Ficha Técnica:
Título original: Café de Flore
Director: Jean-Marc Vallée
Género: Drama
Duración: 120 minutos
País: Canadá
Sinopsis:
Antoine, un exitoso DJ de Montreal, lo tiene todo al alcance de la
mano para ser feliz. El amor de Rose, su nueva pareja. El cariño de sus dos
hijas. La entrega afectuosa de sus padres. Dinero. Salud. Y una profunda crisis
existencial favorecida por Carole, su exmujer, su amor de juventud, el hilo de
unión con la historia de Jacqueline, una madre entregada a la crianza en
solitario de su hijo Laurent, síndrome de Down, en el París de los años
sesenta. Su afán por no dejar desprotegido socialmente al pequeño roza la
obsesión. La vida común de madre e hijo fluye con la tranquilidad de las aguas
del Sena hasta que aparece Veronique, una nueva compañera de colegio del
pequeño aquejada del mismo síndrome, con la que Laurent pronto conectará de
manera excepcional. El mundo se agita bajo los pies de Jacqueline, que no sabe aceptar
que su hijo necesite a alguien que no sea ella misma, como lo hace bajo
los de Carole, que sufre al comprobar que su exmarido es feliz en los brazos de
otra mujer.
En la teoría:
Estos
días están siendo muy especiales para mi hijo. Comienza una nueva etapa en su
vida sin celulosa ni toallitas húmedas. Él mismo sabe, dentro del entendimiento
propio de su edad, que es el único protagonista de algo importante que está
ocurriendo a su alrededor. No voy a mentir, le está costando. Se niega a
utilizar el orinal y, así, es difícil. Que tenga paciencia me dicen las
señoritas, que solo lleva cuatro días... ¡y veinte lavadoras! Hace un rato,
mientras yo servía la comida, se ha acercado a mí muy apurado, casi
haciendo “pucheritos”, con el pantalón empapado:
-
Mamá, soy malo.
-
No, cariño, tú no eres malo, eres el niño más bueno del mundo. ¿Por qué dices
que eres malo?
-
Porque me he hecho pipí encima.
Me
lo temía. "La comida puede esperar". Tocaba momento charla
madre-hijo. Reconozco que no sé cómo hacerle entender que se trata solo de una
fase evolutiva, que no me enfado porque aún no sepa controlar los esfínteres ni
que tampoco me importa ir tras él con la fregona para limpiar lo que ensucia
cada treinta minutos. Intuyo que me sobran palabras aunque sé que compenso con
las buenas intenciones. No me queda más que echarle paciencia. Me he
arrodillado en el suelo, me he sentado sobre las piernas para estar a su
altura y lo he colocado frente a mí. “¡Ay, dios, qué le digo yo ahora!”.
He respirado hondo y... Al final, él ha sonreído satisfecho. Yo,
también.
Creo
que jamás podré entenderme con nadie tan bien como me entiendo con él. Si yo
creyera en la existencia del alma, que no creo, desde luego que sin duda alguna
nombraría a mi hijo portador de mi alma gemela aun sabiendo que la apreciación
no es compartida. Soy de las que defienden que la conexión que se
establece entre los seres humanos es más química que espiritual y viene
motivada por detonantes tan dispares como una mirada dirigida a los
labios o un recurrente déjà-vu, nueve meses en el vientre o cinco
minutos en el "Messenger", un silencio prolongado o una llamada a
tiempo. Nunca se necesitan demasiadas razones, solo algo de voluntad. Estoy segura
de que en la inmensidad del
mundo existe alguien con quien poder conectar con la facilidad, la simpleza y
la exactitud de un puzle de dos piezas. En eso consiste
exactamente Café de flore,
una coproducción franco-canadiense de 2011 dirigida por Jean-Marc Vallée.
La
crítica española no fue nada benévola con la tercera película de Vallée
tras la aclamada y totalmente recomendable C.R.A.Z.Y. (2005).
¡Ah, los críticos y sus patochadas! La tacharon de auténtica pifia, de
pretensiosa y descuidada, de caos mal resuelto y de no sé cuántas cosas
terribles más. Lo cierto es que a mí, como espectadora, no me pareció nada de
eso. Igual es que yo no escribo movida por las cifras de la taquilla, no sé.
Desde luego, si estos son los mismos que opinan que el papel interpretado por sir
Ben Kingsley en Ironman 3 es un gusto para los sentidos, apaga y
vámonos.
El
planteamiento argumental de Café de flore presenta una dualidad alternante desde el inicio de la película hasta
casi el final, cuando se descubre el punto de unión de dos historias,
aparentemente lejanas en espacio (París-Montreal) y tiempo (años
sesenta-actualidad) pero con dos elementos comunes: El amor incondicional (de
una madre por su hijo-de una mujer por su exmarido) y la canción que da título
a la película ("Café de flore" de Matthew
Herbert). La estructura triangular es la encargada de generar la tensión
argumental al punto de su ruptura. Jacqueline-Laurent-Veronique y Carole-Antoine-Rose conforman dos triángulos de aristas
redondeadas en los que el amor es bien y mal entendido en diferente proporción. ¿Existen las almas gemelas?, parece que sí,
aunque no siempre se sea correspondido.
Ese es el caso de Jacqueline y de Carole, dos mujeres y
una única obsesión. La primera en el París de los años sesenta, abandonada por
su marido, lucha por evitar la exclusión social de su hijo con síndrome de
Down. La segunda en el Montreal de nuestros días, ve como su exmarido, un
afamado DJ, sufre una gran crisis de identidad. Dos ciudades diferentes, dos
épocas diferentes, pero un mismo amor atemporal visto desde un prisma obsesivo
y protector. El final de la cinta, inimaginable pese a las sutiles pistas que
se nos descubren, ayuda al espectador a unir los fragmentos de una historia que
se alarga cuatro décadas en el tiempo.
Una mención especial merece el recurrente artificio de Vallée que,
como ya hiciera en C.R.A.Z.Y., convierte
la ambientación musical en hilo conductor de una acción cambiante al
estilo de los discos en los platos de un DJ experimentado. Tomando de
referente la canción de Herbert en sus múltiples variantes, el recorrido sonoro regala
temas de "The Cure", "Pink Floyd" y "Sigur
Rós" entre otros. Gracias
a esta exquisita banda sonora se liberalizan las emociones de los
protagonistas: Una forma magistral de utilizar un bien universal en propio
beneficio.
En
la práctica:
Café
de flore es
una película intensa, emotiva y conmovedora, sensible y musical. Es una
historia corriente de amores extraordinarios que no sucumben a la muerte, ni
real ni metafórica, y que intentan mantenerse intactos recluidos en una
burbuja. Es la historia de personas que tienen los ingredientes necesarios para
ser felices y que, sin embargo, no lo son. Tal vez sea tu historia. O
la del vecino. Puede que un día sea la de mi hijo. O quizás la del tuyo. No lo
sé, nunca se sabe. ¿Me permites un consejo?, si quieres conservar a tu alma
gemela regálale un hueco en el cajón de tus calcetines. Cada cual que saque sus propias
conclusiones.