viernes, 17 de febrero de 2017

"Manual de un tacaño", una película de Fred Cavayé (2016)


Ficha Técnica:






Título original: Radin! (¡Tacaño!)


Director: Fred Cavayé


Género: Comedia

Duración: 89 minutos


País: Francia

Estreno: 17/02/2017 en España

              






Sinopsis:


Nadie es perfecto y François Gautier, primer violinista de la orquesta local, lo sabe. Desde la tripa de su madre estaba destinado a ser un tacaño redomado, un chico asocial que no va al cine con chicas ni las lleva a cenar, un vecino problemático que no participa en las derramas comunitarias, un mal compañero que no contribuye en las colectas de cumpleaños de sus colegas. Ahorrar hasta el último céntimo es su mayor objetivo vital, por eso utiliza la luz de las farolas para iluminar su casa, cronometra el tiempo que pasa en la ducha y la cantidad de gel que utiliza, birla el papel higiénico de donde puede, consume productos caducados que le suponen problemas intestinales y va a pie a todas partes por no pagar transporte público ni gastar gasolina.
Un buen día, dos mujeres irrumpen en su vida dispuestas a ponerla patas arriba: Valérie, la nueva violonchelista de la orquesta que ve en Gautier un virtuoso del violín, y Laura, una chica de 16 años que asegura ser su hija. A partir de ese providencial momento ya nada será como antes... ¿o tal vez sí? 


Primer plano:

Hoy se estrena en nuestro país la que muchos se han aventurado a calificar como la comedia francesa del año. Quizás sea pronto para realizar este tipo de predicciones cinematográficas (solo han pasado cuarenta y siete días desde la entrada de 2017), aunque no cabe duda de que, digan lo que digan los entendidos, la película no solo se deja ver sino que cumple dignamente con su papel de comedia. Lo bueno de acudir a un preestreno es que no estás determinado por factores externos. Ninguna noticia en los telediarios, ninguna valoración en profundidad de la crítica nacional, a lo sumo alguna que otra sinopsis en webs especializadas en cine que se dedican a decir lo mismo pero con distintas palabras (¡así de rica es nuestra lengua!). En realidad, esta es la mejor manera de afrontar cualquier tarea, sin condicionantes de ningún tipo, ni buenos ni malos, algo así como beber de un solo trago un chupito de buena ginebra seca sin modernos aditivos. Y se agradece.

Aunque pueda parecer lo contrario, la historia en sí no está puesta al servicio de Dany Boon, su protagonista (cosa que no sucede en nuestro país con las comedias protagonizadas por monologuistas venidos a más). En este caso es él el que se amolda con soltura a un papel que le ha sido impuesto. En realidad podría haber sido cualquier otro, quizás el cómico desalmado Daniel Auteuil o el apátrida Gérard Depardieu, pero no. Porque, lejos de lo que pudiera parecer a principios del milenio cuando el cómico redundante de los noventa, Christian Clavier, empezaba a decaer en las salas, Dany Boon, casi una década después se comía el mercado internacional con la aclamada y versionada comedia Bienvenue chez les ch'tis (Bienvenidos al norte). Fue a partir de ese momento cuando se le erigió de manera tácita como el Louis de Funès del XXI. Lo cierto es que Monsieur Boon nunca ha destacado especialmente en nuestro país, ni como actor ni como director, ni siquiera como músico (pese a perlas como la versión de Piensa en mí de Luz Casal que puedes disfrutar pinchando aquí). Igual nunca nos lo hemos tomado en serio, igual es que él nunca ha pretendido que se le tomase así. 

Resulta curioso que, viviendo tan cerca del país galo, nos sintamos tan poco identificados con su cultura (sin ir más lejos, como nos ocurre con nuestros vecinos lusos). Es una verdadera lástima porque, nos guste más o menos, no somos tan diferentes los unos de los otros. Reímos, lloramos, nacemos, morimos, y entre tanto nos reproducimos (unos con mayor frecuencia que otros). Sí, admito que el estereotipo francés no resulta demasiado simpático: Chauvinistas como ellos solos, aficionados a protagonizar violentos disturbios por cuestiones raciales (sean estas a favor o en contra), amigos de las grèves donde tiran el contenido de los camiones españoles (los mass media actuales son tan seguidores de Julio César como la Iglesia, créeme)... pero lo cierto es que, para una que pasó un tiempo extraordinario viviendo en Brest, cuna de mi bienquerido Yann Tiersen, en Francia hay gente tan extraordinaria y gente tan gilipollas como las pueda haber en España. ¡Si es que no somos tan distintos! A mis ojos miopes y astigmáticos vivimos más atentos a los que nos diferencia del resto que a lo que nos asemeja y está claro que, si no nos sentimos como el otro, difícilmente podremos ponernos en sus zapatos. Pues eso es precisamente lo que le ocurre al gran Gautier, protagonista indiscutible de Manual de un tacaño: Como su conducta no es igual a la que tiene la mayoría, su conducta es reprobable por esa misma mayoría. Y no es mala, solo es diferente. Para él ahorrar es su modus vivendi, ajustar su presupuesto hasta el último céntimo es su día a día y, en realidad, a nadie más que a él hace daño este tipo tan obsesivo de comportamiento. Bueno, o tal vez no, porque el vivir en sociedad nos obliga en ocasiones a actuar como no deseamos. Si no se participa en un regalo común, malo. Si no se acude a cenas de empresa, peor. Si no vestimos a la moda y conservamos en mismo look desde los ochenta, malo. Si nos quejamos de las derramas vecinales, peor. Así transcurre la vida de Gautier, entre lo que desea hacer y lo que los demás pretenden que haga. Nada que ninguno de nosotros no haya probado en propia piel.

Me reí, mucho además, con esa tacañería cotidana llevada a veces al extremo. Hay situaciones tan surrealistas en esta película que no puedes dejar escapar al menos una gran sonrisa. No obstante, si hay algo que ha llamado poderosamente mi atención esos noventas minutos, ha sido el uso de la ambientación musical en propio beneficio de la historia. Curiosamente el artífice de esos reseñables arreglos no es otro que el compositor Klaus Badelt, el mismo que no acertó con Ballerina (y del que ya hablé en mi entrada anterior). Badelt juega con el espectador al punto de ser capaz de provocarle la risa y el llanto a partes iguales. Nada es lo que parece bajo su atenta mirada porque a hurtadillas maneja los hilos del espectador para cortarlos por sorpresa cuando menos se espera. Si en la película animada no acertó, en Radin! ocurre todo lo contrario y es justo reconocérselo. 


En fin, no creo que dentro de tres meses esta siga siendo considerada la comedia del año en Francia, no lo creo sobre todo porque parece que la llamada "comedia gamberra" está pegando fuerte por esos lares  (Pop Redemption, Vive la France, Les Gazelles dirigida esta última por Mona Achache, años después de su exitosa El erizo)No obstante de lo que no tengo dudas es de que no lo será en España. Aquí no estamos acostumbrados a este tipo de humor tan "louisfunesco", tan gestual, tan al estilo de los remedadores medievales, tan visual, tan lleno de matices. Nosotros somos más directos, más llanos, más espontáneos, ni mejores ni peores, solo diferentes. Tan diferentes como el bueno de Gautier. Si quieres, puedes y te apetece, disfruta del metraje. Ya luego me cuentas...




Plano subjetivo:

Todo en esta vida tiene el valor exacto que cada uno de nosotros le queramos otorgar. Lo que para unos puede resultar muy valioso, para otros no tiene por qué serlo. Es precisamente esta diferencia fundamental de criterio la que empuja a juzgarnos los unos a los otros, la mayoría de las veces sin conocimiento de causa, aun cuando sabemos que este tipo de juicios no conduce a ninguna parte. No me cabe duda de que los desencuentros vienen de la mano de la falta de diálogo, de la incapacidad para escuchar al otro, del deseo de remar siempre en una misma dirección, de la ausencia de empatía. Ese tipo de actitudes abren brechas incurables. Una auténtica lástima.

En esta película, más profunda de lo que pueda parecer a simple vista, el banquero y confesor de François Gautier sentencia algo que me gustó muchísimo: "Hay un momento en la vida en el que la única solución posible es pagar". Una de las mejores metáforas que he escuchado este año. Y es que en esta sociedad de prisas y agobios cada vez hay menos cosas gratis.

La verdad es que si tuviera que elegir entre los conceptos "conciencia" y "karma", sin duda alguna me quedaría con el segundo. No sé, el primero me recuerda a una oscura tradición religiosa que condena y mortifica, sin embargo el segundo, tan tradicional y religioso como el primero, me resulta más liberador. Los actos dañinos tienen consecuencias dañinas. Los benévolos las tienen benévolas. No hay mucho más. Cada cual es libre de hacer lo que quiera, pero las consecuencias de un solo pestañeo, tarde o temprano, se pagan. De eso sabe mucho Gautier. Yo también. ¿Y tú?


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