miércoles, 25 de septiembre de 2013

“La bicicleta verde”, una película de Haifaa Al-Mansour (2012)



Ficha técnica:


Título original: Wadjda

Directora: Haifaa Al-Mansour

Género: Drama social

Duración: 98 minutos

País: Arabia Saudí




Sinopsis:

Wadjda, una niña inquieta que disfruta jugando con su amigo Abdullah, pasa los días haciendo cosas que no corresponden a una futura mujer respetable. Cuando ve una bicicleta verde en una tienda de su barrio, decide que ningún obstáculo evitará que sea suya, aunque tenga que aprender a recitar el Corán de memoria para ganar un concurso que su escuela ha organizado y cuyo premio le aportaría el dinero necesario para poder comprarla. Mientras, su madre lucha incansable con los pocos medios de los que dispone contra la humillación pública que supondría que su marido se casara en segundas nupcias con una mujer capaz de darle un hijo varón.



Primer plano:

Si hay algo que valoro especialmente en Sevilla son los cines “Avenida”, en la calle Marqués de Parada, detrás del centro Comercial “Plaza de Armas”. Son cinco salas de “Unión Cine Ciudad” que solo ofrecen versiones originales de películas que, por lo general, los demás cines no tienen el cartel. Este fin de semana me permití el lujo de escaparme un par de horas (o tres) tras aceptar una invitación de las que más me gustan. Las candidatas eran dos y se me permitía elegir entre la colorista Syngué Sabour (traducida al español como La piedra de la paciencia), afgana de 2012, dirigida por Atiq Rahimi, y la aparentemente occidentalizada en cartel Wadjda (La bicleta verde en español), también de 2012, de la directora de arabia saudí Haifaa Al-Mansour. Lo tuve fácil, bueno, vale, no tanto, pero al final me decidí por la segunda. Te estarás preguntando el por qué, ¿verdad? (di que sí, por favor, que si no me estropeas el planteamiento), pues porque me llama poderosamente la atención que este sea el primer largometraje de ficción filmado en Arabia Saudí por un cineasta local que, para más inri, es mujer. En un país en el que no hay salas de cine y en el que la exhibición comercial de películas lleva prohibida tres décadas es un auténtico lujo asomarse a esta ventana entreabierta para echar un vistazo al interior.

La verdad es que no sé muy bien por dónde empezar. Me duele la cabeza de tanto descartar ideas que no hacen ningún bien a nadie, en especial porque la realidad socio-cultural de aquel país es tan diferente a los modos europeos que no me siento capaz de comprender (y, por tanto, de escribir) cómo es posible justificar ciertos comportamientos en virtud de las normas impuestas por una religión, sea cual sea esta. En cualquier caso, sé que no se deben criticar tan a la ligera detalles culturales que no se han vivido en primera persona, sobre todo porque hace mucho aprendí que las sociedades primigenias parten todas de las mismas premisas y que solo el desarrollo intelectual de sus miembros es capaz de diferenciar a unas de otras (aunque a veces ni siquiera eso). Estoy segura de que, en su fuero interno, un individuo del otro lado del planeta podría ser más afín a mí misma que muchos de los que me rodean aunque profesáramos distinta religión, credo o filosofía vital. ¿Qué tal si empiezo asegurando, en este sentido, que Wadjida es un esperanzador alegato a favor de la libertad individual y de la lucha por la dignidad personal? Mejor, ¿verdad?

Wadjda es una preadolescente despierta e inquieta, una pequeña trasgresora capaz de mostrar su amistad de igual a igual con su vecino, sin dramatismos, ajena al oscurantismo que la rodea, viviendo (sí, viviendo) la realidad que le ha tocado en suerte de forma optimista e ingenua. Wadjda sueña con tener su propia bicicleta en una sociedad en la que está mal visto que una mujer monte en una de ellas. Mal visto montar en bicicleta, ¡qué cosas! Sin embargo, fuera de todo pronóstico, la represión moral que sufre la mujer en la escuela, en el vecindario, en la familia, no hace sino impulsarla a conseguir lo que parece imposible. En este marco tan aparentemente sencillo se desarrolla esta película en la que resulta casi mágico sentirse identificado con alguien procedente de una cultura tan diferente a la nuestra y es que el mundo interior de cada ser humano (sus inquietudes, sus anhelos, sus sueños y deseos) no depende del país donde se haya nacido. Sí, definitivamente eso es magia. 

No obstante, si se mira al detalle, con ojos de adulto y con algo de conocimiento, se descubre todo un universo paralelo en el que los absolutismos están a la orden del día. La vida de la madre de Wadjda es un infierno. Como mujer se ve relegada a la invisibilidad más humillante por no poder darle un hijo varón a su marido quien, acuciado por su madre, decide contraer matrimonio con una mujer más fértil que ella. Tres generaciones de mujeres que avanzan a paso de perezoso (aún más lento que la tortuga según dicen) se dan cita bajo un mismo techo. Sorprendente.

El principal mérito de esta producción recae en la forma tan sutil (no alcanzo a saber si voluntaria o forzada) como compleja con la que la directora expone la realidad social de un país extremista que relega a la mujer al rol de paridora de una casta de hombres que ofrecen al mundo un progreso banal (fundamentalmente arquitectónico y superficialmente ostentoso) bajo la atenta mirada del régimen islamista que exige por ley que todos los ciudadanos sauditas sean musulmanes. Casi todo es predecible en esta película, pero no importa demasiado. La emotividad que derrocha cada fotograma compensa con creces las carencias de una directora inmersa en una sociedad ultraconservadora en la que las mujeres aceptan sin rechistar las normas que les son impuestas. Como ya sabes este es el cine que me gusta, el que no tiene mayor pretensión que dar una sencilla lección de vida. Wadjda, una película con nombre propio, como no podía ser de otra manera, de mujer.



Plano subjetivo:

Hoy tenía ganas de escribir, lo que en términos generales se podría traducir como que me apetecía charlar con alguien que no termine sus diálogos cantando “ia-ia-o” y a quien no tenga que sobornar con ositos de gominola para que me haga un poco de caso. 

Hoy me habría apetecido una tarde de charla, de confesiones, de pelo revuelto por el agobio, de enredos que me hicieran reír, pero... a falta de pan... buenas son las bicicletas.

lunes, 16 de septiembre de 2013

“La Mauvaise Réputation”: De Georges Brassens a Paco Ibáñez


Ficha Técnica:


Single: "La Mauvaise Réputation"

LP: La Mauvaise Réputation

Género: Canción protesta

Intérprete: Georges Brassens

País: Francia

Año: 1952






De oídas:

“Debe de estar por aquí”. Mi portátil es como el armario mal organizado de una adolescente, a veces resulta imposible encontrar lo que busco. Esta mañana me apetecía escuchar buena música, por encima de cualquier otra cosa, y he pasado un rato rebuscando entre miles de carpetas hasta dar con “La Mauvaise Réputation", una canción que se ha transformado en cientos diferentes con el paso de los años.


Corría el año 1985... la madre naturaleza no me ha honrado con centímetros de altura más que suficientes para mirar a la mayor parte de la humanidad literalmente por encima del hombro, pero me ha bendecido con una memoria prodigiosa que, sin duda alguna, me ha sido de mayor utilidad. Pues, como iba escribiendo, corría el año 1985, apenas contaba yo con diez años y ya tarareaba algunas estrofas de “La mala reputación” de Paco Ibáñez como banda sonora a mis juegos infantiles. El valenciano, gracias a las traducciones al español de Pierre Pascal, había editado en 1979 un álbum (reeditado en CD en 2002) con algunas joyas del cantautor francés Georges Brassens (entre las que se incluye la de esta entrada) que pululaba sin dueño por la casa familiar. En esa época de Enciclopedia Larousse de doce tomos yo no conocía ni a uno ni a otro pero, puesto que nací siendo una inconformista sistemática (para disgusto de mis padres), pronto empecé a consumir todo tipo de canción protesta de décadas anteriores (Joan Báez siempre fue una de mis preferidas).


Mi apego a "La mala reputación" no terminó ahí. En los noventa, inmersa en plena adolescencia, con unos padres que nunca terminaron de entender por qué durante la etapa del instituto yo prefería leer a salir con chicos, la versión feminista de esta canción abanderada por Nacha Guevara me servía de revulsivo en las horas bajas. La argentina había sacado al mercado en 1970 un LP que incluía una adaptación al español (más bien libre) de la ya por entonces más que famosa letra de Brassens. Aún mantengo grabada en las retinas la imagen de mi madre preguntándome contrariada si me gustaban los hombres y la mía, recién cumplidos los dieciséis años, intentando explicarle sin demasiado éxito que a esa edad yo tenía inquietudes más provechosas que salir con un chico con el que, de seguro, no llegaría a casarme. Juventud divino tesoro.


Pero no fue hasta el periodo universitario cuando conocí la versión original, “La mauvaise réputation”, la que Georges Brassens, Premio Nacional de Poesía en Francia, incluyó en 1952 en una de sus primeras grabaciones de estudio. Eran otros tiempos, tiempos más saludables en los que la imaginación y la creatividad eran inherentes al ser humano, en los que socializarse suponía quedar para tomar algo en algún bar, en los que el teléfono móvil no era una prolongación del brazo, en los que la gente aún salía a la calle para luchar por sus derechos. Sí, yo pienso exactamente lo mismo que tú, de hecho hace unos minutos me lo recordaba mi hermana pequeña: Me hago mayor.



A cappella: 

Esta mañana la felicidad inundaba el cuarto de baño de mi habitación. Desde cualquier parte de la casa se oían las risas de mi hijo en la bañera mezcladas con las de su padre. “Hoy no voy a llorar en el colegio” decía totalmente convencido, pero...

jueves, 12 de septiembre de 2013

"Hoy empieza todo", una película de Bertrand Tavernier (1999)



Ficha Técnica:


Título original: Ça commence aujourd’hui 

Guion: Bertrand Tavernier

Género: Drama social

Duración: 107 minutos

País: Francia


“No queremos un agitador, queremos un educador”


Sinopsis:

Daniel Lefebvre es el director de una escuela infantil de un pueblecito francés cuyos habitantes se encuentran asfixiados por los recortes del gasto público y la reconversión industrial. Dada la situación de los alumnos, el director se implica en los problemas de los pequeños hasta el punto de sacrificar su futuro profesional y sus propios planes familiares.


Primer plano:

Ça commence aujourd’hui (titulada Hoy empieza todo en España) es un drama social francés, estrenado en 1999, de Bertrand Tavernier muy en línea de la tendencia europea de esos años orientada a "socializar" el séptimo arte. Soy consciente de que el cine del maestro galo en ocasiones es difícil de digerir. Sus historias son un manjar que deseas comer cuanto antes a pesar de ser consciente de los enormes ardores a los que tendrás que enfrentarte durante las horas siguientes. Bueno, quizás sea recomendable dejarse llevar sin encorsetarse demasiado en los formulismos propios de los entendidos. No obstante, se le puede perdonar todo gracias al tándem tan memorable que formó en los setenta con Philippe Noiret, el protagonista de la maravillosa Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore (1988). Hoy empieza todo consiguió el premio del público en el “Festival Internacional de Cine de San Sebastián” (1999) y una mención especial en el “Festival Internacional de Cine de Berlín” de ese mismo año. Por algo será...

La historia se desarrolla en un barrio marginal de un pueblo minero del norte de Francia en el que el treinta por ciento de la población está en paro a causa de la crisis acuciante en el sector. El director de la escuela de educación infantil del barrio comienza una cruzada personal que extralimita sus funciones para lograr cubrir las necesidades básicas de los pequeños, aunque lo único que conseguirá será que la comunidad al completo cuestione sus métodos docentes. Sí, cuarto y mitad de lo que ocurre en nuestro país. El tratamiento del tema rezuma naturalidad (de hecho las maestras y los alumnos no son actores), el cineasta no se complace con el dolor ajeno, no intenta dar pena con unos pequeños que, en realidad, sobreviven ajenos a la podredumbre que les rodea. Ellos son felices mientras su maestro se rebana los sesos buscando razones para continuar aun cuando todo está en su contra. Tan real como la vida misma. La película no utiliza la violencia gratuita, ni el maltrato infantil, la delincuencia o la marginación social como base argumental. Si bien estos temas están de alguna manera presentes a lo largo de la película, los cimientos de la misma auguran un futuro mejor. El mensaje de la historia es optimista e invita a la lucha, fomenta la esperanza de un progreso social que parta del propio sistema educativo: Puesto que nada tiene una solución definitiva, merece la pena intentarlo día a día. En ese sentido la película no moraliza, simplemente plantea un problema real y la manera de solucionarlo desde dentro con interesantes planteamientos didácticos y metodológicos, porque claro está que desde fuera lo único que se consiguen son trabas: La pasividad de las instituciones, la inflexibilidad de los inspectores, la falta de implicación de los padres. Las buenas intenciones suelen darse de bruces con los altos muros de la burocracia en un mundo en el que las desdichas siempre son contagiosas. Tavernier pone en jaque la hipocresía de un sistema que no funciona precisamente en los sectores que más lo necesitan. Lo dicho, tan real como la vida misma.





Plano subjetivo:

El martes fue el primer día de clase de mi hijo en el “cole de los mayores”. Créeme, no pegué ojo en toda la noche. Fue horrible ver las horas pasar una tras otra ante mí. Por la mañana me vino a la cabeza la “genial” idea de llegar pronto para que él se fuera familiarizando con el centro. Nada más atravesar la puerta me flaquearon las piernas, en serio. Mi hijo me miraba aterrorizado y me agarraba la mano con todas sus fuerzas. Se lo veía venir. Entró en la clase bien, con ganas, pero cuando llegó el momento de irme... A través de los grandes ventanales lo vi vuelto hacia mí gritando “mami, no te vayas” y el alma, esa de cuya existencia siempre he dudado, se me cayó a los pies. De una sola vez. Sin avisar. De un solo golpe. ¿Qué cómo lo sé?, porque sentí cómo me quedaba vacía por dentro al tiempo que un peso enorme me anclaba al suelo y me impedía moverme de allí. Y con esto siento constatar que el alma humana no pesa veintiún gramos, al menos no la mía.

Ya han pasado dos días desde ese momento y la cosa no mejora. Mi hijo se ha pasado el camino repitiendo “mamá, yo no quiero ir al colegio de los mayores”. Dejarlo... abandonarlo allí esta mañana ha sido doloroso, sobre todo porque él me ha transmitido con la mirada que se ha sentido precisamente así: abandonado. Lloraba, ¡ay, dios, cómo lloraba!, y lo peor es que el ochenta por ciento de sus compañeros también lo hacía. En fin, que aquí me encuentro, un día más, viendo pasar las horas una tras otra esperando que la jornada del día siguiente pase pronto para poder ir a recoger a mi hijo del maldito “colegio de los mayores”. Pero si hay algo que me queda claro de todo esto es que por mucho que apetezca tirar la toalla ante la adversidad, cada día hay motivos suficientes para empezar de nuevo.


domingo, 8 de septiembre de 2013

“Ponette”, una película de Jacques Doillon (1996)


Ficha Técnica:


Título original: Ponette

Guion: Jacques Doillon

Género: Drama

Duración: 90 minutos

País: Francia




Sinopsis:

La madre de Ponette muere en un accidente de tráfico. Su padre, roto por la pérdida, deja a la pequeña al cuidado de su tía materna y en compañía de sus primos para que le alivien el trance. Sin embargo Ponette, incapaz de comprender la ausencia definitiva de su madre, comienza a mantener con ella largas conversaciones.


Primer plano:

Ponette es un drama infantil de mediados de los noventa dirigido por Jacques Doillon que sorprendió a la crítica internacional por la sólida interpretación de la protagonista, Victoire Thivisol, una niña de tan solo cuatro años. Desde el punto de vista técnico, sin ser yo una entendida en estos menesteres, la película está enfocada desde los ojos de un niño y, como tal, ofrece esa magia especial de los planos cortos, reduciendo el campo de observación a su visión y a su estatura. Todo avanza poco a poco, al ritmo que impone la protagonista, al ritmo pausado al que la niña intenta acostumbrarse a la pérdida de su mamá. Todo es tan humano como doloroso en Ponette, que proyecta en una hora y media la inocente odisea de una pequeña de cuatro años que mantiene viva la ilusión de reencontrarse con su madre fallecida pese a los esfuerzos de su entorno por hacerla reaccionar. Ante tan desolador panorama, su padre apenas se implica en su deriva emocional para evitar sentir el mínimo dolor por la pérdida de su mujer. Su tía recurre a la religión para acallar sus preguntas con absurdas promesas de resurrección. Los niños del colegio la culpabilizan a ella de la muerte de su madre, mientras su primo pequeño es demasiado manipulable para servirle de apoyo. Nada consuela a Ponette salvo la incrédula esperanza de un próximo reencuentro con su madre. Por eso, con un arrojo impropio de alguien de su edad, decide ir al cementerio, a la tumba de su madre, para escarbar la tierra con sus propias manos rogando su vuelta. Al final su voluntad se impone con total naturalidad, a medio camino entre la realidad y la fantasía propias de una mente infantil tan inquieta como la de Ponette.

Lo cierto es que esta no es una película de culto, ni siquiera una de esas reservadas para una selecta minoría que se reúne cada año alrededor del fuego para comentar sus trilladas impresiones. No, créeme. Sin embargo, Ponette no solo se deja ver, sino que llega a conseguir hacer familiar esos claroscuros que la caracterizan. Cada uno es dueño de escribir su historia con más o menos retórica aunque, a ojos del resto de la humanidad, la verdad solo tenga un camino.



Plano subjetivo:

Septiembre avanza imparable sobre el calendario. Devora cada página con el ansia acumulada en época de hambruna. Las calles respiran de una manera distinta, algo más infantil e ingenua, mientras los padres nos dejamos un riñón y parte del otro en el inicio del curso escolar.

El lunes me tocó ir al nuevo colegio de mi hijo, el “de los mayores”. No tengo mucha experiencia en estos temas... bueno, mucha no, ninguna, así que me presenté allí con cautela. Dos filas, una para secretaría y otra para la compra de libros y material. Evito detalles escabrosos que perjudican seriamente el bolsillo de las familias y me sumerjo en la descripción de la fauna del entorno. La fila de secretaría estaba formada por las madres de alumnos matriculados en el centro en cursos anteriores. La otra, por las madres de los nuevos alumnos, los de tres años. Allí me coloqué yo, más guiada por la edad de los pequeños que se arremolinaban en esa zona que por mi intuición. Todas permanecíamos expectantes, sonrisa va, sonrisa viene, mientras nuestros hijos no precisaron mayor presentación que unas carreras sin rumbo definido al estilo Forrest Gump. Entonces llegó ella. Siempre creí que sería él, pero no, era ella, un monstruo de tres años cuya carta de presentación era un empujón. Ni una palabra, ni un gesto de aprecio. El Atila de la Educación Infantil, por donde ella pasaba solo se escuchaban llantos. ¡Ay, dios! Cruzo los dedos a la espera de que, cuando comiencen las clases, mi hijo tenga buen criterio a la hora de buscar compañía porque, con sinceridad, la madre de esa niña y yo jamás haremos buenas migas. ¿Cómo puede decir con tanta tranquilidad que el comportamiento hostil de su hija hacia los demás compañeros es “cosa de niños”? ¿Golpear es cosa de niños? Si mi hijo hace gala de ese comportamiento injustificado con cualquiera, se lleva una buena charla de esta que escribe además del correspondiente castigo. Venga ya, ser tan pasiva en esas cuestiones supone maleducar, lo quiera ver ella o no. En fin, en una semana dejo a mi hijo indefenso a expensas del mundo real, ¡horror!

Guillermo hace rato que duerme. Voy y vengo de su habitación al antojo de mi infinita necesidad de él. Lo miro en silencio, casi sin respirar, no sea que mi osadía interrumpa su sueño. Me aterra pensar qué sería de su vida sin mí. ¿Quién le contaría sus dos cuentos preferidos cada noche, uno tras otro? ¿Quién se recostaría a su lado en su camita de un metro sesenta por setenta centímetros hasta que le rindiera el cansancio? ¿Quién mantendría ordenada su colección de trenes de “Chuggington” y quién a buen recaudo sus diminutos coches de Cars? Mi estómago se reduce al tamaño de una nuez al intentar buscar una respuesta a cada una de mis preguntas porque, en realidad, lo que me aterra de verdad es imaginar mi vida sin él. 

domingo, 1 de septiembre de 2013

“Solas”, una película de Benito Zambrano (1999)



Ficha Técnica:

Título original: Solas

Guion: Benito Zambrano

Género: Drama

Duración: 98 minutos


País: España




Sinopsis:


Rosa, una madre de familia maltratada física y mentalmente por su déspota marido, se reencuentra con su hija María, desencantada de la vida y de los hombres, mientras el cabeza de familia permanece convaleciente en el hospital. Ambas mujeres sufren en solitario las desavenencias de un duro pasado y de un presente incierto. La madre vive anclada a la sombra de la tradición más machista y pueblerina, mientras la hija malvive con esporádicos trabajos temporales. El único consuelo de Rosa es sentirse útil, el de María la bebida. Sin embargo, un solitario vecino venido de tierras asturianas se cruza por casualidad en sus vidas avivando la esperanza de un futuro mejor.


Primer plano:

Hace unos días un buen amigo me preguntaba por qué no aprovecho este espacio virtual para comentar películas que se proyectan actualmente en los cines. Auguraba con su mejor intención que de esta manera tendría más visitas y, de seguro, seguidores. Quizás tenga razón, ni siquiera lo pongo en duda, pero yo soy de los que prefieren calidad a cantidad. Mi justificación al por qué tiro de videoteca es bien sencilla. Las películas en cartel están sujetas a numerosos factores: Al estado anímico, a la compañía, a la hora del día o al día de la semana, a miles de pequeñas circunstancias que, en definitiva, distorsionan hasta el buen criterio del mismísimo Mr. White. Hacer una crítica en tiempo real es algo similar a cuando estás de vacaciones, entras en la catedral de una ciudad que no es la tuya y disparas la cámara mil veces, como poseído por San Pedro, con la sola intención de no perder un detalle de tan magnífica construcción. A continuación, en la misma ciudad, con un viento de mil demonios echándote en cara no sé qué cosas, pasas por delante de una pequeña fuente a la que no le queda más remedio que salpicarte enfadada porque ni siquiera te has molestado en tirarle una foto con el móvil. Con el paso de los días, ya en casa, te encoges de hombros ante mil fotos de una catedral que apenas te dicen nada y que, por supuesto, no han sido capaces de reflejar la emoción del momento, mientras te lamentas no haber dedicado un minuto a aquella pequeña fuente de los deseos. A eso mismo me refiero (lo siento, hoy no sé hacerlo mejor).

No puedo precisar cuántas veces he visto la película Solas. A distintas edades, en distintos momentos de mi vida, en distintas circunstancias y compañía, pero sin duda alguna la vez de hoy ha resultado ser la más peculiar de todas porque la he visto con mi hijo de treinta y dos meses y su repertorio musical al completo empezando por “tengo una muñeca vestida de azul” y terminando por “woozy, woozy, wua wua”. Sí, créeme, eso es amor.  

En mi modesta opinión, no se ha dicho lo suficiente sobre la opera prima española del director andaluz Benito Zambrano (lo cierto es que nunca se dice lo suficiente de ningún andaluz que se precie). Digamos que los críticos españoles suelen ser más afines a los beneficios de la taquilla que al verdadero talento, por eso no soy amiga de sus páginas, porque valoran más para sus reseñas el dinero recaudado por una película que las emociones que genera en el público. Con once nominaciones y cinco premios Goya, incluyendo mejor dirección novel y guion original, y el Premio del Público del Festival de Berlín, Solas es el ejemplo perfecto de que, con poco presupuesto y mucho ingenio creativo, el buen cine en nuestro país también es posible.

La historia en sí es un drama sobre la soledad, la falta de recursos, los sueños ahogados en alcohol, el peso del pasado y la nula esperanza en el futuro. Es un desolador drama sobre la Andalucía profunda, la del respeto por encima del cariño, la de las tradiciones caducas, la de la falta de cultura, de la educación enraizada en costumbres machistas, la estancada en los tópicos. Por fortuna no todos los andaluces encajamos en ese perfil, es más, pese a quien pese, Andalucía es la Comunidad Autónoma que ha dado más nombres a las letras universales de toda la nación. Toma nota: Séneca y Lucano, Lucio Junio Moderato “Columela”, San Isidoro de Sevilla, Juan de Mena, Góngora, José Cadalso, Martínez de la Rosa, Frasquita Larrea, Duque de Rivas y Antonio García Gutiérrez, Bécquer, Fernández Shaw, Ángel Ganivet, José María Blanco White,  Pedro Muñoz Seca, García Lorca, Juan Ramón Jiménez, los hermanos Machado, Luis Cernuda, María Zambrano, José María Pemán, Rafael Alberti, Antonio Gala, Muñoz Molina y Elvira Lindo, Ana Rossetti y mil más. No debemos de ser tan de charanga y pandereta como algunos medios se empeñan en mostrar, ¿no te parece? Al respecto, a la insulsa señorita Anna Simón le vendría bien informarse un poco antes de hacer burla de mi tierra, igual si miramos hacia la suya... En fin, es cierto que siempre habla quien más tiene que callar. En cualquier caso, ningún listado de autoridades oculta una realidad que arrastramos a modo de cruz, aunque... tiempo al tiempo.



Plano subjetivo:

Uno de septiembre, un día de tránsito entre las idas y venidas del disoluto agosto y la vuelta a la cotidianidad más anodina. Con septiembre llega el obligado brete de encorsetar de nuevo mis días con la habilidad de la grandiosa Hattie McDaniel en Lo que le viento se llevó. Ante el portátil, minutos antes de ir a la cama (lo que necesariamente con mi hijo no siempre implica dormir), barrunto la posibilidad de dar un giro a la rutina aun con las inseguridades de una principiante bailarina consciente de su escasa flexibilidad.


Septiembre irrumpe en un calendario al que, como la margarita de un curioso enamorado, le quedan pocas páginas por deshojar. Septiembre arrolla con su presencia los largos días de verano, los que parecen no tener fin, los ociosos, inundándolo todo a su paso con fascículos coleccionables de tazas de porcelana en miniatura. Antes de ir a la cama, abro el armario, echo un vistazo rápido y localizo un hasta ahora inexistente tutú. Es el momento de girar, girar, girar...