domingo, 31 de diciembre de 2017

"La adoración de los Magos", una pintura de Bartolomé Esteban Murillo (aprox. 1660)


Ficha Técnica:




Título original: "La adoración de los Magos"

Autor: Bartolomé Esteban Murillo

Fecha: 1655-1660

Técnica: Óleo sobre lienzo

Medidas: 190 cm x 146 cm

Ubicación: Toledo Museum of Art, Ohio (EE.UU.)








En la teoría:


Todo tiene sentido a nuestro alrededor nos pellizque el estómago o no. Todo lo adquiere con el paso del tiempo. Y es que nada sucede de manera gratuita por mucho que, al menos en un primer momento, no encontremos un por qué convincente que suba las comisuras de unos labios alicaídos. El tiempo pone cada pieza en su lugar y esta convicción tan banal como populista resulta ser el mayor consuelo para quienes no lo encuentran.


Casa del Vapor. Imagen de "Aula Gerión"
Asociación para la defensa del Patrimonio Histórico
Mi relación con Murillo se remonta a casi cuarenta años atrás (¡qué mayor me hace sentir acotar el tiempo!), cuando apenas contaba yo con un par de años. En 1976 la vida, aunque no se disfrutaba en blanco y negro como cree aún mi hijo, sí que transcurría de diferente manera o, al menos, a mí así me lo parecía. Hasta 1980 viví con mis padres en la conocida "Casa del Vapor", una emblemática construcción de arquitectura civil cercana al puerto de Bonanza, pedanía de Sanlúcar de Barrameda, a casi 50 kilómetros de Cádiz. En la década de los setenta, cuando la línea de barcos de vapor Sevilla-Cádiz había pasado a mejor vida, el singular edificio ya se utilizaba como casa cuartel de la Comandancia de Sanlúcar. A mi padre, casi recién salido de la academia, solo le correspondía una habitación y un pequeño salón-comedor. La cocina y el baño sin ducha eran comunitarios. Un barreño de zinc calentado al sol del patio hacía las veces de bañera. Eran tiempos diferentes, mejores para unos y peores para otros, como ocurre siempre, tiempos en los que el prisma con el que se veía la realidad mundana solo conocía de colores primarios. Durante esos años yo dormía en el salón, en la improvisada cama que resultaba de unir los dos sillones de pana granate a juego con el sofá que abarcaban casi toda la estancia de pequeña que era. No recuerdo que tuviésemos muchas pertenencias, pero imagino que tampoco las necesitábamos. 

Quizás por eso recuerdo como si fuese ayer la reproducción en madera de "La Inmaculada Concepción" de Murillo que colgaba de una de las paredes de aquella habitación multiusos. Su simple presencia me daba pavor. Esa etérea oscuridad intimidaba demasiado a una niña pequeña a la que obligaban a creer que esa imagen velaba sus sueños. En cierta manera esa figura femenina me acompañó durante muchos años, aunque no de manera espiritual como pretendía mi madre, sino en forma de pesadilla recurrente que me impedía conciliar el sueño con normalidad. El proceso creativo es único, pero sus interpretaciones múltiples y esta que escribe, haciendo gala de una imaginación infantil sin límites, intuía a esa "Inmaculada" al acecho, escondida en los recovecos de aquella vieja casa cuartel, acercándose despacio y silenciosa, flotando en el aire mientras mis pies permanecían pegados al frío suelo de piedra. Ya, ya sé que puede parecer una tontada infantil, pero te aseguro que aún hoy, tantísimas décadas después, soy capaz de sentir la angustia vital que esa imagen me producía. Bueno, no todos pueden contar que su primer contacto con el pintor sevillano fue tan temprano, tan personal y tan terrorífico.

Hace unos meses, un familiar le explicaba a mi hijo que, mientras Murillo pintaba una obra en la Iglesia de Santa Catalina de los Capuchinos de Cádiz, cayó del andamio con tan mala suerte que, debido a las consecuencias de ese fatídico golpe, murió poco después. Bueno, lo cierto es que, si le preguntas a alguien de Sevilla, te dirá que sí, que el pintor cayó del andamio mientras pintaba el famoso cuadro inconcluso para la citada iglesia de Cádiz, pero Murillo lo estaba pintando en su estudio de Sevilla, no en Cádiz. ¡Qué cosas! El pueblo manipulado desdetiempos ancestrales por unos y otros. Por si fuera poco, para otorgar mayor polémica a la historia, junto a la pintura original inacabada de Murillo que se exhibe en el Museo Provincial de Cádiz está colocada "La caída de Murillo del andamio" del pintor sevillano Manuel Cabral Aguado Bejarano (1827-1891) que lo sitúa en la citada iglesia, no creo que tanto por rigor histórico como para optar al premio que otorgaba la Academia de Bellas Artes de Cádiz en 1862 en concurso público. A mí estas anécdotas populistas me divierten muchísimo. Sea como fuere, este 2017 no ha hecho justicia a la memoria de uno de los grandes pintores del siglo XVII. De hecho, las actividades oficiales en Sevilla se prolongarán desde noviembre de 2017 hasta diciembre de 2018, como si los trescientos sesenta y cinco días del año saliente no hubieran sido suficientes para conmemorar su nacimiento.

Hoy vivo en la ciudad que vio nacer y morir a Murillo, según algunos estudiosos de la capital el pintor más cotizado de su época, superando a coetáneos de la talla de Velázquez o Zurbarán. En cuestiones históricas debemos creer (o no) lo que nos cuentan, inclinar la balanza de nuestro criterio hacia un lado u otro. Es ley de vida. Como también lo es el lugar que cada cual ocupa en un tiempo que no le pertenece. A saber, ni la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía ni la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla, en mi modesta opinión, han sabido otorgarle al "Año Murillo" el toque popular que el pintor merecía en una ciudad como esta cuatro siglos después de su nacimiento. Ocho exposiciones, dos itinerarios, algún concierto, programas audiovisuales varios y un gran congreso internacional. ¿Para qué?, o quizás mejor ¿para quién? Ninguna actividad especial se ha realizado en los colegios, ninguna programación cultural ha empapelado los muros desnudos de la ciudad, ningún festejo especial ha aparecido en las marquesinas de las paradas de los autobuses. Es triste, culturalmente hablando, que quien tenga un mínimo de interés deba buscar en la red para encontrar algo, pero ¿y quienes ni siquiera sepan que en este 2017 que ahora acaba se ha conmemorado el IV centenario del nacimiento de Murillo? Las cosas de palacio siempre van despacio... 


Está claro que si la montaña no va a Mahoma, al profeta le va a tocar ir a la montaña, por eso en casa decidimos hacer nuestro particular homenaje al pintor sevillano. Aunque opciones públicas no hemos tenido demasiadas ni variadas más allá de llevar a nuestro hijo a un par de talleres de pintura donde se enseñaba el arte de Murillo, de forma familiar hemos intentado acercar lo que parecía tan lejano. Como felicitación navideña Guillermo, que acaba de cumplir siete maravillosos años hace solo unos días, ha dibujado su particular visión de "La adoración de los Magos" que estas fiestas adorna nuestra casa y la de los abuelos. Le llevó cinco días hacer el boceto a lápiz, cinco días de borrones, de enfados, de tirar la toalla y de volverla a recoger. En otros tantos lo coloreó con rotuladores de gel y ceras de colores. De la purpurina dorada del marco mejor no hablamos (mi ceja derecha aún se arquea solo de pensar hasta dónde llegaron las pintitas doradas). Ya escribí antes que el proceso creativo es único, pero sus interpretaciones múltiples... salvo a los ojos de una orgullosa mamá.

En la práctica:


Acaba el "Año Murillo" como expiran los propósitos de este 2017. Personas maravillosas han entrado y salido de mi vida durante estos trescientos sesenta y cinco días, personas maravillosas que han pincelado de miles de matices cada uno de mis estados de ánimo. A este respecto, no hay ser viviente sobre la faz de la tierra que sea capaz de comprender lo tremendamente feliz que ciertas presencias me han hecho este 2017. Presencias cercanas y lejanas. Mudas, silenciosas y de las que no callan ni bajo el agua. Algunos que no han llegado para quedarse aquí de forma física, pero que fueron capaces de eternizar un solo instante. Ha sido un 2017 fantástico y, si algo he aprendido de él, es que las oportunidades que se dejan escapar las aprovechan otros, que mi tiempo es solo de quien sabe ganárselo, que ningún corazón se rompe y deja de bombear, que los corazones tristes se comprimen y dejan de bailar solo hasta que nos acostumbramos al nuevo ritmo de sus latidos. Tantas décadas después de sentirme perseguida por una imagen etérea y oscura, continúo sin tener apego a las cosas que se compran con dinero, igual por eso me siento tan dichosa. Así que, con independencia del año que va o viene...

¡FELIZ Y PLACENTERA VIDA!



Cádiz, 31/12/2017


sábado, 12 de agosto de 2017

"12", un poema de Oliverio Girondo (1932).


"Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, se despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehuyen, se evaden, y se entregan."


Ficha Técnica:



Título original: Espantapájaros

Editorial: Losada

País: Argentina

Año: 1932






En la teoría:

Me gusta el número 12. Su pronunciación me obliga a colocar los labios con la inseguridad del primer beso, ese que se da con los ojos cerrados por inercia social, porque alguien supuestamente con más práctica en esos temas un día nos dijo que se hacía así. DO-CE (haz la prueba, verás). Lo curioso es que el 90% de la gente no cambia de técnica con la práctica y mantiene los ojos cerrados al besar como si ese gesto proporcionara más intensidad a un acto supremo que tiende a volverse cotidiano. DO (morritos)-CE. En estos menesteres yo me considero más "cortaziana", más de mantener los ojos abiertos para mantener vivo el instante durante días, de cerrarlos solo para empezar de nuevo. Yo soy más de infringir lo establecido como norma, más de Rayuela que de Veinte poemas de amor y una canción desesperada

"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo de aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua."

No sé cuánta narrativa hispanoamericana del siglo XX he leído, pero de seguro que más de la que me gustaría. Que conste que hablo con conocimiento de causa, obligado durante cinco años, pero conocimiento al fin y al cabo. Ricardo Güiraldes. Alcides Arguedas. García Márquez. Miguel Ángel Asturias. Juan Rulfo. Rómulo Gallegos. Y Mario Vargas Llosa, entre otros muchos. Pues con todo no termino de cogerle yo el gusto a la novela del otro lado del charco. No, y no sé por qué. Quizás se cumpla en mí eso de que “no está hecha la miel para la boca del asno”. Tampoco me gusta la poesía. Matizo. En todo caso me gusta menos que el sucedáneo de chocolate “Donaire”, en la misma medida que un bodegón del XVII y más, mucho más, que la narrativa hispanoamericana. Resulta pues curioso que sea precisamente la poesía de ese continente la única capaz de abstraerme de la realidad. César Vallejo. Vicente Huidobro. Gabriela Mistral. Pablo Neruda. Mi Mario Benedetti (ya, ya, mío, tuyo y de todos). Oliverio Girondo. Oliverio Girondo, ¿te suena? Argentino de nacimiento, cosmopolita por convicción. Vanguardista, telúrico, rompedor. Su poemario Espantapájaros (1932), en el que se incluye este poema "12", es fundamental... al menos para mí, claro. 

Existe un artículo magistral sobre Girondo de 2011 firmado por el periodista argentino Juan Sasturain que te recomiendo encarecidamente leer, no solo porque ofrece información que no encontrarás con facilidad en la red, sino por la manera tan "girondina" en que está escrito. Ese artículo se titula “Veinte motivos para leer a Oliverio Girondo” (publicado paradójicamente en el diario argentino Página 12 y al que puedes acceder directamente pinchando sobre su título). Ni uno solo de esos motivos tiene desperdicio alguno, créeme, ni uno. Mordaz, elocuente, convincente. 

A estas alturas de mi vida no voy a permitirme entrar en menesteres filológicos porque hasta para mí sería infumable (la niña ya está crecidita y es poco impresionable en estos temas), pero sí me atrevo a recomendar hoy, a cinco días de celebrar el 126 aniversario de su nacimiento), el sentir mundano de este poeta atemporal que fue capaz de escribir soberbias maldiciones tan literariamente figuradas como realmente literales:

“Que te enamores tan locamente de una caja de hierro que no puedas dejar, ni un momento, de lamerle la cerradura”. ("21", Espantapájaros, 1932)



La poesía de Girondo no necesita ni de diccionarios ni de intérpretes. Habla por sí sola en una lengua tan sincera y llana que no solo me reconcilia con la poesía, como aseguraba el propio Sasturain, sino que sobre todo su pluma me reconcilia con el mundo. ¡Buen provecho!



En la práctica:

Hoy cumplo 42 años. Hoy, ahora, en este preciso momento. 

Hace unos días mi hijo, consciente de que esta fecha se aproximaba, me preguntaba dubitativo: "Mamá, ¿tú en qué año naciste, en mil setecientos qué?". Adoro la espontaneidad infantil, ese metafórico folio en blanco que se va llenando con genialidades de este tipo hasta conformar una personalidad única. Mi hijo me acababa de remontar al siglo XVIII, al de las Luces, al ilustrado. El siglo de la Enciclopedia, de la independencia de los EE.UU., de la revolución francesa y de la guillotina. Vivaldi, Handel y Bach. Mozart, Haydn y Beethoven. Voltaire y Rousseau, Goethe y Schiller. Kant y Adam Smith. Benjamin Franklin. Darwin y Newton. George Washington, Marie-Antoinette y Robespierre. Goya y Canaletto. Jovellanos, Torres Villarroel, Moratín. Y yo, siempre según mi hijo, claro.

Hoy cumplo 42 años. 42, el número que da "sentido a la vida, el universo y todo lo demás" según la setentera y divertida Guía del autoestopista galáctico (The Hitchhiker's Guide to the Galaxy) del genial Douglas Adams, "el más divertido de los números de dos dígitos", "un número ordinario y pequeño" (como esta que escribe). 42, el número atómico del Molibdeno. 42, los preceptos de Ma'at, diosa egipcia de la ley, el orden y la verdad. 42, el apartamento donde vivía Fox Mulder en la mítica "Expediente X" (babeo inconsciente). 42, la postura sexual que sigue ganando terreno al 69 (vale, sé que ahora mismo vas a dejar de leerme para buscar en Google alguna imagen; venga, tómate tu tiempo).

Sé que cumplir años no deja de ser un mero trámite, uno más administrativo y social que personal. Soy la misma de ayer y mañana también seguiré siendo la misma. No he sentido nada especial esta mañana al levantarme ni lo siento en este preciso momento con 42 agostos a mi espalda. Igual las cosas que no tienen importancia me importan aún menos, pero no es esa una cuestión de agradecer a la edad, sino a la madurez que, por cierto, no suele casarse pronto con aquella. La madurez nos hace apetecibles, como a la fruta. Apetecibles y hasta comibles, también como a la fruta. Aprendemos a convivir, a saber que no podemos dar diez a quien nos da por sistema solo cinco, a valorar a cada cual en su justa medida, a aceptar las cosas tal y como vienen, a no ocupar lugares que no nos corresponden, a dar y a pedir espacio. "Hembra Alpha", así tal cual me ha definido hace algunos días alguien que entra y sale de mi vida desde la época del instituto como los ojos del Guadiana, de manera irregular y cuando le viene en ganas (lo escribo desde el cariño y esta persona, ipad del trabajo en mano, lo sabe). Cuanto menos curiosa la manera en la que ven a una con 42 años. 42 ya...


P.S. Por casualidad, esta entrada se ha convertido en la número 100 de este blog (sonrío, pero callo).

viernes, 7 de julio de 2017

"Desconexión", una película de Henry Alex Rubin (2013)


Ficha Técnica:



Título original: Disconnect

Director: Henry Alex Rubin


Género: Drama social

Duración: 115 minutos


País: Estados Unidos





Sinopsis:


Historia coral sobre un grupo de personas, relacionadas entre sí de manera circunstancial, que intentan llenar con las múltiples posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías el vacío comunicativo que sufren en su día a día, personas perdidas en una red virtual capaz de desestabilizar sus propios cimientos vitales.


Primer plano:


Me fascinan los puntos suspensivos... Adoro como hacen tipográficamente corpóreos los silencios. Los voluntarios, los involuntarios. Los deseados, los temidos. Los forzados y hasta los obligatorios. Silencio, eso es lo que llevo necesitando el rato que hace que la voz estridente de Mickey Mouse suena en la televisión del salón (donde, por cierto, en vacaciones acampa mi hijo a sus anchas). ¡Dichoso ratón! Bien podría convertirse en unos puntos suspensivos de redondeadas orejas que inunden mi pequeño estudio con el mayor de los silencios. Está claro que debo aparcarme por un rato. Touchée! Vencida por un ratón con pantalones de voz estridente de casi noventa años.

En este momento el visionado días atrás de Desconexión me parece providencial. Reconozco que entonces tardé un rato en decidir si invertir mi tiempo en él o no; de todas las maneras que podría haber elegido el director para comenzar la película, en mi opinión, se decantó por la peor, la más circunstancial, la más inconexa de todas. Y es que utilizar un caso de pornografía online en el que, para mas inri, se ve involucrada una red de extorsión de menores provoca una visión distorsionada de la dramática extensión social del resto de las historias. Una lástima. Claro que en seguida inunda la pantalla la cautivadora sonrisa de Jason "Hogan" Bateman, tristemente encasillado en roles caricaturescos de las típicas americanadas, y esta que escribe se acomoda en su rinconcito del sofá y se olvida hasta de su nombre (suspiro).  


La intención de Rubin, el director, es tan buena que se hace merecedora de cada una de las críticas positivas que recibió en su día (que no fueron pocas). La manera de desarrollarla es más que notable. Pero, con absoluta sinceridad, yo habría prescindido del 90% del reparto. Sí, de nueve de cada diez actores por exagerado que parezca, porque ninguno de ellos llega a conmover hasta anudar la garganta, ninguno salvo ese significativo 10% que encabeza Jonah Bobo (el hermano pequeño de Josh Hutcherson en la mítica Zathura: una aventura espacial), el único de todos ellos que aprueba con matrícula. Y no digo con esto que el resto merezca ir a la hoguera, de hecho quien más y quien menos tiene ganado un siete sobre diez, pero carecen de una evidente química conjunta. La insulsa Paula Patton y el igualmente insulso Alexander Skarsgård (sí, he copiado el apellido directamente de "Google") conforman una de las parejas menos creíbles de la historia del séptimo arte (junto a Keira Knightley y Orlando Bloom en la repetitiva serie Piratas del Caribe, y a Natalie Portman y Hayden Christensen en la segunda trilogía de La Guerra de las Galaxias)Frank Grillo es un padre como el agua: insípido, incoloro e inodoro. De Marc Jacobs me limito a decir que hace bien dedicándose al diseño de bolsos. Y así, todos, cogidos con pinzas, tan políticamente correctos respecto al guion que distan de ese toque bienintencionado de realismo social que cualquier espectador agradecería al ver esta película.

En todo caso, la profundidad que requiere este tipo de personajes no debe de ser fácilmente comprimible en apenas dos horas, ni para quien dirige ni para quienes interpretan. Una ambiciosa periodista que desea destapar un caso de grooming (un adulto que abusa de la confianza de menores con fines sexuales) gracias a la relación de dudosa legalidad que llega a establecer con un chico que vende su cuerpo en una web de pago. Un matrimonio distanciado por una tragedia familiar que sufre un caso de phishing (robo de datos) que pone en jaque sus ahorros, mientras ella busca en un foro de apoyo la comprensión que no recibe de su marido, adicto a los casinos onlineUn padre de familia, esclavo del móvil, que carece de tiempo para establecer relaciones afectivas con su mujer y con sus hijos, un adolescente inmerso en una espiral de autodestrucción propiciada por el ciberbullying al que le someten dos compañeros de clase y una preuniversitaria adicta a las redes sociales con una existencia superficial. Un expolicía viudo especialista en detectar ciberdelitos que debe enfrentarse a una circunstancia deleznable: su único hijo es un ciberacosador. 


En sí Disconnect es un espejo en el que mirarnos, aunque solo sea de pasada, aunque nos plantemos ante él con los ojos cerrados. En nuestros días, la distancia nos suele asustar tanto como la cercanía aunque, claro está, por motivos diferentes. Parece obligado que nos alejemos cada vez más de los que realmente tenemos cerca para, sin remedio, acercarnos virtualmente a los que están lejos. Es en esa polaridad tan física como química donde suelen residir algunos de nuestros miedos porque, por lo general, nos hace ser conscientes de que utilizamos como mecanismo de defensa la negación de lo evidente. Nos aferramos con uñas y dientes a una realidad alternativa en la que todo parece marchar a nuestro antojo, una irrealidad distante sin compromiso de permanencia que nos permite ser quienes dejamos de ser un día o, tal vez, quienes habríamos querido ser. Admitámoslo ambos, esto es lo que nos toca en el siglo de las redes sociales malentendidas. Esto es precisamente lo que se cuenta en Desconexión. ¿Sabes?, si la vergüenza dirige la conducta humana, en esos momentos la perdemos por completo y la imagen que de nosotros mismos tenemos (y/o queremos) se desdibuja con una facilidad asombrosa al proyectarse de forma convergente en el otro. En estos casos, aunque cada cual cuente con su propia verdad, esta es una única y, por suerte o por desgracia, se encuentra a la vista de todos. Así es el drama social de este metraje, cercano al tiempo que distante, real y virtual a partes iguales, cordial y hosco, emotivo y frío, humano y... artificial como nuestro perfil en las redes sociales.

Coincidirás conmigo en que un cuchillo, por sí solo, es un objeto tan inofensivo como lo puede ser un lápiz. Sin embargo, al igual que él, es el uso que cada cual le da lo que en realidad lo convierte en un artículo cotidiano o en un arma letal. Con Internet ocurre lo mismo. No hay nada pernicioso en ello, nada a menos que intencionalmente se quiera así. Phishing y pharmingGrooming y sextingCyberbullying cyberstalkingSpam y scam. A diario convivimos con situaciones virtuales que ni siquiera imaginamos que existen, situaciones que ponen en peligro la integridad de nuestro entorno al completo. Lo que nos afecta les afecta, para bien o para mal. Desconexión nos acerca la cotidianidad de un grupo de personas similares a cualquiera de nosotros que han perdido la capacidad de mirarse a los ojos y hablar, hablar a corazón abierto, sin tapujos, sin rencores, sin reparos. Personas que ven en las nuevas tecnologías una vía de escape a una realidad que les asfixia a diario. A diario...





Plano subjetivo:


Hace años que los cuentos no empiezan por "érase una vez". Ni narran historias de princesas desvalidas que caen sumisas en los brazos de caballeros de valentía sin tacha. Hace años que en el cine los malos ya no son tan malos y los buenos... los buenos se prodigan poco por esos parajes tan alejados de la mano de cualquier dios. Hace años que la vida no tiene asegurado un final feliz y los protagonistas, si tienen la suerte de comer a diario, desde luego que no siempre son perdices. Internet existe y es la bruja mala del este o la buena del norte según sople el viento. La Red nos atrapa como a un banco de peces, con independencia de nuestro mayor o menor tamaño. Podemos resistirnos, podemos creer que no terminaremos en la parrilla, que saldremos indemnes de nuestra incursión, pero lo cierto es que solo el que se mantiene pegado al fondo, alejado del resto, está en principio a salvo. Eso es Desconexión, por eso me permití invertir dos horas en ella, por eso te la recomiendo a ti. Ten en cuenta que, si todo el que ve una hoja de papel se limitara a recrearse en su simpleza blanquecina en lugar de explorar sus infinitas posibilidades, toda la magia que hoy nos rodea se reduciría a unos bisontes esbozados en rojo en la pared de cualquier cueva. En parte, de ti depende. Desconéctate...