lunes, 24 de diciembre de 2012

"La fille sur le pont" de Patrice Leconte (1999)

El trajín diario que me impulsa y me agota a partes iguales me conduce, inevitablemente, a un receso en el camino abrigado solo, según los dictados de Philip Roth, por el aislamiento más absoluto. Como una luciérnaga en busca de luz artificial en una oscura noche sin luna, escudriño mi propia silueta en el mullido sofá de mi salón con la exclusiva compañía de un DVD: La fille sur le pont de Patrice Leconte.
Las películas del director parisino se suelen disfrutar en la boca cual chicle de fresa ácida. Se saborean despacito, se le dan vueltas con la lengua y hasta se mordisquean con decisión. La recompensa consiste en un peculiar regusto agridulce que se asienta en el paladar y que tiende a condensarse en los labios, al punto de temer separarlos para lanzar un suspiro de anhelo al viento no sea que se escape. La magia del momento dura un par de segundos, los suficientes para impregnarse de la dulzura de un amor que se presenta envuelto en colores imaginarios.


La chica del puente es una historia de deseo y pasión bañada por las aguas de un río que fluye como la vida, imprevisible y cambiante. El encuentro casual de los protagonistas, que ya utilizara el director de forma magistral en El marido de la peluquera (1990), se instala casi desde las primeras secuencias del film a modo de alternativa a una rutina insulsa para la que el suicidio parece resultar la única salida. Al igual que dos amantes que de continuo se acercan y se distancian para evitar cualquier compromiso que les ate, la cinta deambula entre los encuentros, desencuentros y reencuentros de una pareja dibujada con los trazos de un vínculo indeterminado. Solo la medida en la que estas idas y venidas se incrustan en la piel de los protagonistas es la responsable de que las heridas sanen o los arrastren como la corriente a una muerte "amatoriamente" previsible. Dicho lo cual, me pregunto soñolienta en el mismo mullido sofá donde comenzó esta historia, hipnotizada por la blancura melancólica de los títulos de crédito, quién salva a quién en las innumerables y dispares historias de dos...



ARGUMENTO: Adele, una joven cansada de no encontrar un sentido que justifique su triste existencia, decide acabar con su angustia vital arrojándose al Sena desde un puente parisino. Es entonces, navegando entre sugerentes blancos y negros, cuando Gabor aparece igual que una ráfaga instintiva que emana del deseo más simple ofreciéndole a esa chica extraña de mirada triste una muerte más sutil, arriesgada y furtiva: Someterse al lanzamiento de cuchillos en su propio espectáculo circense. La palpable diferencia de edad entre ellos no es inconveniente para entrelazar dos destinos atrapados por sorprendentes coincidencias.

sábado, 22 de diciembre de 2012

"Agua", una película de Deepa Mehta (2005)


Ficha Técnica:




Título original: Water

Género: Drama

País: India - Canadá

Duración: 112 minutos





Sinopsis:

La historia transcurre en 1938, en pleno movimiento de independencia del dominio británico liderado por Mahatma Gandhi. Las presiones sociales ejercidas sobre la mujer, sometida bajo el yugo de creencias ancestrales, contrastan de manera significativa con los aires de reforma propiciados por el librepensador hindú. En este contexto brilla la enorme sonrisa de Chuyia, una pequeña de tan solo ocho años que enviuda el mismo día de su ceremonia nupcial. Mal asunto este en un país y en una época en los que el destino de la mujer estaba atado de por vida al del hombre con el que contraía matrimonio forzado. Los libros sagrados ofrecían pocas opciones a las viudas: Casarse con el hermano más joven de su marido si la familia así lo consideraba, arder con el difunto en la pira funeraria o llevar una vida de total abnegación confinadas en un ashram donde la mendicidad y la prostitución eran los únicos medios de subsistencia.


Primer plano:

Cúrcuma. “La cocina de mi hermana Patricia huele a cúrcuma”. La enorme sonrisa de una niña de ocho años de piel oscura, casi verdosa, inunda la pantalla de mi portátil en el mismo instante en el que me llevo a la boca el último trozo de una galleta de chocolate. Es curiosa la manera en la que el mismo objeto se vuelve distinto no solo dependiendo de quien lo mire sino de la perspectiva desde la que se mire. No, no hablo de la galleta. El tiempo fluye como las aguas del Ganges, pausado, ausente, monótono. ¿Me estaré haciendo mayor? Recostada en el sofá y acurrucada bajo una manta de tonos verdes, dejando que los pensamientos que me acompañan desde hace días vayan desapareciendo poco a poco de mi cabeza, permito que el salón de mi casa se tiña de los colores especiados del mundo en blanco y negro que se dibuja en Agua, la última entrega de la trilogía de los elementos (junto a Fuego de 1996 y Tierra de 1998) de la directora de origen hindú Deepa Mehta. Su estreno, ideado en principio para el año 2000, fue postergado hasta 2005 por las presiones de grupos fundamentalistas religiosos que consideraban que la crítica social de esta cinta no propiciaba la imagen externa de un país tan desestructurado como La India. Increíble, en apenas dos horas lo más insignificante conquista la máxima importancia utilizando para ello la mínima expresión. Me dejo envolver por las primeras notas de una melodía imposible. La magia existe…

Para cualquiera que haya disfrutado de tan extraordinaria película sería relativamente fácil escribir sobre la historia de amor trágico que sirve de hilo conductor a una trama que explora la vida de una docena de viudas de un ashram de Varanasi. Un joven estudiante de derecho de nombre impronunciable, seguidor de las ideas reformistas de Gandhi, hijo de brahmanes, la casta social más alta de La India, queda prendado a orillas del Ganges de una joven viuda también de nombre impronunciable, única del grupo a la que se le permite conservar parte de su feminidad para ejercer la prostitución y mantener así al resto de compañeras. Se enamoran. Se buscan. Se aman. Él desea casarse. A ella su pasado no se lo permite. Él rompe con su familia por amor y ella acaba suicidándose en el Ganges. Extraña manera de luchar por lo que se quiere. En fin. Podría escribir sobre ello cientos de líneas, tal vez miles, pero no me gusta lo fácil. Otra posibilidad me empujaría a realizar una disertación personal sobre una tradición hindú, por fortuna ya prohibida, que permitía casar a niñas en edad de juego con hombres infinitamente mayores. Con lo intensa que me pongo en esos temas... Meterme en algo así sería como hacer un alegato contra el papel de la mujer durante gran parte del franquismo, convertida en una mercancía adquirida por un contrato absurdo entre un padre y un marido que la reducían a las cuatro paredes de lo que se empeñaban en llamar hogar. Nunca aprenderemos de los errores del pasado. Está bien, me limitaré a saborearla en el tranquilo silencio que inunda mi salón como el olor a cúrcuma la cocina de mi hermana.




Plano subjetivo:

Hay algo en esta película que ha llamado poderosamente mi atención y de lo que tú, si tú, no me habías hablado. Algo que me ha emocionado, conmovido, enternecido, enfadado, irritado, alegrado, agitado, agradado, entristecido… pero no tanto como para hacerme llorar. “Cada uno ve la película según la butaca en la que esté sentado”. Ese algo con visos de espejo en el que verme reflejada tiene un nombre propio que, por razones obvias, he tenido que buscar en Google: Shakuntala, la única viuda del ashram que sabe leer. Con unos impresionantes ojos marrones, brusca e introvertida, tranquila y reservada, generosa y solitaria, en Shakuntala se humaniza de una forma magistral la evolución de pensamiento y acción de la colonia británica en vías de emancipación. Algo tan sutil que pasa desapercibido, tan simple que no se advierte. Algo así hace grande lo pequeño. Suele pasar con los detalles que no están a la vista de todos. ¿Acaso no sabes que no se ven las mismas cosas desde un metro cincuenta y tres que desde un metro ochenta y cuatro? Hazme caso, lo sé por experiencia. Nadie repara en las Shakuntalas, pero son las que agitan el mundo. A lo que iba. No hay nada peor, dadas las circunstancias en las que su día a día se desenvuelve, que poseer la desdicha de no ser ignorante. Volvemos a la figura recurrente del erizo: Te miro en la distancia y eso me hace feliz, pero como te acerques, como seas capaz de acercarte te las verás con mis púas. Esa es Shakuntala, cuya capacidad de sumisión unida a la fortaleza de espíritu la convierten en el personaje más enigmático y menos previsible del reparto. Definitivamente la magia existe y esta noche tú, en la tranquilidad de tu casa, has formado parte de ella. Gracias.

viernes, 21 de diciembre de 2012

¿Que hoy es el fin del mundo? ¿Dónde tengo que firmar?

"Las oportunidades no se pierden, solo las aprovechan otros"
 
Así que hoy se acaba el mundo, ¿no? Pero, ¿se acaba de verdad o como tantas otras veces? Lo digo porque me quedan algunas cosillas por hacer y no me gustaría irme al otro barrio sin haber, al menos, intentado llevarlas a cabo. Ah, ya, claro, claro, que me lo tengo que creer porque lo dijeron los mayas hace más de cinco mil años*. En fin. En mi casi cuarentena de vida he conocido cuatro supuestos finales del mundo que han provocado la histeria colectiva para luego quedar en nada. ¿Por qué iba a ser hoy diferente? ¿Porque lo dijeron los mayas? Si todavía se tratara del fin del mundo como hasta ayer lo conocía esta que escribe, igual...
Me hago mayor. Sí. Sutilmente mayor, casi imperceptiblemente mayor, pero mayor al fin y al cabo. ¿Cómo lo sé?, porque las cosas que no tienen importancia me importan cada vez menos. Ventajas de la edad. ¿Que te ponga un ejemplo? No sé, igual ahora que está tan de moda la "sonata y fuga", las ausencias me resultan del todo llevaderas. Sí, sí. Nadie está obligado a querer a nadie, ni siquiera por mandato papal así que, cuando la cosa no funciona, mejor darla por perdida. Al principio duele, con la misma intensidad con la que se ha querido, pero el tiempo es capaz de hacer maravillas, solo hay que dejarlo pasar a su ritmo. En las rupturas, él es el único que manda.
Así que hoy se acaba el mundo, ¿no? Pues, mira, yo me conformaría con que acabase este horrrrrrrible dos mil doce (la pronunciación recalcada de la vibrante múltiple es necesaria para que el adjetivo adquiera su máximo explendor significativo). Lo cierto es que ha sido un año irregular en eso de los “quereres”. Demasiadas bajas en mi entorno. Separaciones anunciadas, sorpresivos divorcios expres, inesperadas desapariciones usando el método del “voy a por tabaco” y, luego, si te he visto no me acuerdo. Debe de ser que la gente de mi generación tiene poco aguante, o quizás la culpa sea de algo que comimos durante nuestra infancia. ¿Sabes?, mis hombros han soportado en los últimos meses más lágrimas que en todo el lustro por culpa de los que decidieron marcharse sin dar explicaciones. Para el que se queda compuesto y sin novia es complicado no tener a quien reprochar ni a quien preguntar un por qué. El silencio obligado en el que se vive es mortal. No hay mayor consuelo que el verlas pasar. Se come poco, se duerme poco. Pero ya se sabe, "no hay mal que cien años dure". Así que un día te acuestas creyendo que no podrás soportar su ausencia y a la mañana siguiente aparece de la nada una nueva presencia que inunda los vacíos con la fuerza de un tsunami. Y, de repente, caes en la cuenta de que has olvidado la contraseña de una cuenta de correos que ya no utilizas cansado de esperar unas noticias que siempre llegaban tarde y mal (eso cuando llegaban). Hasta has dejado de preguntarte cómo le tratará la vida porque tu pensamiento empieza a estar repleto de nuevas preguntas que no le atañen. Eliminas su perfil de Facebook, de Twitter. Borras su número de la agenda del móvil porque sabes que sin whatsApp ni LINE las personas, simplemente, no existen. Su perfume por la calle te resulta empalagoso. El recuerdo de su voz chulesco. Sus palabras de afecto toscas. Y, de la noche a la mañana, te sientes liberado, tanto como si un enorme saco de decepciones hubiera caído de tu espalda y se hubiera desparramado por el suelo hasta desaparecer por la fuerza del viento. Entonces acudes al Diccionario on-line de la RAE para ver el significado de la segunda acepción del verbo “echar” y sonríes al ver aparecer la locución verbal “echar de menos”. 1. Advertir, notar su falta. 2. Tener sentimiento y pena por su falta. Sonríes de nuevo, porque recuerdas que alguien te dijo alguna vez que, cuando una historia de dos acaba, el que más ha dado es el que más sufre. Y sabes que no tiene razón. Eso ocurre solo al principio, en seguida el que más sufre es el que más ha recibido porque es el que debe acostumbrarse de nuevo a la mediocridad. Hazme caso, una de las peores cosas que le puede ocurrir al ser humano, en su coherencia vital, es echar de menos algo que ha perdido por no saberlo cuidar.
¿Que hoy se acaba el mundo? Vale, si es el mundo que me rodea como hasta ayer lo conocía, me parece perfecto. ¿Dónde dices que debo firmar?
 
(para ver el vídeo es necesario ampliarlo a pantalla completa)
 
 
(¡te lo dije! antes, amplía antes. Está bien, pica en el icono de YouTube)
 
 
somebody that I used to know
 
Now and then I think of when we were together
like when you said you felt so happy you could die
told myself that you were right for me,
but felt so lonley in your company
but that was love and it´s an ache i still remember

You can get addicted to a certain kind of sadness
like resignation to the end always the end
So when we found that we could not make sense
well you said that we would still be friends
but I´ll admit that I was glad that it was over

But you didn´t have to cut me off
make out like it never happend
and that we were nothing
and I don´t even need your love
but you treat me like a streanger
and that feels so rough
You didn´t have to stoop so low
have your friends collect your records
and then change your numbers
I guess that I don´t need that tough
now you´re just somebody that I used to know
now you´re just somebody that I used to know
now you´re just somebody that I used to know

Now and then I think of all the times
you screwed me over
but had me believing it was always something
that I´d done

And I don´t wanna live that way
Reading into every word you say
you said that you could let it go
and I wouldn´t catch you hung up on
somebody that you used to know...

But you didn´t have to cut me off
make out like it never happend
and that we were nothing
and I don´t even need your love
but you treat me like a streanger
and that feels so rough
You didn´t have to stoop so low
have your friends collect your records
and then change your numbers
I guess that I don´t need that tough
now you´re just somebody that I used to know

Somebody (I used to know)
Now you´re just somebody that I used to know
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*La era anterior, según esta misma creencia maya, terminó el doce de agosto del 3114 a.C. ¡Bonito día para el fin del mundo!


jueves, 20 de diciembre de 2012

Piedras en el camino

"Convierte en peldaños las piedras con que tropieces"
Norman Vincent Peale*
 
 
  
 
La vida es un camino con principio y fin.
Entre la línea de salida y la de llegada hay miles de piedras que se disfrazan de subidas y bajadas, de rectas, curvas, desniveles y cambios de rasante, de obstáculos que, por sí solos, no desaparecen por fuerte que se cierren los ojos o por lejos que se huya de ellos.
Las maneras de enfrentarse a estas piedras de tamaño y grosor variable se reducen a tres. A saber. 1. Quienes se alejan de ella dando marcha atrás, caminando de espaldas al obstáculo que impide avanzar, ignorando que, si no se rectifica la trayectoria, cuando se decida de nuevo caminar de frente se llegará a tropezar con la misma piedra una y otra vez. 2. Quienes practican la técnica del avestruz, los que esconden la cabeza y dejan el resto del cuerpo al raso, los que eligen dar un rodeo al escollo para proseguir el camino, confiados en que nunca lleguen a tropezar con una piedra de tamaño significativo que sea imposible de bordear sin perder la senda. 3. Y quienes, ligeros de equipaje, se enfrentan a cualquier tipo de pedrusco, a los pequeños que se cuelan a hurtadillas en los zapatos y a los inmensos que parecen imposibles de saltar sin ayuda por mucho impulso que se tome.
La vida es un camino con principio y fin determinado. El transitar por él se hace más o menos llevadero dependiendo de a quién y qué se lleve de equipaje. No hay dificultad grande en el camino que no se pueda salvar. La vida carecería de sentido si así fuera.

 
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* NORMAN VINCENT PEALE (31 de mayo de 1898 – 24 de diciembre de 1993) fue el creador de la Teoría del Pensamiento Positivo.

miércoles, 8 de agosto de 2012

"12", un poema de Oliverio Girondo (1932)


Ficha Técnica:



Título original: Espantapájaros

Editorial: Losada

País: Argentina

Año: 1932





En la teoría:


No sé cuánta narrativa hispanoamericana del siglo XX he leído, pero de seguro que más de la que me gustaría. Que conste que hablo con conocimiento de causa, obligado durante cinco años, pero conocimiento al fin y al cabo. Ricardo Güiraldes. Alcides Arguedas. García Márquez. Miguel Ángel Asturias. Juan Rulfo. Rómulo Gallegos. Y Mario Vargas Llosa, entre otros muchos. Pues con todo no le he cogido gusto a la novela del otro lado del charco. No, y no sé por qué. Quizás se cumpla en mí eso de que “no está hecha la miel para la boca del asno”. Quién es quién, miel/asno, narrativa hispanoamericana/yo, lo dejo a elección del consumidor.
Tampoco me gusta la poesía. Matizo. En todo caso me gusta menos que el sucedáneo de chocolate “Donaire”, en la misma medida que un bodegón del XVII y más, mucho más, que la narrativa hispanoamericana. Pues fíjate tú que es precisamente la poesía de ese continente la única capaz de abstraerme de la realidad. César Vallejo. Vicente Huidobro. Gabriela Mistral. Pablo Neruda. Mario Benedetti. Oliverio Girondo. Oliverio Girondo, ¿te suena? Argentino de nacimiento, cosmopolita por convicción, su poemario Espantapájaros (1932) es fundamental... al menos para mí. 
Existe un artículo magistral sobre Girondo de 2011 firmado por el periodista Juan Sasturain que te recomiendo encarecidamente que leas, no solo porque ofrece información que no encontrarás con facilidad por la red, sino por la manera tan "girondina" en que está escrito“Veinte motivos para leer a Oliverio Girondo” (publicado en el diario argentino Página 12). Ni uno solo de esos motivos tiene desperdicio alguno, créeme. No voy a entrar en menesteres filológicos porque hasta para mí sería infumable en esta etapa de mi vida (la niña ya está crecidita y es poco impresionable), pero sí me atrevo a recomendar el sentir mundano de este poeta atemporal que es capaz de escribir:

“Que te enamores tan locamente de una caja de hierro que no puedas dejar, ni un momento, de lamerle la cerradura”. ("21", Espantapájaros, 1932)


La poesía de Girondo no necesita ni de diccionarios ni de intérpretes. Habla por sí sola en una lengua tan sincera y llana que no solo me reconcilia con la poesía, como aseguraba el propio Sasturain, su pluma me reconcilia con el mundo. ¡Buen provecho!


“Se miran, se presienten, se desean, se acarician, se besan, se desnudan, se respiran, se acuestan, se olfatean, se penetran, se chupan, se demudan, se adormecen, se despiertan, se iluminan, se codician, se palpan, se fascinan, se mastican, se gustan, se babean, se confunden, se acoplan, se disgregan, se aletargan, fallecen, se reintegran, se distienden, se enarcan, se menean, se retuercen, se estiran, se caldean, se estrangulan, se aprietan, se estremecen, se tantean, se juntan, desfallecen, se repelen, se enervan, se apetecen, se acometen, se enlazan, se entrechocan, se agazapan, se apresan, se dislocan, se perforan, se incrustan, se acribillan, se remachan, se injertan, se atornillan, se desmayan, reviven, resplandecen, se contemplan, se inflaman, se enloquecen, se derriten, se sueldan, se calcinan, se desgarran, se muerden, se asesinan, resucitan, se buscan, se refriegan, se rehúyen, se evaden y se entregan”.


En la práctica:

Está bien, lo confieso. Hace un rato me he reído de mí misma como si de otra persona se tratase. Y es que, siempre que tengo en mente dejar por escrito algún pensamiento inquieto que recorre a gritos mi cerebro de lado a lado, me digo bien segura: “seré breve”. Sí, breve, claro, claro. Cuando he sobrepasado la segunda página de un mecánico WORD me ha sobrevenido una repentina risa, tan floja como silenciosa, que ha inundado la habitación por completo. Lo he borrado todo y he comenzado de nuevo, despojada de lo superfluo.

Posiblemente no sea el mejor poeta en lengua castellana de principios del XX, aunque sí dicen que es el mejor argentino. De seguro que no es el más conocido, aunque a mí me llena sobremanera. Es fácil recomendar algo que gusta, pero compartir algo que te hace vibrar tanto que quisieras guardar solo para ti como una posesión valiosa que manos ajenas puedan mancillar, querido, querida, eso no lo es tanto. Pero...

miércoles, 11 de julio de 2012

"El maquinista" de Brad Anderson (2004)




Lo que son las cosas. He pasado gran parte del día arropada por una de las peores compañías que puedo desear en estos momentos: Una faringitis viral que no precisa más tratamiento que mi propia paciencia... precisamente ahora que no voy sobrada de ella. No, si ya tengo claro cómo funciona todo esto. ¡¿Que no quieres caldo?!, pues toma dos tazas.
Desde esta mañana a las seis y media, siete menos cuarto como quien dice, intento ocupar cada uno de los minutos de este solitario día con quehaceres adictivos que no supongan mayor complicación a mi estado actual. Sin apenas suerte en mi afanosa tarea, algunas horas después este día gris con tonalidades malvas empezaba a parecerme eterno. ¿Cuántas veces habré abierto el correo en busca de un mensaje? Ni idea. A la vez que hizo treinta y nueve dejé de contar. ¿Para qué? Ninguna palabra regalada llega cuando se la espera. ¡Menudo martirio!. "Silvia, tienes lo que te has buscado, ni más, ni menos" me he soltado al oído, tan fuerte y tan cruel como una bofetada sin mano, mientras buscaba una película que llevarme a la boca. Es que últimamente no como demasiado.
Por una vez ha sido fácil decidirme. Lo ideal para engalanar los días grises son los thrillers psicológicos que emborronan la mente con historias imposibles. De esos debo de tener quince o veinte en casa. Memento. The Game. À la folie… pas du tout. Identidad. The Jacket. Hard Candy. Número 23. El maquinista. ¡Esta! ¡Sí, sí, esta! El maquinista. La culpabilidad llevada al límite. Muy apropiado.

Recuerdo que la primera vez que vi esta película el aspecto de su protagonista, Christian Bale, me impresionó hasta el impacto emocional. Su delgadez extrema, enfermiza, casi inhumana, da grima. "Como sigas así vas a desaparecer" le repiten sus partenaires divertidas a lo largo de la historia. Ensoñaciones que parecen más reales que la propia realidad. Personajes que aparecen y desaparecen con la rapidez de un parpadeo. Los tonos grisáceos de El maquinista se apoderan de la estancia. "Como sigas así vas a desaparecer", ¿de qué me suena a mí eso? En fin. En días en los que no me aguanto ni yo, me pregunto: ¿es posible olvidarse de uno mismo hasta el punto de llegar a desaparecer? Con total sinceridad, no tengo ni idea. De todos modos hoy, precisamente hoy, me la trae al fresco. Como Trevor en su desdicha, yo “solo quiero dormir".

 
 
ARGUMENTO: Trevor, el maquinista de una fábrica de ferralla, lleva un año sin dormir. Lo suyo, más que un caso agudo de insomnio, parece una paranoia delirante provocada por un episodio guardado a buen recaudo en su subconsciente. La falta de sueño, unida a la escasa ingesta de alimentos, llega a mermar su capacidad de raciocinio hasta rozar la locura. Atormentado por su propia conducta, ve conspiraciones allá donde no las hay, obligándose a recluirse en soledad en busca de la fatal respuesta.

martes, 10 de julio de 2012

"Le Scaphandre et le Papillon" de Julian Schnabel (2007)


Pocas veces, creo recordar, he podido mantenerme indiferente ante un estímulo emotivo con independencia de la naturaleza del mismo. Mi cuerpo se resiente, más de lo que desearía, pero mi ánimo sale a flote en busca de continuas bocanadas de aire fresco materializadas, normalmente, en la diversidad artística. Por fortuna, el desconocimiento en la materia me da la suficiente libertad para hablar de cualquier tema que se me antoje con la inmunidad propia del ignorante. Hace tiempo que andaba tras las huellas de esta plástica co-producción franco-norteamericana. En cuanto conocí la existencia de la novela autobiográfica de Jean-Dominique Bauby y de cómo esta había sido escrita, dictada letra a letra con su párpado izquierdo, supe que no podría pasar sin ver la cinta de Julian Schnabel. Le Scaphandre et le Papillon.
 
A principios de los noventa, recién estrenada la cuarentena, Jean-Dominique Bauby, el excéntrico redactor jefe de la revista francesa Elle, sufrió una embolia masiva. Tras tres semanas en coma, Bauby despertó víctima del llamado “síndrome de cautiverio”. Totalmente paralizado, Jean-Do malvivió durante meses encerrado en su cuerpo inerte (la escafandra) sin poder comer, ni beber, ni hablar, ni respirar sin asistencia, mientras su mente funcionaba con la normalidad habitual de quien conserva intactas la memoria y la imaginación (la mariposa). En el hospital de Berk-Sur-Mer especializado en dolencias similares donde fue confinado, aprendió con paciencia a comunicarse mediante el parpadeo de su ojo izquierdo. Gracias a esta habilidad forzada, Jean-Dominique Bauby recreó el mundo desde su particular y nueva situación en la novela La escafandra y la mariposa en la que se basa la película de idéntico título.




Para los que aún lo duden, Jean-Do sufrió, cada minuto de su decepcionante estado sufrió. Pero no por él, no, lo hizo por su padre de noventa años enclaustrado en un piso del que sus piernas ya no le permitían salir. Lo hizo por sus tres hijos a los que ya nunca volvió a poder acariciar. Por su exmujer, por ella también, por acompañarle sin reservas en esa cruel etapa de su vida. Sufrió por su nueva pareja, por dejarla abandonada a su suerte, y por cada una de las personas que le facilitaron la existencia mientras su cuerpo yacía inmóvil postrado en una cama. Sufrió por no tener palabras para animarles, ni voz para decirles “te quiero”, por no poder dar un beso ni regalar un abrazo, por miles de razones generosas que le hacían pensar en los demás por encima de sí mismo.
Aferrarse a la vida cuando son otros los que deben vivir por ti es obligarles a dejar a un lado sus hábitos cotidianos para adoptar los tuyos. Aferrarse a la vida a costa de la vida de los demás es egoísmo en estado puro. Aferrarse a la vida cuando ya no nos toca vivir es restarle días de bonanza a quienes más te quieren. En fin, no me gustaría verme en una de esas y que me obligaran a vivir. No sería feliz sabiéndome una carga.
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Jean-Dominique Bauby murió de neumonía el 9 de marzo de 1997.


 

domingo, 8 de julio de 2012

Concédenos un minuto, por favor

No sé bien por dónde empezar. Las presentaciones me gustan casi tan poco como las despedidas, aunque ambas sean obligadas en momentos puntuales de la vida. Quizás debas saber que, cuando dejo que mis dedos bailen sobre el teclado, me descubro diminuta, casi inexistente, porque sé que necesito un minuto de tu tiempo, un minuto me basta para saberme persona y no solo una serie imprecisa de palabras que se hilvanan entre líneas invisibles como las cuentas de un collar. Existo porque tú quieres que exista y, si dejas de pensar en mí, si decides no regalarme el minuto de tu tiempo que me haga corpórea, entonces me evaporaré presa del silbido de una olla exprés que avisa de que todo ha terminado incluso antes de empezar. De ti depende.