domingo, 28 de abril de 2013

“La última salida”, una novela de Francisco J. López Fernández (Ed. Vitela, 2010)



Ficha Técnica:



Título original: La última salida

Autor: Francisco J. López Fernández


Género: Novela


Páginas: 124


Editorial: Vitela


ISBN: 9788493848101







Argumentos:

En La última salida, novela con prólogo de Carmelo Gallardo Moraleda, Secretario General del Colegio Oficial de Enfermería de Sevilla, el autor construye una emotiva historia en la que da buena cuenta del valor y la entrega de los miembros del cuerpo de bomberos. Gracias a una trepidante narración que engancha desde la primera página, en la trama se evoca el incendio de los “Almacenes Vilima” ocurrido en Sevilla en 1968, tragedia en la que murieron dos profesionales del gremio. Autoeditada en un principio (Castillejo Ed., 2003), en esta nueva edición se incluye un relato inédito titulado “Colibrí” en el que se relata, al estilo colorista de la civilización maya, las experiencias de un bombero en Santa Tecla, una humilde población de El Salvador.
Dando paso a La última salida, “Colibrí” relata las experiencias de un bombero en Santa Tecla, una humilde población de El Salvador, tras una erupción volcánica. En la incansable y esperanzadora búsqueda de algún superviviente entre los restos de lodo, este encuentra un pequeño cuaderno semienterrado que sirve de hilo conductor a este cuento que tanto recuerda al realismo mágico del Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias y sus conocidas Leyendas. El relato fue escrito por el autor tras su regreso del terremoto de El Salvador de 2001.


En la teoría:

Haciendo memoria debo reconocer que, cuando a través de Facebook recibí hace un par de años la invitación para acudir a la presentación de La última salida (Ed. Vitela, 2010), no me lo pensé demasiado, al menos no tanto como me suelo pensar acudir a eventos similares. Ya Carmen, uno de los lazos de unión entre el autor y la que escribe, me lo había avisado en varias ocasiones: “Silvia, es una lástima que no conozcas a Fran, te sorprendería su carisma”. Y vaya si me sorprendió. Es curioso, en realidad no habíamos coincidido antes porque él llegó unos meses después de que yo me hubiese marchado. Intuyo que te preguntarás de dónde, pero esa, queridísimo consumidor de galletitas saladas, es una información carente de relevancia para la historia que nos ocupa y, por tanto, me reservo el derecho a no hablar de ello. El caso es que esta novela fue presentada el jueves 17 de febrero de 2011 en el Colegio de Enfermería de Sevilla en un acto distendido en el que el autor, arropado por numerosos amigos, varios conocidos y algún que otro curioso, hizo gala de un tremendo desparpajo en estos quehaceres literarios para delicia de todos los allí reunidos. Desde luego que Carmen no se equivocaba en sus halagos, en todo caso se quedó algo corta.

Al enfrentarnos por primera vez a la lectura de un texto literario, con independencia del género del mismo, deberíamos de hacerlo con la emoción contenida del primer beso y, como aquel, solo una vez saboreado sin prisas ni perturbaciones es cuando estaríamos en disposición de emitir un simple juicio de valor: Me ha gustado o no. Así recuerdo la lectura de La última salida, como el primer beso, ese que estremece la piel de pies a cabeza, ese que convierte tus piernas en metafórico alambre de insuficiente grosor para sostener el resto del cuerpo, el único que no se olvida. Y no es para menos, créeme, porque esta novela, que ha tenido una buena acogida en nuestro país, está haciendo furor al otro lado del Atlántico. Colombia, Venezuela, México, Costa Rica, gran parte de América del Sur ha caído rendida a los pies de una historia que alcanza ya los casi cinco mil seguidores en Facebook. ¿De verdad que no sientes curiosidad por ella?

Respecto a "Colibrí"… lo cierto es que es una de esas historias que son para el ánimo como unas pastillas de menta para el dolor de garganta: Un verdadero alivio. Incluido al inicio de la novela de referencia, hace de su autor, por encima de cualquier apreciación pasajera y afectiva, un mago de la palabra capaz de convertir lejanas realidades en casi familiares.

Cuando alguien escribe una historia que se cruza por su cabeza de buenas a primeras, una historia que no ha vivido en persona pero que irremediablemente forma parte de sí, es toda una suerte del destino poder sentarse tranquilo a escudriñar lo que de real y de imaginario concentran esas líneas. Pero cuando alguien deja constancia escrita de un acontecimiento que no solo marcó muchas vidas de forma directa sino la suya propia de manera indirecta, un triste acontecimiento tan sumido en su conciencia que las palabras llegan a fluir de su pluma como las lenguas de lava que devastaron toda una región, entonces no queda más que respirar hondo, cerrar los ojos y agradecer a la providencia la posibilidad que te presenta en forma de cuento. Eso es "Colibrí", un río de magma que funde todo a su paso, un torrente de emociones que conmueve y remueve el interior del lector, un inocente destino truncado por un capricho de la naturaleza. “Colibrí" emociona con la sutiliza de los colores acuarelados en un inmaculado lienzo y es que, ante todo, Francisco J. López Fernández compone una narración colorista al estilo de las grandes obras precolombinas de una tierra que jamás debió de ser conquistada de una forma tan inhumana y brutal. En esta breve composición las palabras se encadenan formando graciosas guirnaldas que una niña de grandes y expresivos ojos oscuros viene a regalarnos desde el más allá. La pequeña “Colibrí” se descubre más viva que nunca gracias a la sensibilidad de un hombre que, aunque nunca llegó a conocerla, fue capaz de dibujarla en mi cabeza con trazos muy precisos. Si aún te preguntas el porqué del éxito sudamericano de este escritor es que, amigo mío, no has leído nada de él.
  

En la práctica:

Esta extraña tarde de sueños extraviados dentro de un gran bolso verde de "Springfield" he cogido La última salida de su estante con la esperanza de encontrar la clave que me haga recuperar lo que creo perdido y de lo que otros hacen gala con una facilidad pasmosa. Me he sentado en la mecedora con mi hijo en mis piernas y, acunados los dos por su suave y monótono balanceo, he comenzado a leer “Colibrí” muy despacito, tanto como para que su infantil entendimiento no perdiera detalle de lo que su mamá con tanta paciencia le deseaba transmitir. Se ha dormido, antes de terminar él ya se había dormido. Sin duda alguna su inocente cabeza había decido empezar ella sola a dibujar los primeros trazos de la pequeña “Colibrí”.


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