Creerte la peor persona del mundo es igual que
considerarte la mejor.
Te otorga un lugar en el universo que no te
corresponde.
Ando inmersa en labores de reestructuración de mi web. Nada
importante, solo un lavado de cara que la haga más yo. Ahora que medio controlo
el Dreamweaver, tras
veinte mil leguas de tutoriales subversivos, me siento capaz de darle un
formato acorde a mis necesidades actuales o, al menos, de intentarlo. Tiempo al
tiempo.
Esta mañana me he levantado especialmente temprano (cosas de
madres), lo que me ha permitido disfrutar de unos minutos adicionales en
exclusiva para mí. Apenas me maquillo, del pelo mejor no hablamos, así que
bichear un rato por la red a la caza y captura de ideas me ha parecido la mejor
opción. Lo mires por donde lo mires es verdaderamente sorprendente lo que se
puede encontrar uno en internet.
He ido tirando del cabo suelto hasta encontrar, por casualidad, la
web de alguien de mi edad que se presenta como escritor y periodista, en ese
orden. Por motivos obvios no voy a citar su nombre, allá cada cual con lo suyo.
Fotos, fotos y más fotos. Pocas palabras. Curioso cuanto menos que no se venda
también como fotógrafo. Bien, en uno de sus muchos apartados se ofrece, con el
tono propagandístico de un candidato en plena campaña electoral, para escribir
biografías e historias familiares por un módico precio. Sí, es lícito, no hay
nada de malo en ello si no fuera porque… porque se apropia de ideas ajenas y,
sobre todo, porque su propia página web está llena de errores gramaticales. El
tener un título universitario, presumiblemente obtenido con sudor y lágrimas,
da derecho a colgarse la etiqueta de periodista a modo de escapulario, pero el
saber escribir no otorga la categoría de escritor. No lo entiendo, palabra, no
entiendo por qué en nuestra época todo el mundo exige su minuto de gloria como
si fuera una necesidad vital. Que las webs personales las administren otros es
un peligro, lo sé, por eso la mía la gestiono yo. Por mal que suene, había
diseñadores web que me hacían maravillas por trescientos euros, pero me veía
obligada a sacrificar el contenido en favor de la forma. “La palabra se perderá
entre tanto flash y cinemagraphs al uso” le comenté. “Pues háztela tú”
debió de pensar él porque, a día de hoy, no he vuelto a tener noticias suyas.
Así que en esas estoy.
Está claro que en nuestra época la gramática no importa ni
siquiera a la hora de escribir. Estamos tan ocupados en inventarnos una
etiqueta para entrar en el cuadro de honor que olvidamos lo más básico.
Llamarse escritor y no controlar la gramática es como aclamarse chef y tener
problemas constantes con la cantidad de sal que poner a los platos. Me exaspera
que el ser humano funcione de esta manera. Me asusta convertirme en alguien así.
Bueno, no te doy más la brasa, queridísimo lector que come
galletas saladas. Una paloma blanca acaba de aterrizar en la ventana desde la
que diviso gran parte de Sevilla. Me sugiere con su mirada que salga a tomar
algo de aire. Es hora de volver a ejercer de madre.
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