lunes, 20 de enero de 2014

"Blue Monday": La psicología social convertida en un producto de marketing


Me rindo. He sucumbido en las fauces de un burdo producto de marketing cuyo mayor propósito era el hacer caja. Lo reconozco, me ha resultado del todo imposible otorgar algo de color a este día de tonalidades emocionalmente grises y, lo cierto, es que he sobrevivido a duras penas. He caído en un pantanal de arenas movedizas que no solo me ha impedido caminar hacia adelante, además me ha ido poco a poco hundiendo la moral hasta transformarme en una caricatura bidimensional de una mujer “diez÷dos”... un par de horas más y suspendo. A ver, déjame pensar... no, no recuerdo un día tan desastroso como este en años, tan horrible, tan lamentable, tan... tan indescriptible. Intentaré hacer caso a los ancestros y sacar algo bueno de lo malo (imagina justo en este momento un efectista redoble de tambores): ¿A que voy a tener que tomarme un "descanso social"?


Durante el día de hoy he tenido muy presente en mi pensamiento a Cliff Arnall y a gran parte de su familia. No es que yo le tenga un cariño especial al profesor de la Cardiff University, de hecho más bien es lo contrario, por eso me he acordado de él. Este al parecer “coach de las estrellas”, no sé movido por qué banal intención financiada por una oportunista agencia de viajes, dio a conocer al mundo en 2005 la supuesta fórmula magistral de la infelicidad. A saber:  


Ni se te ocurra perder un solo segundo de tu precioso tiempo intentando entender de qué manga se sacó este señor que el tercer lunes de enero, o sea hoy, debe ser considerado el día “más deprimente del año”, sobre todo porque él mismo llegó a admitir más tarde que su fórmula no tenía sentido (¿en serio?, venga ya, ¡no me había dado cuenta!) y que solo se trataba de una campaña publicitaria británica capitaneada por la compañía Sky TravelConfesado lo cual, se quedó tan campante tras asegurar que los propósitos incumplidos, el clima invernal de nuestro hemisferio, la cuesta de enero, las horas de luz, los días transcurridos desde las vacaciones y lo que denominó “necesidad de reaccionar” son los responsables de cubrir de desdicha un lunes corriente. ¿Lunes?, ¿por qué no jueves?, ¡a mí me gustan los lunes! 

Hace siglos que el nuevo año no me motiva nuevos propósitos. Intento regir mi vida sin demasiados convencionalismos así que, si sé que debo hacer algo, no espero a oír las doce campanadas para llevarlo a cabo, mucho menos si además me apetece. Dejar de fumar, ir al gimnasio, aprender idiomas, adelgazar… en fin. Flaco favor hizo la red difundiendo tamaña gilipollez a diestro y siniestro: El “Blue Monday” (“lunes triste” en nuestra lengua patria) es uno de los conceptos más viralizados en Twitter hasta la fecha. ¡Lo que hay que oír!

La publicidad nos hace creer que el 2014 será un año “espectacularmente bueno”, pero lo cierto es que nada cambiará. Han convertido nuestras vidas en un producto de marketing. Nos manejan a su antojo y nosotros, sin querer evitarlo, nos dejamos manejar. Vivimos en un mundo tan extraño que proliferan las vidas ficticias de gente pobre de espíritu que intenta aparentar ser quien no es y de seguro, de seguir esos derroteros, nunca llegará a ser. Así nos va. Todos nos sentimos víctimas. Amenazamos con borrar de nuestro Facebook a quien no vote a nuestro hijo en el casting multitudinario al que como bobos lo hemos apuntado. Hundimos en la miseria a nuestra expareja por el simple hecho de haberse convertido en eso, en ex. Criticamos, vejamos con nuestras palabras a los demás porque nos creemos con el derecho de ser jueces y verdugos de las vidas ajenas sin preguntarnos el motivo real que impulsa a los demás a actuar de una manera concreta. Si todos somos buenísimos, ¿dónde están los malos? La gente exige con mucha facilidad, se siente con el derecho de reclamar una parte de territorio que posiblemente no le corresponde, se acomoda a que le den, como si los demás fuéramos sus sirvientes. "¿Blue Monday?", "Bleu Monde" más bien.

Pues, contra todo pronóstico, hoy me he visto afectada por ese extraño virus azul. Me he mirado al espejo y... ¡esta cara no la arregla ni DIOR! Es lamentable ser observadora pasiva del martirio al que me someto cada día a mí misma desde que me levanto hasta que me acuesto. He apartado la vista de mi reflejo y me he preguntado si la vida es algo más que esto, pero no he hallado respuesta. Necesito un descanso, de veras, un descanso social sin correos, sin teléfono, sin whatsApp. Yo también tengo altibajos, ¡solo soy piel, carne y huesos! Terrible, un día terrible, tanto que estaba convencida de que nada ni nadie sería capaz de devolverme la sonrisa cuando, de repente, aparece mi hijo con la oveja que utiliza de guarda-pijama colocada en la cabeza a modo de sombrero, ejecutando un extraño baile y cantando "me da igual, nananá, me da igual". Entonces, como si hoy hubiera dejado de ser lunes, todo lo que sentía vacío por dentro se ha llenado de risas. Queridísimo profesor Arnall, qué fácil es inventar conceptos absurdos y difundirlos por la red, ¿verdad? Pues esta que escribe no esperará al tercer viernes de junio para disfrutar de su particular "Happiest Day" por mucho que su "fórmula de la felicidad" así lo sugiera. 



P.S. Por lo general no medimos el impacto de nuestras palabras una vez que las expulsamos por la boca. No se trata de una cuestión de mejor o peor intención, es simple costumbre. El ser humano no es consciente de que una sola palabra puede ser más devastadora que el peor de los tsunamis o incluso más sanadora que el mejor de los tratamientos médicos. Como he referido antes, no soy amiga de los propósitos para el nuevo año, suelen desvanecerse tan rápido como el humo de un cigarrillo que, sin remedio, se convierte en ceniza. Pero posiblemente tú sí que lo seas, así que toma nota: Cuida tus palabras porque tienen el poder de curar, pero también el de herir.  

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