Ficha Técnica:
Título original: Amour
Género: Drama
País: Austria
Duración: 127 minutos
"Georges:
Imagina que estuvieras en mi lugar. ¿No piensas que esto pudo haberme ocurrido
a mí?
Anne:
Sí, claro. Pero la realidad y la imaginación tienen poco en común".
Primer plano:
Parece que este país sigue sin aprender, ¿no? En plena época de crisis seguimos concediendo premios de alto coste cuyo único fin es enaltecer una monarquía denostada a la que se le perdona todo. ¡No aprenderemos nunca! Hoy hemos comido (es un decir) con el nuevo Premio Príncipe de Asturias de las Artes: El director de cine austriaco-alemán Michael Haneke. Que conste que me encanta su trabajo en general, pero ¡¿tenía que ser alemán?! Conozco la obra de Haneke desde hace una década (¡me hago mayor!). Allá por el año 2000 invité a ver en DVD Funny Games al que era por entonces mi novio, hoy mi marido, entusiasta de La naranja mecánica de Kubrick. Luego vinieron en 2001 la sobrecogedora La pianista y la afrancesada Caché en 2005 (curiosamente los protagonistas comparten nombre con los de Amor, George y Anne). De esta última aún recuerdo los colores, la recurrente calle que baja, la ventana de la casa, la puerta, los reproches de dos sentados a la mesa, la convivencia en estado puro.
Cuando vi el tráiler de la oscarizada como Mejor Película Extranjera de 2013 prometí que no me la perdería... ¡Magnífica! Extraordinaria, en serio. Jean-Louis Trintignant (Georges) interpreta el papel de marido entregado de manera sublime. Lo cierto es que de este actor solo sé que es el padre de la malograda actriz Marie Trintignant (a la que cité en la entrada dedicada a Una dulce mentira) y que actuó en Rojo (1994), la última entrega de la trilogía de los Tres colores de Kieślowski. Adoro esa trilogía, en especial Azul (la banda sonora debería ser considerada pecado mortal), cinta en la que actúa Emmanuelle Riva (Anne). Recuerdo a esta actriz en Hiroshima mon amour (1959), una película franco-japonesa dirigida por Alain Resnais. ¿Qué quién es ese?, para mí el director de una de mis películas francesas preferidas, On connaît la chanson (1997), para ti... ya me dirás. supongo que no es necesario que reconozca que me encanta el cine europeo de autor, en especial el galo, y el halo de ensoñación que cubre la mayoría de sus historias de un extraño color gris. Claro que en nuestro país hay buen cine, pero también hay mujeres altas y bajas, rubias, morenas, pelirrojas, teñidas y sin teñir, delgadas y no tanto. Vamos, que para gustos...
Con sinceridad, sin ser yo una experta, esta historia de silencios disfrazados de puntos suspensivos me parece una auténtica obra maestra. Me asombra que las notas de un piano invisible, al que todos parecen ver salvo el propio espectador, se convierta sutilmente en el hilo conductor de esta historia de amor verdadero en el que la evidencia de la vejez hace estragos en los cuerpos mientras deja intacta la mente. Los detalles estudiados al milímetro confieren al guion una cotidianidad tan real como conmovedora de noches en blanco y de días sin descanso. El paso del tiempo se ralentiza magistralmente a la vez que se apagan los protagonistas entre desiguales lámparas de mesa gracias a la sucesión pausada de los fotogramas de una casa vacía, de una colección de arte. Haneke muestra en ciento veinte minutos una tranquila historia de amor del que no entiende de obligatoriedad. El amor que es capaz de soportar la tozudez de la edad, la falta de escrúpulos, el dolor y la desesperanza sin preocuparse por mantener el tipo de cara a la galería. Una historia de amor infinito sin empalagues ni enternecimientos, sin voces en off que piensen por el espectador. Un amor sin ataduras familiares, real como la vida misma. Hay quien en su día me dijo que esta película peca de lenta. ¿Lenta?, yo voy al cine sin prisas, si quiero correr me apunto al gimnasio.
Plano subjetivo:
Ve la película, por favor. Disfrútala pensando en quien te la recomienda. Hazlo por los viejos tiempos, cuando aún tenías la necesidad de sorprender, cuando tenías ganas de parecer interesante a los ojos de alguien. O, si lo prefieres, deléitate por los nuevos tiempos, por las ganas renovadas de parecer interesante a otros ojos. Da igual el por qué, tú solo ve esta película, por favor. Te la regalo.
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