sábado, 27 de julio de 2013

“Johnny cogió su fusil”, una película de Dalton Trumbo (1971)

Hace casi un mes que mi hijo dejó de usar pañal (se admiten aplausos). He vivido esta etapa fustigada casi a diario por los punzantes comentarios de esas madres que aseguran orgullosas que sus vástagos necesitaron solo tres días para controlar los esfínteres. Ya, claro, tres días. Quizás esa fanfarronería sumada al hecho de que el mío ha tardado casi dos meses haya convertido algo cotidiano en todo un acontecimiento familiar que, como tal, cada cual ha querido festejar a su manera. “¿El niño tiene ya la “megapistola” de agua del verano? Es para regalársela por la hazaña”, me preguntó alguien un buen día. “Verás”, le dije con el mayor de los tactos, “es que no soy partidaria de que el niño juegue con pistolas”. “¡Qué tontería!”, me soltó sin reparos, “pues va a ser el único que no tenga una”. “Pues será el único”, pensé. Lo cierto es que mi marido y yo empleamos gran parte de nuestro esfuerzo en educar a nuestro hijo para que tenga criterio propio, no para que sea un borrego más del rebaño: Ser el único que no tiene el último modelo de consola no debería ser un problema, necesitar tenerlo para considerarse aceptado sí. Qué quieres que te diga, no me gusta que mi hijo de dos años y medio considere cualquier chisme con forma de artilugio para matar un juguete porque, en realidad, no lo es. En fin, que no le compró la pistola.

Conocí la existencia de la novela Johnny Got His Gun de Dalton Trumbo (1939) el primer año de facultad. Una larga historia de corrillos universitarios que tal vez un día, cuando los vientos nos sean favorables, te cuente. El libro versa sobre Joe Bonham, un joven soldado americano participante en la Primera Guerra Mundial horriblemente mutilado en el frente. Y hasta ahí puedo leer. En líneas generales es todo un alegato antibelicista y a favor de la eutanasia que venía a reforzar dos de mis grandes pilares en aquella época: 1. Ninguna guerra es justa y, por tanto, necesaria. 2. Si vivir dignamente es un derecho, morir de la misma manera también debería serlo. ¿Si han dejado de serlo? Bueno, sobre la eutanasia mantengo el mismo parecer, respecto al antibelicismo...  no es tan sencillo. Me he hecho mayor y con la edad una le planta cara como puede a un mundo en el que las ideas cargadas de buenas intenciones no siempre son ni las más justas, ni las más recomendables, ni las que aseguran un buen fin. Antibelicista sí, pero no antimilitarista.
Después de la novela, sin remedio, caí rendida a los pies de la película de idéntico título, sobre todo porque el propio autor, tras la negativa del maestro Buñuel, tuvo que hacer las veces de director. Dalton Trumbo, uno de los “Diez de Hollywood”, perseguido por sus supuestas ideas comunistas en tiempos del macartismo, encarcelado y posteriormente exiliado a México. Uno de los talentos malditos de la meca de un cine que ha caído en el comercialismo más brutal, aunque sobre gustos…


La película, al igual que la novela, contiene las dos líneas temáticas citadas con anterioridad perfectamente entramadas. Por una lado, Johnny cogió su fusil es un alegato antibelicista fundamentado en la terrible pérdida de miles de vidas en una guerra que ofrecía a los jóvenes estadounidenses de procedencia humilde la posibilidad de tener acceso a la universidad o a un seguro médico de calidad de manera gratuita. Por otro, la eutanasia como vía alternativa para paliar el sufrimiento de un cuerpo sesgado incapaz de continuar con su ciclo vital. Porque Johnny, el protagonista absoluto de la cinta, sufre en primera persona los estragos del frente cuando un bombardeo lo convierte en una cabeza pensante que razona, elabora juicios y recuerda un tiempo mejor unida en exclusiva a un trozo deforme de tronco. Salvo pensar, es incapaz de hacer nada por sí mismo. ¿A eso le llamas vida?, ¿en serio? Por si esto fuera poco, aislado del mundo exterior por mandato de una autoridad militar temerosa de que cierto sector de la opinión pública utilizara el estado precario del joven como mera propaganda antibelicista, Johnny es tratado como un cacho de carne informe que ni siente ni padece. Repito, ¿a eso llamas vida?, ¿de verdad? Pues prepárate para lo peor. Su existencia no mantiene un solo resquicio para la esperanza o la mejora porque, por mucho que se empeñe, su situación no cambiará, sus sueños no se verán nunca cumplidos ni sus expectativas realizadas. Por culpa de la metralla el joven sufre una auténtica muerte en vida. ¿Aún estarías dispuesto a vivir atado a esa terrible circunstancia?, ¿estarías dispuesto a dejar sufrir de esa manera tan cruel a tu padre, tu hermano, tu marido o tu hijo? Piénsalo bien porque, en este mundo de locos, Johnny podría ser cualquiera de nosotros sin distinción de sexo o de edad. ¿Difícil decisión, verdad?
Pues no debería de serlo, porque toda respuesta coherente se reduce a una sincera cuestión de amor, de amor verdadero, el basado en la renuncia y en la no obligatoriedad, el que considera que nadie es dueño de nadie, el liberador. El otro tipo de amor, el egoísta, el errado, el que tiene mal fin, el que esclaviza, el que amarra con unas ataduras invisibles, el que habla en voz alta para hacerse escuchar, el que prefiere callar para no ser escuchado, el que no admira, no se ilusiona ni se renueva, ese amor malentendido y malacostumbrado permitiría que Johnny, aun contra su voluntad, siguiera vivo. 




Sinopsis: Johnny, un joven combatiente de la Primera Guerra Mundial, despierta totalmente confuso en un hospital. Con las extremidades superiores e inferiores amputadas, ciego, sordo y mudo de por vida a causa de una explosión sucedida durante un bombardeo, se ve reducido a un simple torso viviente. Aislado de la realidad, va poco a poco siendo consciente de su situación entre sueños y pesadillas que le consumen. Tras largo tiempo de insufrible inactividad corporal, gracias al Código Morse suplica que acaben con él, pero su petición es ignorada. Finalmente su cuerpo, inútil y totalmente inmóvil, es abandonado en un almacén.

Johnny Got His Gun, Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes en 1971, es la evidencia fílmica de que hay situaciones mucho peores que la muerte de la que ninguno estamos a salvo. Formamos parte de una sociedad cada vez más deshumanizada donde las individualidades superan a los actos colectivos que parecen únicamente aflorar ante auténticas catástrofes. ¿Y mañana qué?, ¿acaso no seguirá habiendo quienes necesiten agua, mantas, refugio o unas simples palabras de aliento?, ¿no habrá quienes requieran que se haga justicia, que se les deje hablar o que se les escuche? ¿Mañana qué?… pues mañana todo estará olvidado, seremos cada uno de nuestro padre y de nuestra madre, creeremos que expresar los sentimientos nos hace débiles, exigiremos nuestro lugar a codazos si fuera necesario, permitiremos que nuestros hijos jueguen a matarse con la naturalidad de una puesta de sol, gritaremos enfadados cuando la lenta afluencia del tráfico no nos permita avanzar al ritmo que deseamos, hasta aparcaremos en doble fila “un momento” sin importarnos ser los causantes de una larga espera, gastaremos más de lo que tenemos, presumiremos de ser quienes no somos en las ventanas virtuales, esperaremos que al vecino siempre le vaya peor, criticaremos, discutiremos, haremos reproches, señalaremos con el dedo… ¿Mañana?, mañana seguiremos relativizando nuestro tiempo, como si cada minuto nos perteneciera, pasando por alto que, para lo bueno y para lo que no lo es tanto, una semana son solo siete días. No lo olvides. 

miércoles, 24 de julio de 2013

"Caos calmo", una película de Antonello Grimaldi (2008)



Ficha Técnica:




Título original: Caos calmo

Director: Antonello Grimaldi

Género: Drama

Duración: 105 minutos

Pais: Italia







Sinopsis:

En el mismo momento que Pietro Paladini está en la playa salvando la vida de una desconocida junto a su hermano, su mujer muere víctima de un accidente doméstico. Mientras todo su entorno espera servir de consuelo a su duelo, él alivia su caos interior deambulando tranquilo por el parque a las puertas del colegio de su hija Claudia a la espera de que esta salga. Ante su incomprensible e inquietante conducta, sus compañeros de trabajo, sus amigos, familiares y conocidos deciden rendirse a lo evidente.


Primer plano:

La otra noche pude disfrutar en La 2 de Caos Calmo protagonizada por Nanni Moretti, a mi modesto parecer uno de los mejores directores/actores (muy propia la conjugación fílmica de ambos roles en el país del “Chianti”, aunque yo sea más del “Est!! Est!! Est!!” de Montefiascone) que mayor credibilidad confiere a la escena italiana del momento. A pesar de en esta película no se encuentra tras las cámaras, al menos no directamente, firma como guionista y eso, quieras o no, se nota. Ya gocé hace algunos años de La habitación del hijo y sabía a lo que me enfrentaba, así que, con la mente exenta de prejuicios, me dejé llevar.



Caos calmo es en sí una paradoja vital, tan humana y real que asusta. Es un vivir sin vivir en mí “santateresiano” a las puertas de un colegio donde el protagonista espera sin desesperar a que algo suceda. Basada en la novela homónima de Sandro Veronesi, la historia se convierte en el retrato de una deriva emocional que, dependiendo de cada cual, puede o no esconder mucho más de lo que se ve a simple vista. Y de eso precisamente versa la película, del dolor escondido, del duelo sin lágrimas, de los sentimientos a los que no somos capaces de enfrentarnos y que acaban convirtiéndonos en una mala copia de nosotros mismos. Benissimo.

Como va siendo costumbre, no voy a ofrecer ningún dato que cualquiera pudiera encontrar en la red con un rápido batir de dedos, prefiero comentar que Caos calmo, ya desde el propio título, invita a participar en un efectista juego lingüístico de sutil y esperanzador final. El argumento, que se desarrolla en un ochenta por ciento en las inmediaciones del colegio de la hija del protagonista, maquilla de calma exterior lo que para cualquiera supondría un caos interior de consecuencias demoledoras. El protagonista, un alto ejecutivo de edad media que acaba de enviudar, padre de una niña que responde a la muerte de su madre con la misma tranquilidad que su progenitor, se abandona a la más totalizadora nada sin calibrar los daños colaterales que esta pueda provocar. Se agarra con uñas y dientes a un “no hacer nada” que en realidad implica hacerlo todo aunque desde un nuevo punto de vista. Un "no hacer nada" que le obliga a elaborar listados mentales que le llenan la cabeza de datos sin importancia que disfrazan lo realmente importante de mera anécdota. Un “no hacer nada” que supone recluirse en un espacio abierto expuesto a todas las miradas, un microuniverso recién descubierto que le permite observar su vida desde una distancia prudencial, lejos de fusiones empresariales y cuñadas trastornadas, para tomar conciencia de su propio vacío interior. Un “no hacer nada” que se convierte en una forma magistral de reconducirlo todo. Y en ese extraño estado de ensoñación en el que hasta tiene cabida la escena de sexo más discutida en Italia de los últimos años y de la que yo no pienso ser juez, una pequeña de diez años descubre entre palíndromos incapaces de ofrecer una lectura alternativa que la muerte de un ser querido es irreversible, pero el dolor que consume las entrañas y aletarga los pensamientos está bendecido por el don de la reversibilidad.


Me preguntabas no hace mucho cómo es posible reconstruir una ciudad tras un devastador tsunami. Pues de la misma manera que se reconstruyen las vidas tras la pérdida de un ser querido, con tiempo.  





Plano subjetivo:


Han sido estos unos días difíciles que me han llevado a reconsiderar muchas de las cosas que tengo por costumbre, bueno, en realidad por mala costumbre. Mientras sigo aquí intentando no flagelarme más de lo recomendable, te confieso que me sentí tan dentro de la película que detalles como la música o el cameo de Polanski me parecieron solo elementos externos de los que prescindir con facilidad. Con su misma tranquilidad he observado día a día a Moretti sentada en el césped con un bloc de notas dentro del bolso y, aunque era consciente de que no tenía nada que hacer con él por culpa de esa escultural rubia amante de los animales que rondaba por allí (rubia, ¡siempre son rubias!), yo también le habría dado a ese alto ejecutivo que se pasa el día atado a una particular nada que lo dice todo un abrazo fuerte fuerte de esos que no dejan respirar. De momento, respecto al olvido, todo es reversible. Crucemos los dedos...

viernes, 12 de julio de 2013

"La mecánica del corazón", una novela corta de Mathias Malzieu (2009)


Ficha Técnica:



Título original: La mécanique du coeur

Autor: Mathias Malzieu

Género: Novela corta

País: Francia

Editorial: Random House Mondadori





"Ya no es más una salsa picante nuestra historia, sino una sopa de erizos"



Argumento:

Jack, un niño debilucho y frágil atado a un reloj de cuco que hace las veces de corazón, conoce las inclemencias del amor de la mano de una pequeña cantante miope y testaruda cuyo recuerdo le llevará a cruzar parte de Europa en el ocaso del siglo XIX.



En la teoría:

La mecánica del corazón, del francés Mathias Malzieu, es una de esas maravillosas fábulas de niñas solitarias vestidas de prestado que esperan, recostadas en los brazos de su propia ensoñación, a que llegue pronto su príncipe transparente con los zapatos rotos de tanto caminar. Escrita al más puro estilo neogótico de las películas de Tim Burton, esta novela corta nos recuerda, con cierta ingenuidad pueril, que en el juego del amor más son los que pierden que los ganadores. Las palabras, con una delicadeza extrema, se hilvanan a modo de pequeñas cuentas de cristal de mil colores en una historia universal sobre anhelos y deseos, tiernos y pasionales, de quien ama más allá de lo humanamente comprensible. Suerte que en esto del amor, del amor verdadero que enreda y quema, los finales jamás están escritos. Y es que, sí o sí, nuestro simple corazón "como mucho es posible que resista la intensidad del placer, pero no es bastante sólido para aguantar los pesares del amor".

Si te soy sincera, estoy convencida de que quienes se aferran con uñas y dientes a una rutinaria realidad que no les complace lo hacen impulsados por un recelo innato a soñar despiertos. Tienen miedo, sí, miedo. Tanto miedo a que esos sueños infantiles de niño asceta y de princesita gafotas no se hagan realidad como a que, por causa de un destino insondable, se cumplan. "En una caza del tesoro, tan pronto como los resplandores de las monedas de oro empiezan a filtrarse por la cerradura del cofre, la emoción nos embarga y apenas osa uno abrir la tapa. Miedo a ganar".




En la práctica:

Aprecio, no sin cierta dosis de tristeza, que hay demasiada gente sola a mi alrededor. Gente a la que se le queda corto el sentirse acompañado porque, en realidad, merece estarlo. Algunas veces se trata de amigos, otras de familiares, compañeros de andadura o meros conocidos, eso es lo de menos. En la apenas perceptible inmensidad del mundo los observo discreta en la distancia ficticia que implica el no hablar del tema, porque sí, porque ellos lo quieren así, porque no me queda otra, aunque sea ese mismo mutismo obligado el que me empuje a experimentar un extraño desasosiego emocional. Somos algo más de siete mil millones de habitantes, ¿cómo es posible entonces que el sustantivo "soledad" conserve su significado originario? El continuo “tic-tacteo” de mi cabeza sabe la respuesta pero no entiende de gramática.

Estoy segura de que en más de una ocasión (y de dos si me apuras) has tenido la misma apreciación que esta que escribe aunque, a fuerza de colocarte una tras otra mil corazas de algodón, hoy vives acostumbrado a soñar en blanco y negro. Pobre de ti si renuncias a la particularidad infantil de cada uno de los colores, créeme. La vida tan solo es una sucesión indefinida de caminos por los que, nos guste o no, debemos transitar. Los hay llanos, empedrados, cuesta arriba, cuesta abajo, rectos, curvos, transitados, solitarios, da igual, da igual cuál sea su naturaleza porque todos, sin remedio, conducen al mismo final. De nada sirve quedarse petrificado en el arcén, de nada desandar lo andado o aligerar el paso. No obstante, en nuestras circunstancias actuales, tenemos la suerte de ser nosotros mismos quienes elegimos con plena libertad qué camino seguir. Tú también, así que asume las consecuencias de tu decisión y, si no marchas cómodo por la senda actual, busca una vía alternativa que te facilite el viaje.

Emulando a una crecidita Dorothy “Garland” en El mago de Oz, para no perder el rumbo te recomiendo buscar incansable el camino de baldosas amarillas. No desesperes jamás si no das con él, no olvides, por favor, que siempre podrás contar con alguien que lo pinte para ti.


miércoles, 3 de julio de 2013

“Odette Toulemonde”, una película de Éric-Emmanuel Schmitt (2007)


El pasado mes celebraron en el colegio de mi hijo el “Día de la familia”. No, no se trataba de ninguna maniobra de manipulación infantil sobre peras y manzanas, era más bien una manera de hacerles entender que hoy cada familia se configura a su antojo o según unas necesidades específicas, a saber. Los pequeños debían llevar una foto en la que salieran con sus padres/abuelos/tutores para hacer con ella una actividad programada. ¿Una foto?, ¿solo eso?, sin problemas... pues no, sí que hubo problemas. Aitana es una niña guapísima de la clase de mi hijo, una princesita de tres años recién cumplidos de rostro angelical y mirada triste, muy triste. Su mamá también es muy guapa, aunque bien podría serlo un poco menos si con eso ganaba cordura en su proceder, porque la señora ha tenido la brillante idea de  inculcar a su hija un odio irracional por el sexo opuesto, como si sus propios errores de adulta fueran a repetirse en su pequeña. Aquella mañana, nada más llegar yo al centro, ella discutía con una de las señoritas delante de la niña. “Ese no sale en la foto”, decía con desprecio. “Ese” no era otro que su exmarido y padre de Aitana. La señorita con poca fortuna intentaba hacerle entender que solo se trataba de una foto, pero nada, ella seguía en sus trece. “Bueno, mujer, trae dos, una con cada uno”. Pues tampoco le pareció buena idea. “Es que tú no sabes el daño que me ha hecho”, confesó altanera la “loba herida”. No, posiblemente la señorita no conocía ese detalle y seguro que los que estábamos allí tampoco, pero yo he coincidido en más de una ocasión con él y... marido no sé cómo sería, pero como padre no me parece tan lamentable. De hecho, los días que él va son los únicos días que veo sonreír a la princesita de cara angelical.

El odio es un sentimiento tan negativo y dañino que nunca, en mis casi treinta y ocho años de vida, lo he vertido sobre nadie que no fuera yo misma. No tengo ningún reparo en reconocer que soy mi peor juez y, por tanto, verdugo. Anda, anda, no te lleves las manos a la cabeza, por favor, no dramatices, la mía es una actitud de lo más quevedesca: Prefiero darme yo, que sé dónde menos me duele, a que me den otros, no sea que me duela de verdad. En realidad, conmigo no va eso de “para que los demás te quieran tienes que quererte a ti mismo”. ¿De dónde han sacado eso?, dime, ¿del manual del perfecto onanista? Verás, quiero tanto a mi entorno que, sin remedio, el poco cariño que dejo sin darles es el que me guardo yo para mí, ya sabes, para los momentos de carencia. La felicidad tiene numerosas caras y la más mágica de ellas es la que se refleja en Odette Toulemonde, una producción franco-belga de 2007. Vale, este no es un peliculón. No es una obra maestra del cine ni un producto de culto. No supone la consagración de Éric-Emmanuel Schitt, su director, ni el salto a la fama de sus protagonistas, Catherine Frot y Albert Dupontel. ¿Y qué?, ¿crees que esos datos me son determinantes para disfrutar de una película? Odette Toulemonde es una historia sencilla de una familia sencilla. Es un cúmulo de casualidades, un cóctel metafórico de sueños cumplidos y de voces en off. Una hora y cuarenta minutos de pura fantasía. ¿De verdad que necesitas más?


Por si aún lo dudabas la crítica española atacó directamente a la yugular del director al asegurar que Odette era la “tía abuela aburrida” de Amélie Poulain. ¡Pobres! Es cierto que la obra maestra de Jean-Pierre Jeunet deja en ropa interior a la más que modesta de Schmitt, pero en cualquier caso esta última supuso un nuevo éxito de taquilla en el país vecino. En la patria del croissant y los brioches vende el “realismo mágico” de este tipo de producciones mientras aquí, donde los críticos de cine intentan emular sin demasiado éxito al mismísimo Armond White, convertimos a Torrente, el brazo tonto de la ley en la película española más taquillera de la historia. Ya está todo dicho. 
Esta cinta, titulada en nuestra lengua como Odette. Una comedia sobre la felicidad, es una fábula vitalista y alegre que versa, precisamente, sobre la posibilidad real de ser feliz. En ella, dos personas diferentes procedentes de entornos diferentes se enfrentan a la rutina diaria, como no podía ser de otra manera, de forma diferente. Odette, una madre de familia, viuda y soñadora, suple la ausencia de su marido con las novelas rosas de Balthazar Balsan y las nimias canciones de Joséphine Baker. Por otro lado, Balsan, afamado escritor ídolo de las féminas ávidas de emociones fuertes, se enfrenta a la infidelidad de su mujer y a la mala prensa de la crítica con auténtica desesperación. Un buen día sus caminos se cruzan, sin más, porque sí, por casualidad, sin premeditación. Y a partir de entonces, como un elástico con el que varias niñas juegan en el patio a la hora del recreo, sus vidas se acercan y alejan al capricho de un destino neutral. Ella es feliz con casi nada, él lo tiene todo pero es infeliz. Ella disfruta ejerciendo de hada madrina para quien ha perdido el rumbo, él lee y relee las palabras contenidas en una carta a su nombre sin saber realmente cómo corresponder. Sin embargo, contra todo pronóstico, ambas personalidades tan dispares acaban juntas... porque Odette Toulemonde es una comedia sobre la felicidad y las comedias sobre la felicidad siempre acaban bien... ¿o no?



Sinopsis: En la vida de Odette Toulemonde se cruza su escritor preferido, Balthazar Balsan, rico y seductor, que atraviesa una crisis depresiva. Ella, una modesta vendedora de la sección de cosméticos de unos grandes almacenes, será la encargada de transmitirle toda la felicidad que siente en su sencilla existencia a un hombre que poco a poco aprenderá a enfrentarse al resto del mundo.
 
 

No nos engañemos. La cotidianidad del ser humano no es una película de ficción con final feliz. Normalmente caminamos tras alguien que avanza mucho más rápido que nosotros. Algunas veces el miedo a perderlo de vista nos hace correr incluso con unas zapatillas que ni siquiera son de nuestro número. Ese mismo miedo en otras ocasiones nos obliga a adoptar hábitos que nos son ajenos con la simple intención de acaparar un poco de su atención. Entonces nos convertimos en lectores de novelas que no nos dicen nada, en voraces amantes virtuales, en adictos a la dieta Dukan, en escritores aficionados, en seguidores del cine francés; en definitiva, nos convertimos en alguien que no somos solo para hacernos un hueco en el día a día de alguien que, en realidad, no nos quiere en él. No nos engañemos, todo es más fácil de lo que a simple vista parece, créeme. Ser feliz consiste en exclusiva en reconocer ante la adversidad que existe más de un camino