“Gripe viral sin fiebre por falta de defensas”, ese ha sido el
diagnóstico del médico después de casi un mes de subidas y bajadas. Creo que
pocas cosas de la rutina cotidiana son tan molestas como los síntomas gripales.
Espera, déjame pensar… emparejar los calcetines de la colada se le acerca
pero... no, no encuentro nada más molesto, en serio.
Ayer, mientras mi marido y mi hijo disfrutaban de una magnífica tarde en el parque, yo me desparramaba a solas por el sofá. Mi cuerpo no parecía mío, ni siquiera de la vecina, era como si la piel estuviera separándose poco a poco del resto de tejidos. Solo necesitaba un rato de tranquilidad, palabra, pero está claro que ese es un placer reservado para los demás. En esa hora llamó mi madre, llamó mi suegra, no sé cuántos “tuic-tuic” de whatsApp, Line... "¿pero dónde está la cámara?, porque esto es una broma, ¿verdad?". Entonces me llegó un SMS. Por extraño que parezca aún hay gente que no tiene internet en el móvil y continúa gastando quince céntimos por mensaje de texto. Era un buen amigo que me recomendaba con entusiasmo una película y le mandaba besos al niño. La oportunidad personificada, la mejor manera de recomponer mi cuerpo y de reconciliarme con el mundo. A los dos minutos llamó, exaltado, emocionado por esta película protagonizada por Audrey Tatou que no debía perderme. “En cuanto la veas escríbeme” dijo y en cuanto la vi le escribí.
De vrais mensonges (traducida al español como Una dulce mentira) es un film de Pierre
Salvadori del año 2010. No es que sea la obra maestra del milenio, ni siquiera
del siglo, vale, tampoco del año, pero qué más da, rezuma pequeños detalles que
han conseguido que me olvide de la cotidianidad molesta de esta gripe durante
cien minutos. Intento que el ritual siempre sea el mismo: Bajo un poco las persianas para crear ambiente, pongo el móvil
en silencio y me abandono a la historia. Entonces Una dulce mentira pasea
de puntillas por mi salón sin apenas hacer ruido. Susurra de vez en cuando
palabras que me hacen reír. Tiñe de colores azules la estancia y, como si fuera
el antigripal más efectivo, dejo de sentir dolor. Las comisuras de mis labios
sonríen mientras intento recordar dónde he visto yo antes al protagonista
masculino, Sami Bouajila. Me estrujo el cerebro en una mueca de difícil
ejecución y lo veo en Estado de sitio, con Annette Bening en el hammam,
a punto de hacer estallar una bomba. La imagen se borra en seguida y todo
vuelve a estar teñido de azul. La historia de Odette Tolemonde se repite, pero
¿acaso la magia de la vida no consiste en caminar una cuarta por encima del
suelo de vez en cuando?
Vale,
Una dulce mentira no es la película del año pero está dirigida por
Pierre Salvadori. Y, aunque él tampoco será reconocido director del año,
en sus comienzos tuvo como musa a Marie Trintignant. Claro, te preguntarás
quién es esa Marie de apellido dumasco, sí, yo también lo haría si no supiera que
fue la actriz que murió a causa de los numerosos golpes que le asestó su
exnovio despechado, Bertrand Cantat, exvocalista de Noir Dèsir, el
grupo de rock francés que ha dado una de las mejores canciones del mundo al
panorama musical: Le
vent nous portera. Con el CD de fondo sonando en la cadena de música de mi
salón, de repente me encuentro BIEN.
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