Ficha Técnica:
Título original: 512 hours
Género: Performance
Artista: Marina Abramović
Lugar: "Serpentine Gallery" (Londres, Inglaterra)
Año: 2014
Riqueza de texturas:
Rara vez escribo sobre las cosas que no me gustan. Me resulta una
insufrible pérdida de tiempo divagar sobre lo que no me emociona, máxime cuando con ello ni tú ni yo ganamos nada. Puedo ofrecerte mi opinión, puedo aconsejarte que inviertas unas horas en algo que, cuanto menos, te va a suponer una apertura de miras, pero no le veo sentido alguno a que una pataleta mía pueda mermar tu curiosidad infantil. Esta entrada no es en sí una
excepción (aunque pueda parecerlo a simple vista) porque, si bien el tipo de performance que predomina en “512 hours” no es de
mi agrado, es de justicia reconocer la valía del engranaje secundario que la conforma hasta
el punto de ser considerada en su conjunto por la crítica una "manifestación escénica
única e indescriptible".
La mayoría de las veces las cosas surgen sin un por qué o, al
menos, sin uno que “a priori” estuviera planeado exactamente de esa manera.
Ese/a es el/la único/a performance que tolero, el/la que va unido/a a la
improvisación por parte del artista, que interactúa como impulsado por un resorte con el público, sea suyo (intencional) o no (pasaba por
allí). Las estatuas humanas, los mimos, el body
art, las manifestaciones callejeras espontáneas. Pero no es este
tipo de escenografía el que la artista serbia, Marina Abramović, hace suyo en
“512 hours”. No. En este caso ella aporta la idea, solo la idea, y es el
público en su totalidad quien la materializa, quien improvisa, quien interactúa con el resto,
quien aporta una visión subjetivísima de la concepción artística, quien crea. En definitiva, es el público en masa quien se convierte en un ente “juanpalomesco”
multicultural (el que se lo guisa y, en consecuencia, se lo come) al servicio absoluto de quien se lleva todo el mérito. Un
despropósito.
Sí, yo estuve allí o, al estilo de performance que tolero, improvisé una visita el último día que la artista serbia actuaba en Londres, el domingo 25 de agosto de 20014 (así salió). Era nuestro cuarto día de vacaciones familiares en la ciudad de la olvidada Daphne du Maurier, la escritora cuya novela más conocida llevó Hitchcock con gran éxito al cine, Rebeca ("Last night I dreamt I went to Manderley again"). El clima favorecía largas caminatas y mi hijo correteaba por Hyde Park tras la sombra de las juguetonas ardillas. La escucha furtiva de los Speakers Conners de Marble Arch otorgaba cierto vértigo nostálgico a la mañana mientras nos encaminábamos sin prisas a la “Serpentine
Gallery”.
¡Por el Santo Job, qué cola! Kilómetros de gente ansiosa por ver de cerca a la Abramović. ¿Esperar o no esperar?, That’s the questions! La cosa prometía. Solo el público, unos cuantos
accesorios y ella. Solo. Porque para acceder a la sala, además de ser portador de una paciencia infinita, había que dejar fuera
todo lo que se llevara encima: bolsos, relojes, bisutería, llaves, cámaras de
fotos, móviles... ¿Móviles?, ¡¡por favor, con un niño de tres años en un país
extraño no puedo desprenderme del móvil así por las buenas!! Ese vínculo
tranquilo y técnico, ese cordón umbilical artificial y artificioso que me une a mi pequeño cuando estoy sin estarlo no hay quien lo corte
por muy Marina Abramović que sea. A ver, que yo entiendo su postura pero, ya
que para llevar a cabo su escenografía se valía por completo de mí y de todos los que como yo tenían cierto
interés en verla, ya que sin nosotros su performance no tendría ninguna razón de ser, ya
que se estaba obligado a ceder los derechos de imagen por amor literal al arte, alguna concesión se
tendría que hacer, ¿no?
Pues no, las normas eran claras, estrictas y algo numerosas para tratarse de un acto de improvisación. En fin. Prohibida la entrada a menores de doce años. Prohibida la entrada con accesorios no permitidos por la artista. Aforo limitado pero sin límite de tiempo para permanecer dentro de la sala (vamos, que si nadie salía en tres horas la cola permanecía inmóvil durante esas mimas horas). En fin, en fin. Lo cierto es que reconozco no ser demasiado mitómana, al menos no de ninguna
persona que comparta tiempo vital conmigo. Para mí solo los que se han ido y han perdurado en la memoria colectiva con intensidad son merecedores de ese
tipo de admiración enfermiza que acelera la respiración. Y este, obviamente, no es el caso. Marina Abramović, una transgresora nata de las reglas establecidas que impone demasiadas normas a los participantes de sus escenografías. Pura hipocresía artística que la crítica ha pasado por alto. En fin, en fin, en fin. Es cierto que existen cientos de razones para caer rendidos a los pies de la artista serbia, entre ellas el hecho de ser pionera en este tipo de escenificaciones (su montaje anterior a este en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 2010, “The Artist is Present”, me parece un documento humano de una belleza emotiva indescriptible), pero no siempre se puede ser caballo ganador, a veces hay que conformarse con haber sido invitado a la carrera.
Se ve que la sugestión en masa es un arte demasiado novedoso para mí porque, en realidad, a eso se reduce todo. A una sala blanquecina y vacía donde el "síndrome de la guardería" hace acto de presencia: Si uno llora, los demás lloran. Si uno ríe, los demás también reirán. "Si te marchas ahora no te verás en otra oportunidad como esta" me reprochó la típica inglesita rubia, angelical e insulsa que estaba tras de mí cuando le comenté que no aguantaba más estar allí plantada. ¡¿Cómo?! ¿A mí me hablas de oportunidades? Hay tantas cosas significativas que hacer a lo largo del día, hay tanta gente maravillosa que me rodea, que ni en mil años cambiaría la cara de mi hijo al ver el esqueleto de un Diplodocus en el Museo de Historia Natural por todo un día exhalando el mismo oxígeno que Marina Abramović. Cuestión de prioridades... y de gustos.
Bueno, al final entré, no a participar del/de la performance, pero sí a cotillear un poco lo que se cocía allí dentro. Y es precisamente todo ese engranaje secundario el que me tiene aún fascinada. La pequeña librería dispuesta a la izquierda de la entrada, frente al mostrador de información, preparada con un gusto exquisito con
parte de su material didáctico y artístico a la venta. Ni qué decir de la
delicadeza de la pequeña exposición visual que había en la antesala y donde,
por el módico precio de cinco libras, se podía adquirir una lámina en blanco y
negro conmemorativa del evento que aún tengo por colgar en mi estudio. El comportamiento de los trabajadores de la "Serpentine
Gallery", impecable. La amabilidad de la chica de información incuestionable. Por
allí me paseé a mis anchas mientras los demás hacían cola, por allí por donde
también deambulaba Marina Abramović en buena compañía, a
escasos centímetros físicos de mí pero a kilómetros de distancia en realidad.
Como parte de “512 hours” y de la asombrosa magia en sombras que la envuelve, la artista registró un diario en el que iba agradeciendo las muestras de afecto recibidas durante cada una de las interactuaciones y las impresiones que a ella misma le causaban. Del mismo modo, el público fue invitado a compartir lo que les había sugerido la experiencia. Estas apreciaciones espontáneas fueron subidas a Tumblr dando forma a un documento visual de una heterogeneidad tan sorprendente como ilustrativa, miles de sentimientos plasmados en un insignificante trozo de papel que cobra protagonismo a ojos de cada uno. Por suerte, para disfrutar de esta experiencia no es necesario hacer cola durante horas.
Sensación visual:
¿Sabes de esas veces que descubres que te gusta algo solo porque le gusta a alguien a quien aprecias de verdad, alguien por quién sientes una admiración especial, alguien que te importa sin tener que importarte?
Y, ¿sabes qué?, que Marina Abramović no vale más que tú y que yo por mucho que haya quienes viven empeñados en hacérselo creer. Que tú me vendas los ojos como sucede en su performance y seguro que muero allí mismo de pura emoción. Que si me susurras al oído palabras ininteligibles mis pulmones se quedan sin aire. Que si me lo pides soy capaz de interpretar el papel de mi vida. Que las emociones no van en línea recta, ni se proyectan de pie en una cola infinita. Que la gente no nos deja de importar por que sí, que siempre hay un motivo razonable. Que lo que eriza la piel puede ser la mirada furtiva de un desconocido que desearías que no lo fuera tanto, o una sola palabra vocalizada en un mar de gritos.
La vida en sí es el/la mayor performance del/de la que debemos formar parte como protagonistas indiscutibles de cuanto acontece a nuestro alrededor. Lo demás, puro formulismo.
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