ese hombre que no callaba
ni bajo agua. ¡Con lo recatada que he sido yo siempre! Lo que yo te
diga, no me gusta la poesía, ni me gustan los poetas, sobre todo los poetas...
...salvo Mario Benedetti. El ESCRITOR con mayúsculas, el mago de los versos, el prestidigitador de las palabras. Solo él
es capaz de hacerme abrir la puerta a las musas para invitarlas a un café. Solo
él me convierte en una de esas mujeres que, aunque mantienen una relación con
otra mujer, niegan en rotundo ser lesbianas básicamente porque, en realidad, no
le gustan las mujeres. Es el único que da sentido a mi sentir, llena de lírica
mi silencio, agrava mi voz aguda al tiempo que la transforma de repente en
uruguaya. No amo la poesía, amo a Benedetti.
Cuando
estudiaba en la facultad, Neruda era el culmen del buen gusto.
Todos mis compañeros sabían recitar de memoria alguno de sus versos, yo no.
Nunca me gustó el Nobel chileno, demasiado obvio para mi gusto. En mi modesta
opinión, la poesía requiere de una especial sutileza, de un gracejo particular
que convierte en extraordinario lo de común ordinario. Entre “Me gustas cuando callas porque estás como
ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca" ("Poema
XV" de Neruda) y "Compañera,
usted sabe puede contar conmigo, no hasta dos o hasta diez, si no contar
conmigo" ("Hagamos un trato" de Benedetti)…
con sinceridad, ¡¿qué quieres que te diga?!
Eduardo Galeano dio en la clave cuando, con la voz rota consternado por la muerte
de su compatriota, comentó: “"Benedetti" significa "benditos"
en italiano, y lo único que puedo decir es eso: Benditos los hombres y mujeres
generosos como él. Yo no solo soy enemigo de la inflación monetaria, sino
también de la inflación "palabraria". Y me parece que el dolor se
dice callando”. Así sea.
En la práctica:
Hay
emociones que no precisan de mayor explicación. La gente, como la poesía,
motiva o pasa desapercibida y, aunque esas motivaciones no siempre sean las
adecuadas, prescindir de las poco recomendables sería un error. ¿Quién se
siente capaz de valorar lo bueno sin haber conocido lo malo? La vida suele
pasarnos por delante como las páginas de un libro infantil que nos hemos
aprendido de memoria. Nunca le concedemos la importancia que merece porque
confiamos en que en cualquier momento podremos volver a releer las partes de la
historia que nos han pasado desapercibidas. Pero nuestras rutinas no conforman
ninguna ficción novelada. No son un cuento de obligado final feliz. Ni una
acumulación de versos con rima consonante en –ado. Nuestra cotidianidad es
alternante, sube y baja como una cometa en las manos caprichosas de un
niño, al antojo del viento, al abrigo de las miradas ajenas. Te adaptas o vas
dando tumbos. No hay más.
Si es cierto
que existen emociones que no precisan de mayor explicación, no entiendo qué
hago yo aquí intentando explicar por qué enfrentarme a un libro con las páginas
en blanco me produce tanto miedo. Si alguien lo escribiera por mí...
...si
alguien lo escribiera...
...si alguien...
...si...
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