Rocío
se encuentra a las puertas de la adolescencia. Hace un año, cuando cumplió
doce, se las prometía felices con la entrada en secundaria, pero hoy, menos de
trescientos sesenta y cinco días después, no sabe con qué pie echar a andar
primero. Diría que a todos nos ha pasado lo mismo, pero en realidad mentiría,
al menos en lo que a mí refiere. A Rocío la desorientación le hace valorar
cosas que, salvo por el pastizal que cuestan, carecen de la mínima valía. “Es
normal, en esta etapa es normal que las amigas sean de ida y vuelta” comenta
despreocupada su madre. “No, no lo es” pienso yo, pero no digo nada. Claramente
existen dos tipos de madres: Las que han asumido tanto su papel que han
olvidado que también son hijas y las que, sin olvidar el rol de hija, interpretan
el de madre lo mejor que saben. Ella es del primer tipo, yo, por fortuna para
mi hijo, del segundo. Por eso sé que Rocío lo está pasando mal, aunque haga
como si no pasara nada y me diga con la boca pequeña cuando nos cruzamos por la escalera que
prefiere pasear sola porque sus amigas son “unas sosas”, aunque en
el fondo no entienda por qué sus “amigas” le dicen que no
van a salir para, más tarde, ir todas juntas a la piscina sin contar con ella.
Siempre he considerado que la “amistad” está infravalorada. Deambulamos por la vida buscando el amor verdadero cuando solo la verdadera amistad conlleva la felicidad en el sentido más amplio del término (repito, en el sentido más amplio del término). En mi vida siempre he sido de pocos “quereres”, abarcar demasiado supondría dispersar tanto mi capacidad amatoria que esta pasaría desapercibida para cualquiera. La cordialidad es mi disfraz: Conocidos miles, amigos con los dedos de las manos. Por eso me entristece la situación de Rocío y por eso me ha sobrecogido Pequeñas mentiras sin importancia, la tercera obra de Guillaume Canet tras la cámara.
La
crítica española, siempre tan agradable en sus comentarios en lo que a cine francés se refiere,
manifestó en su día que esta película era una burda copia de la estadounidense Reencuentro (The Big Chill de Lawrence Kasdan, 1983) y de la británica Los amigos de Peter (Peter’s Friends de Kenneth Branagh,
1992). Estos todavía no se han enterado de que la historia es cíclica, de que
los argumentos se repiten una y otra vez con la particularidad
de cada tiempo y lugar. ¿Acaso E.T.
no trata también sobre un grupo de amigos que se unen en torno a uno de
ellos moribundo? ¡Venga ya, no fastidiéis al cinéfilo medio de andar por casa! Francia
no es Inglaterra ni mucho menos Estados Unidos. La realidad de los ochenta no
es la de los noventa ni se acerca de lejos a la del nuevo milenio. Si nos
ponemos así, lapidemos a Martin Scorsese por llevar al cine la vida de Howard
Hughes en El aviador (The Aviator, 2004) porque algo parecido hizo décadas
antes el maestro Welles con el personaje de Charles Foster Kane, basado en el magnate de la prensa William Randolph Hearst, en Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941). Pequeñas
mentiras sin importancia recaudó más de treinta y dos millones de euros en
apenas seis semanas, convirtiéndose en la película más taquillera del país
galo en 2010, pero la crítica... En fin, en esas seguimos.
Les petits mouchoirs, título original de la cinta que viene a significar en español
“mentiras piadosas” (las cantarinas Little
White Lies en la lengua de Shakespeare), recoge parte del mejor elenco francés del momento. No me voy a extender en estos menesteres porque para eso, si
sigues el camino de baldosas azules, ya tenemos a “The Wizard of Google”, pero se
nota, en cada fotograma se nota la maestría de cada uno de ellos. Y, si crees
que exagero, prepara un buen bol de palomitas y un par de paquetes de pañuelos
de papel y ve la película, por favor, hazme caso. Divagaciones sobre la amistad
a gusto del consumidor se suceden a lo largo de las casi dos horas y media que
dura la película. No, no se hace pesada, en serio, todo fluye con la normalidad
de un café entre amigos bañado de buena música. De hecho, aquí en confianza,
hay una escena maravillosa de un atemporal Romeo que escala bajo la luna hacia
el balcón de su desdeñosa Julieta con la única intención de observarla mientras
duerme. El remolino de emociones que esta manida situación entraña se acomoda en los aterciopelados modos de “Fistful Of Love” en labios de Antony and the Johnsons como si no pudieran existir la una sin el otro. Es entonces cuando yo reconozco que no me gustaría este tipo de música si no la supurasen tus poros cada vez que te pones a hablar de tus cosas, aparentando ante mí cierta timidez infantil para no dejar constancia de que tú también eres vulnerable, casi más que yo. Te imagino en la distancia mientras interpreto el papel de oyente a las mil maravillas e intuyo que, como siempre, eres tú quien se vaciará al otro lado del teléfono al tiempo que yo quedaré repleta de algo de lo que no soy capaz de prescindir. En eso, querido y asexuado lector, precisamente en eso consiste la amistad.
Guillaume Canet recurre al más tremendista de los realismos en el mismo punto de arranque, cuando la
vida de Ludo, un parisino cercano a la cuarentena, entra en stand by una buena mañana. La escena impacta, sobrecoge al espectador cómodamente mimetizado con su
sofá mientras cae de repente en la cuenta de la fugacidad del tiempo. Esa es la
peor de las loterías, esa de la que nadie desea portar el boleto ganador. La
vida de este personaje se estanca en la cama de un hospital a pocos días de comenzar las vacaciones en compañía de sus
amigos “de toda la vida”. ¿Ir o no ir?, That’s
The Question... la pregunta y el dilema. Nos guste o no, las
decisiones que tomamos de manera individual siempre conllevan consecuencias colectivas, algunas
de ellas de difícil digestión, y escudarse los unos en los otros sirve a este
grupo de amigos para despojarse de toda culpa. También suele pasar. Es en esta circunstancia
llena de tiranteces cuando las amistades se ponen a prueba, cuando esas “pequeñas
mentiras sin importancia” irrumpen en la cotidianidad de un desayuno o de un
paseo a orillas del mar para desbaratarlo por completo.
Sinopsis: Como
tienen por costumbre desde hace años, un grupo de viejos amigos lo tiene todo dispuesto para partir de
vacaciones a la casa de la playa de una de las parejas. Sin embargo, días antes de
comenzar su periplo, uno de ellos sufre un aparatoso accidente de tráfico que lo deja
postrado en una cama en cuidados intensivos. Los recuerdos, las frustraciones, las alegrías y los miedos hacen acto de presencia en un paraje idílico a orillas del mar donde las pequeñas mentiras sin importancia se mantienen ocultas en las maletas.
P.S. Lo cierto es que, aunque parezca que no estoy, siempre espero tras la puerta a
que concilies el sueño. Ya sabes que soy especialista en ahuyentar monstruos. Bajo la
cama, junto al despertador, en la casa de al lado, en otro barrio, en
distinta ciudad y hasta en distinto país... velo por tus sueños. Por cada uno de ellos. No lo olvides.
No hay comentarios:
Publicar un comentario