Ficha Técnica:
Título original: "La adoración de los Magos"
Autor: Bartolomé Esteban Murillo
Fecha: 1655-1660
Técnica: Óleo sobre lienzo
Medidas: 190 cm x 146 cm
Ubicación: Toledo Museum of Art, Ohio (EE.UU.)
En la teoría:
Todo tiene
sentido a nuestro alrededor nos pellizque el estómago o no. Todo lo adquiere con el paso del tiempo. Y es que nada sucede de manera gratuita por mucho que, al menos en un primer momento, no encontremos un por qué
convincente que suba las comisuras de unos labios alicaídos. El tiempo pone cada pieza en su lugar y esta convicción tan banal como populista resulta ser el
mayor consuelo para quienes no lo encuentran.
Casa del Vapor. Imagen de "Aula Gerión" Asociación para la defensa del Patrimonio Histórico |
Mi relación con Murillo se remonta a casi cuarenta años atrás
(¡qué mayor me hace sentir acotar el tiempo!), cuando apenas contaba yo con un
par de años. En 1976 la vida, aunque no se disfrutaba en blanco y negro como
cree aún mi hijo, sí que transcurría de diferente manera o, al menos, a mí así
me lo parecía. Hasta 1980 viví con mis padres en la conocida "Casa del
Vapor", una emblemática construcción de arquitectura civil cercana al
puerto de Bonanza, pedanía de Sanlúcar de Barrameda, a casi 50 kilómetros de
Cádiz. En la década de los setenta, cuando la línea de barcos de vapor
Sevilla-Cádiz había pasado a mejor vida, el singular edificio ya se utilizaba como casa cuartel de la Comandancia de Sanlúcar. A mi padre, casi recién salido de la academia,
solo le correspondía una habitación y un pequeño salón-comedor. La cocina y el
baño sin ducha eran comunitarios. Un barreño de zinc calentado al sol del patio hacía las veces de bañera. Eran tiempos diferentes, mejores para unos y peores para
otros, como ocurre siempre, tiempos en los que el prisma con el que se veía la
realidad mundana solo conocía de colores primarios. Durante esos años yo dormía
en el salón, en la improvisada cama que resultaba de unir los dos sillones de
pana granate a juego con el sofá que abarcaban casi toda la estancia de pequeña que era. No
recuerdo que tuviésemos muchas pertenencias, pero imagino que tampoco las
necesitábamos.
Quizás por eso recuerdo como si fuese ayer la reproducción en madera de
"La Inmaculada Concepción" de Murillo que colgaba de una de las
paredes de aquella habitación multiusos. Su simple presencia me daba pavor. Esa etérea oscuridad intimidaba demasiado a una niña pequeña
a la que obligaban a creer que esa imagen velaba sus sueños. En cierta manera
esa figura femenina me acompañó durante muchos años, aunque no de manera
espiritual como pretendía mi madre, sino en forma de pesadilla recurrente que
me impedía conciliar el sueño con normalidad. El proceso creativo es único,
pero sus interpretaciones múltiples y esta que escribe, haciendo gala de una
imaginación infantil sin límites, intuía a esa "Inmaculada" al
acecho, escondida en los recovecos de aquella vieja casa cuartel, acercándose
despacio y silenciosa, flotando en el aire mientras mis pies permanecían
pegados al frío suelo de piedra. Ya, ya sé que puede parecer una tontada
infantil, pero te aseguro que aún hoy,
tantísimas décadas después, soy capaz de sentir la angustia vital que esa imagen me
producía. Bueno, no todos pueden contar que su primer contacto con el pintor
sevillano fue tan temprano, tan personal y tan terrorífico.
Hace unos meses, un familiar le explicaba a mi hijo que, mientras Murillo pintaba una obra en la Iglesia de Santa Catalina de los Capuchinos de Cádiz, cayó del andamio con tan mala suerte que, debido a las consecuencias de ese fatídico golpe, murió poco después. Bueno, lo cierto es que, si le preguntas a alguien de Sevilla, te dirá que sí, que el pintor cayó del andamio mientras pintaba el famoso cuadro inconcluso para la citada iglesia de Cádiz, pero Murillo lo estaba pintando en su estudio de Sevilla, no en Cádiz. ¡Qué cosas! El pueblo manipulado desdetiempos ancestrales por unos y otros. Por si fuera poco, para otorgar mayor polémica a la historia, junto a la pintura original inacabada de Murillo que se exhibe en el Museo Provincial de Cádiz está colocada "La caída de Murillo del andamio" del pintor sevillano Manuel Cabral Aguado Bejarano (1827-1891) que lo sitúa en la citada iglesia, no creo que tanto por rigor histórico como para optar al premio que otorgaba la Academia de Bellas Artes de Cádiz en 1862 en concurso público. A mí estas anécdotas populistas me divierten muchísimo. Sea como fuere, este 2017 no ha hecho justicia a la memoria de uno de los grandes pintores del siglo XVII. De hecho, las actividades oficiales en Sevilla se prolongarán desde noviembre de 2017 hasta diciembre de 2018, como si los trescientos sesenta y cinco días del año saliente no hubieran sido suficientes para conmemorar su nacimiento.
Hace unos meses, un familiar le explicaba a mi hijo que, mientras Murillo pintaba una obra en la Iglesia de Santa Catalina de los Capuchinos de Cádiz, cayó del andamio con tan mala suerte que, debido a las consecuencias de ese fatídico golpe, murió poco después. Bueno, lo cierto es que, si le preguntas a alguien de Sevilla, te dirá que sí, que el pintor cayó del andamio mientras pintaba el famoso cuadro inconcluso para la citada iglesia de Cádiz, pero Murillo lo estaba pintando en su estudio de Sevilla, no en Cádiz. ¡Qué cosas! El pueblo manipulado desdetiempos ancestrales por unos y otros. Por si fuera poco, para otorgar mayor polémica a la historia, junto a la pintura original inacabada de Murillo que se exhibe en el Museo Provincial de Cádiz está colocada "La caída de Murillo del andamio" del pintor sevillano Manuel Cabral Aguado Bejarano (1827-1891) que lo sitúa en la citada iglesia, no creo que tanto por rigor histórico como para optar al premio que otorgaba la Academia de Bellas Artes de Cádiz en 1862 en concurso público. A mí estas anécdotas populistas me divierten muchísimo. Sea como fuere, este 2017 no ha hecho justicia a la memoria de uno de los grandes pintores del siglo XVII. De hecho, las actividades oficiales en Sevilla se prolongarán desde noviembre de 2017 hasta diciembre de 2018, como si los trescientos sesenta y cinco días del año saliente no hubieran sido suficientes para conmemorar su nacimiento.
Hoy vivo en la ciudad
que vio nacer y morir a Murillo, según algunos estudiosos de la capital el
pintor más cotizado de su época, superando a coetáneos de la talla de Velázquez
o Zurbarán. En cuestiones históricas debemos creer (o no) lo que nos
cuentan, inclinar la balanza de nuestro criterio hacia un lado u otro. Es ley
de vida. Como también lo es el lugar que cada cual ocupa en un tiempo que no le
pertenece. A saber, ni la Consejería
de Cultura de la Junta de Andalucía ni la Delegación de Cultura del
Ayuntamiento de Sevilla, en mi modesta opinión, han sabido otorgarle al
"Año Murillo" el toque popular que el pintor merecía en una ciudad
como esta cuatro siglos después de su nacimiento. Ocho exposiciones, dos itinerarios,
algún concierto, programas audiovisuales varios y un gran congreso
internacional. ¿Para qué?, o quizás mejor ¿para quién? Ninguna actividad
especial se ha realizado en los colegios, ninguna programación cultural ha
empapelado los muros desnudos de la ciudad, ningún festejo especial ha
aparecido en las marquesinas de las paradas de los autobuses. Es triste,
culturalmente hablando, que quien tenga un mínimo de interés deba buscar en la
red para encontrar algo, pero ¿y quienes ni siquiera sepan que en este 2017 que ahora acaba se ha
conmemorado el IV centenario del nacimiento de Murillo? Las cosas de palacio
siempre van despacio...
Está claro que si la montaña no va a Mahoma, al profeta le va
a tocar ir a la montaña, por eso en casa decidimos hacer nuestro particular homenaje al pintor
sevillano. Aunque opciones públicas no hemos tenido demasiadas ni variadas más
allá de llevar a nuestro hijo a un par de talleres de pintura donde se enseñaba
el arte de Murillo, de forma familiar hemos intentado acercar lo que parecía tan
lejano. Como felicitación navideña Guillermo, que acaba de cumplir siete
maravillosos años hace solo unos días, ha dibujado su particular visión de
"La adoración de los Magos" que estas fiestas adorna nuestra casa y
la de los abuelos. Le llevó cinco días hacer el boceto a lápiz, cinco días de
borrones, de enfados, de tirar la toalla y de volverla a recoger. En otros
tantos lo coloreó con rotuladores de gel y ceras de colores. De la purpurina
dorada del marco mejor no hablamos (mi ceja derecha aún se arquea solo de
pensar hasta dónde llegaron las pintitas doradas). Ya escribí antes que el
proceso creativo es único, pero sus interpretaciones múltiples... salvo a los
ojos de una orgullosa mamá.
En la práctica:
Acaba el
"Año Murillo" como expiran los propósitos de este 2017. Personas
maravillosas han entrado y salido de mi vida durante estos trescientos sesenta
y cinco días, personas maravillosas que han pincelado de miles de matices cada
uno de mis estados de ánimo. A este respecto, no hay ser viviente sobre la faz
de la tierra que sea capaz de comprender lo tremendamente feliz que ciertas
presencias me han hecho este 2017. Presencias cercanas y lejanas. Mudas,
silenciosas y de las que no callan ni bajo el agua. Algunos que no han llegado
para quedarse aquí de forma física, pero que fueron capaces de eternizar un
solo instante. Ha sido un 2017 fantástico y, si algo he aprendido de él, es que
las oportunidades que se dejan escapar las aprovechan otros, que mi tiempo es
solo de quien sabe ganárselo, que ningún corazón se rompe y deja de bombear, que los corazones tristes se comprimen y dejan de bailar solo hasta que nos acostumbramos al nuevo ritmo de sus latidos. Tantas décadas después de sentirme perseguida por una imagen etérea y oscura, continúo sin tener apego a las cosas que se compran con dinero, igual por eso me siento tan dichosa. Así que, con independencia del año que va o viene...
¡FELIZ Y PLACENTERA VIDA!
Cádiz, 31/12/2017