martes, 5 de mayo de 2015

"La vida de Pi", una película de Ang Lee (2012)


Ficha Técnica:


Título original: Life of Pi

Guion: David Magee (según la novela homónima de Yann Martel)

Género: Drama

Duración: 127 minutos

País: Estados Unidos



“Al final la vida se convierte en un acto de renuncia. Pero lo que causa mayor dolor es no tener un momento para despedirse"


Sinopsis:

El zoo de Pondicherry (La India) debe cerrar sus puertas definitivamente. El joven Piscine "Pi" Molitor Patel, hijo del propietario, se ve obligado a viajar a Canadá junto a su familia y todos los animales en busca de una nueva y mejor vida. Sin embargo, tras un terrible naufragio en medio del Océano Pacífico, Pi termina en un bote salvavidas con la única compañía de "Richard Parker", un fiero tigre de bengala, con el que emprende una emocionante historia de supervivencia que finaliza en la costa de México casi un año más tarde. 


Primer plano:

Admito que tenía una idea un tanto equivocada sobre esta película. Alguien me había comentado que era ideal para disfrutarla con niños, por lo que empecé a concebirla como un producto destinado al público infantil y eso, precisamente eso, era lo que menos me motivaba (Disney-Pixar hace cuatro años que invadió mi casa sin ningún tipo de consideración, con ellos me basta). Pero, al igual que sucede con las personas, a las películas también suelo darles una oportunidad (a veces hasta dos e, incluso, tres) y, bueno, mi sorpresa en esta ocasión no pudo ser más grata. La vida de Pi no es una película destinada al público infantil; su densidad de contenido la aleja de quienes, de seguro, no pueden entender esta intensa y maravillosa metáfora sobre el sentido último de la vida, ni siquiera con la ayuda de un adulto. La vida de Pi es una de esas historias coloristas, casi mágicas, que empujan a reflexionar sobre el instinto de supervivencia y la profundidad (o superficialidad) de lo que nos rodea. Todo tiene su momento, no me cabe la menor duda, y el de la historia de Ang Lee parece que me ha llegado.

La tendencia general de la crítica se ha centrado en destacar la lucha manifiesta en la historia de Pi entre ciencia y religión, entre la apariencia externa que nos diferencia y la riqueza interna que nos asemeja, entre razón y pasión. No soy yo la que va a llevarles la contraria, pero eso no me impide considerar sus comentarios una sarta de obviedades que obligan a pasar por alto un trasfondo mucho más sencillo y humano: Todos sin excepción convivimos a diario con un tigre de bengala. Claro está que no me refiero a un animal de carne y hueso, sino a uno que adquiere en nuestras vidas las formas más diversas que alcancemos a imaginar. Un/a compañero/a de viaje que más que facilitar el tránsito lo dificulta. Un/a hijo/a del que no se saca provecho. Una economía familiar bajo mínimos. Un periodo de inactividad laboral que se hace eterno. Pérdidas personales que cuestan superar. Enfermedades crónicas que consumen poco a poco. Hay "tigres" pasajeros, como el de la película, que nos complican la existencia durante un tiempo indefinido que siempre nos parece más largo de lo que en realidad resulta ser. Pero también hay “tigres” con los que se está condenado a convivir, de esos que consumen las fuerzas, que te hacen diferente, que te convierten en una persona cada vez más alejada de lo que proyectas de ti mismo. Si bien los segundos son más voraces que los primeros, por desgracia, ambos suponen el mismo peligro para el ser humano.

La vida de Pi no es solo una película con una fotografía espectacular capaz de sumergirnos en un mar de brillantes medusas que ganan en intensidad a las mismísimas estrellas. Si se rasca un poco su superficie, capas de colores imposibles dan paso a una sutil y certera critica a la sociedad actual. Por un lado, están los que como Pi se adaptan a las circunstancias y afrontan la vida como viene, por otro, los que dejan escapar oportunidades, ocultan sentimientos y manifiestan su rabia de forma equivocada. Los que como Pi luchan incansables contra las adversidades y los que se pasan el día quejándose por nimiedades sentados en un sofá. Hay gente llena de heridas y gente que no se hace la menor idea de lo que duele el zarpazo de uno de estos tigres figurados. De todo eso (y de mucho más que no logro comprender) trata la fascinante Life of Pi.

No voy a seguir afilando un lápiz que ya tiene suficiente punta, pero sí me voy a permitir reseñar una última cuestión. "Richard Parker" no se despidió de Pi. Una vez en tierra firme el animal se fue, sin remordimientos, sin el mínimo apego, totalmente indiferente pese al tiempo que habían pasado juntos y las experiencias que habían compartido. Y al joven Pi se le quebró el corazón unos minutos, solo unos minutos, antes de continuar avanzando en la dirección contraria. Eso mismo ocurre con nuestros "tigres". En ocasiones nos acostumbramos tanto a nuestros problemas que no sabemos vivir sin ellos. Da igual cuál sea su naturaleza. Matrimonios mal avenidos que nunca terminan en ruptura. Relaciones tóxicas de las que dependemos pese a sernos perjudiciales. Amistades más falsas que los productos que se venden en Aliexpress (con todos mis respetos a los "aliadictos"). Miedo a embarcarnos en un nuevo proyecto. Pánico a empezar de cero, al cambio. Quizás por eso Pi necesitaba despedirse del tigre, por eso esperaba que también la fiera se despidiera de él, porque quería pasar página. Y quizás también por eso mismo "Richard Parker" no volvió la vista atrás. El animal, al igual que sucede con la mayoría de las adversidades que sufrimos, tal y como había llegado... se fue.



Plano subjetivo:

Aquí donde me imaginas yo no soy una excepción. Mi "tigre" me fue diagnosticado en enero de 2008 y, desde entonces, pongo todo mi empeño en que no adquiera en mi vida más protagonismo del que me corresponde a mí misma. Con los años voy aprendiendo a llevar su existencia con mayor discreciónaunque reconozco que, en momentos de debilidad, se me escapan ciertas pinceladas que no me hacen ningún favor. Con estas cosas es mejor dejarse llevar por el "todo o nada", porque con las medias tintas, sin pretenderlo, obligo a que cada cual imagine mi “tigre” a su manera, maneras que rara vez coinciden con la realidad. 

Aquí donde me intuyes no me siento una víctima de las circunstancias: Mi "tigre" impone algunas normas, pero no mueve mis hilos. En realidad me siento mucho más libre que quienes cuelgan fotos poniendo ridículos morritos en sus perfiles de Facebook y pasan el día esperando los comentarios de unos supuestos "amigos" que solo escriben lo que saben que se quiere leer. Yo no celebro esos "me gusta", paso olímpicamente de ellos, prefiero celebrar el poder abstenerme de la ingesta de corticoides sintéticos a "puntapala" y el dejar de obsesionarme durante un tiempo con el maldito "síndrome de Cushing". ¡Qué diferente se ve la historia dependiendo de la butaca en la que permanezcas sentado!

¿Y todo esto para qué? Pues, ya que andas por aquí, para recomendarte que te tomes la vida como te plazca. Llora, patalea o grita cuánto te apetezca. Quéjate, échale las culpas al otro, compárate con los demás. Pon caras ridículas en las fotos, viste según los dictados de la moda. Emplea tu tiempo en lo que quieras como si fueras inmortal, pero no dejes de tener nunca, nunca, presente que los "tigres", con independencia de su naturaleza, procedencia y subespecie, son carnívoros.