martes, 12 de agosto de 2014

"39 escalones", una película de Alfred Hitchcock (1935)



Ficha Técnica:



Título original: The 39 Steps

Guion: Charles Bennett (según la novela homónima de John Buchan)

Género: Thriller

País: Reino Unido

Duración: 81 minutos






Sinopsis:


Durante un espectáculo de music-hall en Londres, en medio de una trifulca, el canadiense Richard Hannay se ve envuelto en una trepidante trama de espías y de agentes secretos que lo llevará de periplo por las islas británicas de los años treinta.



Plano subjetivo:

Hoy cumplo 39 años. Y, mientras escribo, disfruto de unas placenteras VACACIONES en un destino de última hora impuesto por un obligado cambio de planes, un imprevisto y afortunado cambio de planes, uno de esos que, contra todo pronóstico, salen bien. Yo no dispongo, solo propongo... lo demás ha llegado solo. Vacaciones. Me concedo unos minutos para reflexionar sobre su significado concreto en mi vida, es entonces cuando hace acto de presencia la RAE que, como una madre sesentona de mal carácter, me increpa con el dedo en alto y me recuerda que ese "descanso temporal de una actividad habitual, principalmente del trabajo remunerado o de los estudios" no nos está reservado a las madres a jornada completa. Y algo de razón debe de tener porque, guste más o menos, el rol de "madre" no es una etiqueta que se pueda cortar con unas tijeras o arrancar de un simple tirón. Esa etiqueta la llevas en roce continuo con la piel haga daño o no. Vacaciones. ¡Vacaciones! ¿Vacaciones? 

Mientras escribo, sonrío distraída viendo jugar a mi hijo en la arena. Hace y deshace un imaginario castillo en el que oculta parte de su cuerpo a la voz de "mira, mamá, no tengo pies". Sé que ese grito de guerra lleva implícito un teatral lamento por mi parte, una búsqueda "desesperada" por la playa del lugar exacto dónde se encuentran ocultos sus pies con la mirada fija en la X del mapa del tesoro de un pirata venido a menos. Ahora es él quien sonríe y yo la que da un ficticio puntapié a las acepciones certeras de un diccionario que me aplico yo pero que escriben otros. Leo. Leo. Leo. O, al menos, lo intento (en sentido literal y figurado). Nada que me haga pensar demasiado. Los buenos suicidas de Toni Hill(La "l" del teclado me está fallando, Mr. Sheldon, Mr. Paul Sheldon). Prometedor comienzo. Ya veremos el final. El hijo del protagonista se llama Guillermo, como mi propio hijo. Eso me divierte. Es agradable leer cada número impreciso de líneas su nombre, dejar que me sorprenda escondido tras alguna palabra, que aparezca y desaparezca a cada página, que juegue al escondite un par de veces por capítulo. Guillermo... lo observo jugar y reconozco en silencio que su nombre suena bien... y se lee aún mejor. Vacaciones. ¿Vacaciones? ¡Vacaciones! 


Treinta y nueve años ya... 39, como la canción que Brian May, guitarrista de Queen, escribió para el álbum "A Night at the Opera". 39, como el prefijo internacional de Italia. O como los grados de fiebre que aterran a las madres primerizas. O, sin ir más lejos, como la temperatura media de una infernal Sevilla en verano. Treinta y nueve... 30 y nueve... 39, como los escalones del maestro Hitchcock (entre otros). Treinta y nueve escalones, una historia demasiado compleja para escribir sobre ella un día como hoy, aunque al tiempo demasiado obvia para dejar pasar la ocasión. Para ser sincera, confieso que jamás pude terminar de leer la novela homónima de John Buchan aunque tampoco he visto ninguna de las versiones cinematográficas posteriores a la del director británico porque, la verdad, no me llama nada que sean pretenciosamente fieles a la historia original. Sin embargo la idea recurrente del hombre inocente que huye de la justicia siempre me ha gustado en Hitchcock y, aunque suelo hablar de casi todo pese a no entender de casi nada, a mi edad sé de sobra lo que me gusta... y The Thirty-Nine Steps me gusta. No tanto como Vértigo o como La ventana indiscreta, pero lo suficiente para un día como hoy. Quedémonos con eso.



Yo, al igual que la gran mayoría de los mortales, solo tengo cinco sentidos. No he sido bendecida con eso que llaman "intuición" así que, más que intuir, pido a gritos un cambio. Mi cerebro se oxida al ritmo de una tumbona de playa a orillas del mar y no me resigno a aceptarlo, con RAE o sin ella. Tan cerca de la cuarentena empieza a asustarme la normalidad, sobre todo porque ahora más que nunca considero que tras ella se oculta cierta tristeza acostumbrada, esa que supone el pasar más parte del día pensando en lo que falta que en lo que se tiene. Me hago mayor (suspiro). Treinta y nueve años. 39 años... escalones... grados... pulgadas... nudos... ¡qué más da siempre...


Que los años, como los vientos, nos sean favorables a ambos!


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