Ficha Técnica:
Género: Exposición itinerante
Artista: Nathan Sawaya
Lugar: "Paris Expo - Porte de Versailles, P.8" (París, Francia)
Año: 2015
Riqueza de texturas:
Siempre he
tenido claro que no se disfruta de una ciudad si no se presta un mínimo de
interés a las posibilidades culturales que esta ofrece. No importa en qué parte
del planeta te encuentres, te lo aseguro, siempre aparece algo que rasga la
rutina con la dolorosa sutileza con la que el milimétrico canto de un folio
DIN-A4 rasga la piel. En ese sentido, precisamente en ese, este verano la
caprichosa suerte no ha podido estar más de nuestra parte.
"Coloco mi alma en cada proyecto. Ese es mi mayor secreto"
Nathan Sawaya
Desde el 14 de mayo hasta el 30 de agosto de este año, la P.8 del
complejo de exposiciones "Paris Expo - Porte de Versailles" acogió
una muestra itinerante única e irrepetible en su género: "The Art of the Brick". Gracias a ella el artista neoyorkino Nathan Sawaya, maestro del modelaje con piezas Lego®, es capaz de sumergir a los aficionados al arte contemporáneo en un universo tan colorista y novedoso como monocromático y clásico. La Venus de Milo, la Victoria de Samotracia, el David de Miguel Ángel. La noche estrellada de Van Gogh, El grito de Munch, El beso de Klimt. Obras de todos los tiempos reconocidas por el gran público alternaban en perfecta armonía con creaciones propias tan espectaculares que dejaban sin habla a los curiosos visitantes que, aun provistos de autoguías gratuitas (en francés o inglés), no dábamos crédito a tamaña proeza.
A camino entre la corriente surrealista de principios del siglo XX y el Pop Art (presente
en los retratos de Bob Dylan, Janis Joplin, Jimi Hendrix y el máximo
representante artístico de este movimiento, Andy Warhol), Nathan Sawaya destaca
no solo por su originalidad creativa, sino sobre todo por su precisión
artística. Pieza a pieza, con una profesionalidad magistral que se podía
visualizar en distintas proyecciones a lo largo de la visita, el neoyorkino
tiene la capacidad de crear un mundo alternativo en el que, lo que la mayoría
consideramos un simple juego infantil, adquiere una nueva y sorprendente
dimensión artística. Todo un privilegio para nuestros anodinos ojos de cíclope
que, lejos de abrirnos las miras a nuevos mundos, nos limitan la visión.
Créeme, era fácil para cualquiera perderse durante horas (por el módico precio único de entrada de 13'50€ los viernes) en las numerosas salas que componían la exposición. Tan fácil como lo era acercar los dedos a los pequeños bloques de colores para rozar tímidamente con las yemas el paciente trabajo de alguien que ofrece una atrayente concepción del arte alejada de aburridos estereotipos.
Créeme, era fácil para cualquiera perderse durante horas (por el módico precio único de entrada de 13'50€ los viernes) en las numerosas salas que componían la exposición. Tan fácil como lo era acercar los dedos a los pequeños bloques de colores para rozar tímidamente con las yemas el paciente trabajo de alguien que ofrece una atrayente concepción del arte alejada de aburridos estereotipos.
Y por si todo esto fuera poco, al finalizar la exposición, tras quedar con la boca abierta en la última sala que albergaba el esqueleto de un dinosaurio casi a tamaño real, los visitantes podíamos disfrutar de un espacio habilitado para grandes y pequeños en el que desarrollar nuestra creatividad con las piezas de las distintas colecciones de Lego® o disfrutar de una amena partida con los videojuegos de DC Comics™, eso sí, rodeados de un merchandising del artista inusualmente barato para la calidad que el mismo rezumaba, nada comparable a los precios de los productos Lego® que allí también se vendían. ¡Qué sencillo es a veces ser feliz!
Cuando una persona, que podría presumir de cierto éxito profesional mientras disfruta de una apacible vida, abandona todo para seguir su propio instinto creativo, hace cargar sobre sus hombros dos quijotescos adjetivos: valiente y soñador. Eso es precisamente lo que hizo en 2004 Nathan Sawaya, ex-abogado de profesión, cuando decidió dar un nuevo rumbo a sus pasos: Vivir según los dictados de su propia intuición.
Si tan solo tuviéramos el arrojo necesario para presentarnos a un quimérico concurso anual de merecedores de uno de esos dos adjetivos, sin duda que disfrutaríamos de estos pequeños regalos del destino con la fascinación de un niño de cuatro años. Doy fe.
Sensación visual:
Adoro las posibilidades que me ofrece la cotidianidad de mi vida. El no saber el lugar exacto por el que transitarán mis pies cada minuto del día. Adoro cuando se me cae la venda de los ojos después de haber pasado un tiempo completamente a ciegas pese a gozar de una más que aceptable visión. El sentirme liberada al disfrutar de la realidad tal como es y no como la había imaginado.
Adoro poder pasear por cualquier calle de cualquier ciudad con calma, a mi ritmo, sin obligaciones absurdas. Ajena a esa corriente que conduce a la mayoría hacia un mismo lugar. El poder ser yo por encima de cualquier convencionalismo impuesto por una sociedad en decadencia.
Pero si hay algo que adoro por encima de todo lo demás es no tener ya la necesidad de compartir con nadie, en busca de una absurda aprobación, este tipo de maravillas que acaban de un solo golpe con la rutina más pesada. No existe nada más gratificante al respecto que manifestarme aquí con el convencimiento absoluto de que nadie me lee. Ni siquiera tú que ahora sigues en una pantalla estas letras sobre fondo blanco como si de una legión de hormigas se tratase. Ni siquiera yo que lo estoy escribiendo.
Intuyo que tú también te dedicas a vivir como te place, aunque ese mismo placer implique el tener que hacerlo conforme a una cultura heredada, según las normas de una sociedad en crisis o como impone la persona con quien convives desde hace años. En realidad, da igual desde qué cara del prisma miremos el mundo si ambos conseguimos vislumbrar las infinitas posibilidades que nos ofrece el otro lado. Aunque sea en la distancia. Aunque especialmente sea en la distancia.
"The Art of the Brick". París. Viernes, 14 de agosto de 2015
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