Título original: Ballerina
Felicia y su
inseparable amigo Víctor, recluidos en un orfanato de la Bretaña francesa,
huyen rumbo a París en busca de una mejor suerte. Convencidos de que los sueños
se cumplen si se lucha por ellos, ambos emprenden por separado su particular
búsqueda. Mientras Víctor, en su afán por ser inventor, encuentra un hueco en
el taller del ingeniero Gustave Eiffel en plena construcción de su famosa
torre, Felicia, sin preparación previa, consigue presentarse a una audición en
la escuela de baile de la Ópera para el papel de Clara en El cascanueces de Tchaikovsky.
Primer plano:
Hoy se estrena en
nuestro país Ballerina, una producción infantil francocanadiense
curiosamente rodada en inglés (para mayor lucimiento de sus actores de doblaje:
la hermanísima de EE.UU. Elle
Fanning y el agrio emergente Dane DeHaan). Aunque su lanzamiento al público en Francia y Reino Unido fue el 14 de diciembre de 2016 y en EE.UU. está pospuesto para el próximo tres de marzo, hoy por fin llega a las salas españolas tras una semana repleta de preestrenos promocionales a lo largo y ancho de nuestra geografía patria (a uno de los que, por cierto, pudimos acudir). Animada en
3D como viene siendo habitual en las producciones infantiles ajenas a
Disney-Pixar y DreamWorks (especialista en estos quehaceres), pretende sumergir a los
pequeños cinéfilos en un tanto edulcorado mundo real en el que los sueños no "deben permanecer encerrados bajo llave". Y es que, si hay algo de lo que puede hacer gala esta cinta de segundas oportunidades vitales, es el ofrecer, entre fotogramas digitales y música pop de lo más simple, una valiosa lección de vida que va más allá del manido "los sueños se cumplen con esfuerzo":
Cualquiera puede, si tiene a su lado a alguien que se lo haga creer.
En sí, la forma se asemeja a un ballonné bien ejecutado, básico, sin mayor floritura, pero digno de ver. Sin embargo, el verdadero problema recae en el fondo y es tan evidente que, por mucho empeño que le pongan, esta no va a ser considerada la película del año, es más, me aventuro a asegurar que ni siquiera estará entre la más entretenidas y/o taquilleras de los interminables meses de invierno. Principalmente porque la historia de Felicia se queda corta, muy corta; porque toca demasiados temas sin ahondar en especial en ninguno de ellos, pasando por el día a día de la protagonista como una bailarina experimentada, de puntillas y sin hacer apenas ruido. Sí, soy consciente de que se trata de una película infantil, ¿y? Cualquier cerebro de entre tres y diez años puede procesar más información de la que imaginamos, ¿por qué, entonces, no ofrecer poca de buena calidad antes que mucha cogida con pinzas? ¡Vete tú a saber!
El pasado sábado 21 de enero pudimos disfrutar de su preestreno. Cosas que pasan. Y mientras esperaba a que se apagaran las luces de una sala medio vacía en la que el número de adultos doblaba al de los niños, me dio por preguntarme por qué el cine infantil gira últimamente
alrededor de protagonistas femeninas, humanas (Vaiana en la
película homónima, Tip en Home,
Riley en Del revés, Tulip
en Cigüeñas) o no
(Dory en Buscando a Dory, Poppy en Trolls, Judy Hopps en Zootrópolis),
protagonistas femeninas que han abandonado la espera pasiva de un príncipe azul
en pro de la búsqueda activa de su propio yo. Estoy segura de que esto es algo
que a mi hijo de seis años le pasa del todo desapercibido, de hecho ni
siquiera creo que sea consciente de que el papel masculino en el cine infantil está
relegado a roles secundarios que suelen aportar las notas de humor (Víctor en Ballerina, Martin en Buscando a Dory, Oh en Home, Nick en Zootrópolis, Brunch en Trolls), pero es que la espera
en un cine rebosante de gritos y lloros puede resultar de lo más exasperante si no
se es capaz de desconectar aunque sea llenando el cerebro de teorías feminista
de conspiración.
Echando la vista atrás, aún no entiendo bien por qué aquella mañana la
sala estaba tan desierta. No sé a ti, pero a mí me resulta fascinante observar los ojos expectantes de un niño que mira absorto una manifestación artística de esta sencilla y popular envergadura. Sé muy
bien que en nuestro país, por desgracia, la cultura no se vende a precio de
saldo, pero los videojuegos tampoco y nuestros telediarios se hacían eco hace un par de meses de las
kilométricas colas que se formaron para conseguir el último Call of Duty para la PS4. Imagino que todo es
cuestión de priorizar los intereses particulares, de rentabilizar lo que se invierte, de no dar por perdido un dinero que por lo general no sobra y en esto, muy a mi pesar, el séptimo arte lleva las de perder. Cada
cual es dueño de sí mismo y de lo que abulta sus bolsillos, por eso yo, a día de hoy, agradezco que mi hijo
disfrute más viendo una película en el cine con papá y con mamá que ante la
pantalla de una consola recluido en su habitación. Cuestión de priorizar, rentabilizar y de no dar por perdido.
A lo que iba. A ojos de un niño de apenas seis años, Felicia y Víctor, los protagonistas de Ballerina, persiguen sus sueños
por las calles de París ajenos a cualquier inconveniente que se les presente. A sus ojos da igual que sean huérfanos, que viajen sin equipaje o que vivan sin dinero, porque sus ojos aún no son conscientes de la irrealidad que proyecta esta historia. Sin embargo, a mis ojos todo transcurre con cierta normalidad aparente puesto que ambos se cruzan con personas valiosas que les ayudan a cambio de nada en la consecución de sus
objetivos. Un amigo, una tutora, un mentor, sin los que ninguno de los dos habría visto cumplido sus sueños. No sé que pensarás al respecto, pero yo estoy convencida de que en esta vida no hay nada mejor para llegar a ser lo que quieres que una
persona a tu lado que te lo haga creer. Lo sabes, ¿verdad? Si no, deja por un minuto todo lo que estés haciendo, solo será un minuto, quizás menos (uy, vaya, por un momento me he visto como Peeta Mellark hablando desde el Capitolio, en fin). Si miras hacia atrás en el tiempo, no me cabe la menor
duda de que recordarás más de una piedra en el camino que ralentizaba tu
marcha, tal vez algún pedrusco en la mochila que te obligaba a parar cada poco en el arcén perdiendo la esperanza de reemprender la marcha o una china en el zapato que te forzaba a cojear... Pero también sé que sonreirás al evocar la silueta de quien recogía sin mediar palabra una a una las piedras de tu camino para que no tropezaras con
ellas, la de quien aligeraba el peso de tu mochila para que pudieras, al menos, plantearte
reanudar la marcha o la de quien quiso prestarte sus zapatos para que volvieras a la normalidad. En eso consiste la vida, en afrontarla en buena compañía, aunque sea una compañía en la distancia, aunque permanezca muda durante un tiempo, aunque hagas como que ha dejado de existir para ti, aunque no crucéis vuestras miradas en el pasillo de casa. Puede que solo llegues más rápido, pero disfrutarás menos del trayecto y eso, precisamente eso, es lo que hace de Ballerina una historia muy recomendable para disfrutarla en buena compañía.
Pero, más allá de hora y media de venturas, aventuras y desventuras de dos huérfanos por las calles de un industrial París de finales del siglo XIX, hay algo que falla con gran estrépito en la película, algo básico para una historia de este tipo: la B.S.O. Conducida por el compositor alemán Klaus Badelt (conocido por sus colaboraciones con el afamado compositor Hans Zimmer, también
alemán, responsable de las B.S.O. de Gladiator, Piratas del Caribe y de la
oscarizada El rey león), mezcla de una forma bastante "frankensteiniana" composiciones instrumentales originales con una ristra de canciones pop de jovencitas de dudoso gusto musical
que no pasan de los treinta y que, contra todo pronóstico, culminan el baile final de la película. ¡Todo un despropósito!
A ver, no era necesario ser demasiado creativo para haber utilizado en su favor a Tchaikosky, sobre todo porque Felicia, protagonista indiscutible de la historia, audiciona en la Ópera de París para el papel de Clara en la obra El cascanueces. ¡Pero cómo se ha podido pasar tan de puntillas por una pieza que haría GRANDE a esta simpática peliculilla infantil! Yo no soy una entendida del ballet, ni siquiera se me podría considerar una mera aficionada, pero conozco la indescriptible belleza de la "Danza del hada de azúcar" y el sonido punzante de la celesta. Una pieza así habría dado un juego increíble a una película ya de por sí visualmente arrolladora en sus movimientos de ballet más allá de las nostálgicas notas de una pequeña y desvencijada caja de música. Pero no, alguien que debió de pasar una mala noche en brazos de Morfeo decidió de manera equivocada que era más conveniente (por no decir absolutamente comercial) que los pequeños la asociaran con el "Confindent" de Demi Lobato (pica aquí para escucharlo) o el "Unstoppable" de Camila Mora (haz lo propio aquí) antes que con cualquier pieza del inimitable Tchaikosky (pincha aquí para disfrutar de tres minutos y medio de puro romanticismo musical). ¡Una auténtica lástima!
Sin entrar en más detalles (sabemos ambos que me pierdo con facilidad cuando paseo por los entresijos de mi cerebro),
Ballerina irrumpe hoy en nuestra cartelera dispuesta a llenar de colores una de estas tardes grises de invierno. Sin más.
Plano subjetivo:
Cuando a mi hijo se le plantea un reto, el
"¿y si no puedo?" suele ser lo primero que me lanza a bocajarro, como
no, en busca de un punto de apoyo que le sirva para mover su aún reducido
mundo. En estos casos yo siempre le respondo de la misma manera: "Si otros pueden, tú debes al menos intentarlo. Si nadie ha podido nunca, inténtalo
igualmente porque quizás seas tú el primero que lo haga". Lo creas o no, el
resultado siempre es positivo. Claro, manipular de esta manera el intelecto de
un niño es fácil, pero ¿qué ocurre cuando nos enfrentamos a la misma tesitura
de adultos? Pues que el resultado positivo no está del todo garantizado por mucho empeño que se ponga en él. Porque la respuesta, al igual que aquella que versa sobre hasta
cuándo hay que perseguir un sueño, muta con el tiempo como nosotros mismos. Así de fácil y de complicado a la vez.
Soy partidaria de que a los pequeños hay que enseñarles que casi todo es
posible si se pone suficiente empeño en ello (tampoco hay que venderles humo, todo todo no, pero casi). En realidad yo no he inventado nada, este es un antiguo refuerzo positivo de
esos que dan sus frutos a la larga. A mí no me agradan especialmente esos padres negativos que
cortan las alas de sus hijos con la boca llena de "noes" para que
nunca abandonen el nido. Estos padres abonados al "tú no puedes", que pretenden superar sus propias
frustraciones manejando los hilos de las vidas de sus hijos, acaban por generar
tanta inseguridad en su descendencia que todos terminan anclados al mismo lugar en el que empezaron. No me agradan, ¡qué le vamos a hacer! No sé tú,
pero yo tengo asumido que, como madre, no soy infalible. Soy humana y, por
tanto, imperfecta. Me equivoco, no lo sé todo, borro lo que aparece en mi
cabeza y, cuando intento dibujarlo de nuevo, nunca se parece a la idea inicial
y hasta admito que lo que es bueno para mí no tiene por qué serlo para mi hijo, básicamente porque él no soy yo. Todo niño nace con un potencial de ingente
dimensión que los adultos debemos enseñar a aflorar y fomentar. En ese sentido, si los pequeños nacen con alas lo
mejor que podemos hacer es enseñarles a volar, tan lejos y tan alto como sus
apéndices sean capaces de llevarles. Esa apertura de miras en la infancia conlleva con el tiempo la formación de adultos independientes y autónomos que, lejos de querer comerse el mundo o de perecer engullidos por él, pasean a sus anchas de norte a sur y de este a
oeste.
Porque de adultos todo es diferente. De adultos llegamos a comprender que los sueños tienen fecha de caducidad (cuando no además de
consumo preferente). De adultos debemos canalizar nuestro propio potencial en la
dirección correcta aun cuando esta no coincida con la soñada. Obcecarnos con
ser un cantante de éxito pasados los cuarenta impedirá desarrollarnos como
originales compositores o como críticos musicales o como DJ. Es en ese punto, llamado madurez, cuando la mayoría se rinde a lo
evidente y agoniza presa de la más insolente rutina, ese momento en el que se hace
imprescindible la presencia de alguien que te agarre por los brazos, te agite
con cariño repetidas veces y te deje claro que lo que te diferencia del resto es lo que te hace único, salgas o no en las portadas de las revistas digitales. No lo olvides.