miércoles, 3 de julio de 2013

“Odette Toulemonde”, una película de Éric-Emmanuel Schmitt (2007)


El pasado mes celebraron en el colegio de mi hijo el “Día de la familia”. No, no se trataba de ninguna maniobra de manipulación infantil sobre peras y manzanas, era más bien una manera de hacerles entender que hoy cada familia se configura a su antojo o según unas necesidades específicas, a saber. Los pequeños debían llevar una foto en la que salieran con sus padres/abuelos/tutores para hacer con ella una actividad programada. ¿Una foto?, ¿solo eso?, sin problemas... pues no, sí que hubo problemas. Aitana es una niña guapísima de la clase de mi hijo, una princesita de tres años recién cumplidos de rostro angelical y mirada triste, muy triste. Su mamá también es muy guapa, aunque bien podría serlo un poco menos si con eso ganaba cordura en su proceder, porque la señora ha tenido la brillante idea de  inculcar a su hija un odio irracional por el sexo opuesto, como si sus propios errores de adulta fueran a repetirse en su pequeña. Aquella mañana, nada más llegar yo al centro, ella discutía con una de las señoritas delante de la niña. “Ese no sale en la foto”, decía con desprecio. “Ese” no era otro que su exmarido y padre de Aitana. La señorita con poca fortuna intentaba hacerle entender que solo se trataba de una foto, pero nada, ella seguía en sus trece. “Bueno, mujer, trae dos, una con cada uno”. Pues tampoco le pareció buena idea. “Es que tú no sabes el daño que me ha hecho”, confesó altanera la “loba herida”. No, posiblemente la señorita no conocía ese detalle y seguro que los que estábamos allí tampoco, pero yo he coincidido en más de una ocasión con él y... marido no sé cómo sería, pero como padre no me parece tan lamentable. De hecho, los días que él va son los únicos días que veo sonreír a la princesita de cara angelical.

El odio es un sentimiento tan negativo y dañino que nunca, en mis casi treinta y ocho años de vida, lo he vertido sobre nadie que no fuera yo misma. No tengo ningún reparo en reconocer que soy mi peor juez y, por tanto, verdugo. Anda, anda, no te lleves las manos a la cabeza, por favor, no dramatices, la mía es una actitud de lo más quevedesca: Prefiero darme yo, que sé dónde menos me duele, a que me den otros, no sea que me duela de verdad. En realidad, conmigo no va eso de “para que los demás te quieran tienes que quererte a ti mismo”. ¿De dónde han sacado eso?, dime, ¿del manual del perfecto onanista? Verás, quiero tanto a mi entorno que, sin remedio, el poco cariño que dejo sin darles es el que me guardo yo para mí, ya sabes, para los momentos de carencia. La felicidad tiene numerosas caras y la más mágica de ellas es la que se refleja en Odette Toulemonde, una producción franco-belga de 2007. Vale, este no es un peliculón. No es una obra maestra del cine ni un producto de culto. No supone la consagración de Éric-Emmanuel Schitt, su director, ni el salto a la fama de sus protagonistas, Catherine Frot y Albert Dupontel. ¿Y qué?, ¿crees que esos datos me son determinantes para disfrutar de una película? Odette Toulemonde es una historia sencilla de una familia sencilla. Es un cúmulo de casualidades, un cóctel metafórico de sueños cumplidos y de voces en off. Una hora y cuarenta minutos de pura fantasía. ¿De verdad que necesitas más?


Por si aún lo dudabas la crítica española atacó directamente a la yugular del director al asegurar que Odette era la “tía abuela aburrida” de Amélie Poulain. ¡Pobres! Es cierto que la obra maestra de Jean-Pierre Jeunet deja en ropa interior a la más que modesta de Schmitt, pero en cualquier caso esta última supuso un nuevo éxito de taquilla en el país vecino. En la patria del croissant y los brioches vende el “realismo mágico” de este tipo de producciones mientras aquí, donde los críticos de cine intentan emular sin demasiado éxito al mismísimo Armond White, convertimos a Torrente, el brazo tonto de la ley en la película española más taquillera de la historia. Ya está todo dicho. 
Esta cinta, titulada en nuestra lengua como Odette. Una comedia sobre la felicidad, es una fábula vitalista y alegre que versa, precisamente, sobre la posibilidad real de ser feliz. En ella, dos personas diferentes procedentes de entornos diferentes se enfrentan a la rutina diaria, como no podía ser de otra manera, de forma diferente. Odette, una madre de familia, viuda y soñadora, suple la ausencia de su marido con las novelas rosas de Balthazar Balsan y las nimias canciones de Joséphine Baker. Por otro lado, Balsan, afamado escritor ídolo de las féminas ávidas de emociones fuertes, se enfrenta a la infidelidad de su mujer y a la mala prensa de la crítica con auténtica desesperación. Un buen día sus caminos se cruzan, sin más, porque sí, por casualidad, sin premeditación. Y a partir de entonces, como un elástico con el que varias niñas juegan en el patio a la hora del recreo, sus vidas se acercan y alejan al capricho de un destino neutral. Ella es feliz con casi nada, él lo tiene todo pero es infeliz. Ella disfruta ejerciendo de hada madrina para quien ha perdido el rumbo, él lee y relee las palabras contenidas en una carta a su nombre sin saber realmente cómo corresponder. Sin embargo, contra todo pronóstico, ambas personalidades tan dispares acaban juntas... porque Odette Toulemonde es una comedia sobre la felicidad y las comedias sobre la felicidad siempre acaban bien... ¿o no?



Sinopsis: En la vida de Odette Toulemonde se cruza su escritor preferido, Balthazar Balsan, rico y seductor, que atraviesa una crisis depresiva. Ella, una modesta vendedora de la sección de cosméticos de unos grandes almacenes, será la encargada de transmitirle toda la felicidad que siente en su sencilla existencia a un hombre que poco a poco aprenderá a enfrentarse al resto del mundo.
 
 

No nos engañemos. La cotidianidad del ser humano no es una película de ficción con final feliz. Normalmente caminamos tras alguien que avanza mucho más rápido que nosotros. Algunas veces el miedo a perderlo de vista nos hace correr incluso con unas zapatillas que ni siquiera son de nuestro número. Ese mismo miedo en otras ocasiones nos obliga a adoptar hábitos que nos son ajenos con la simple intención de acaparar un poco de su atención. Entonces nos convertimos en lectores de novelas que no nos dicen nada, en voraces amantes virtuales, en adictos a la dieta Dukan, en escritores aficionados, en seguidores del cine francés; en definitiva, nos convertimos en alguien que no somos solo para hacernos un hueco en el día a día de alguien que, en realidad, no nos quiere en él. No nos engañemos, todo es más fácil de lo que a simple vista parece, créeme. Ser feliz consiste en exclusiva en reconocer ante la adversidad que existe más de un camino

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